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¡Sin embargo, la conspiración persiste!

Por José Arlex Arias Arias  

Antes de que los “padres” de la Apertura Económica, comandados por Cesar Gaviria, iniciaran el proceso de desregulación arancelaria a los productos agrícolas, nuestro país importaba alrededor de 900 mil toneladas de géneros alimenticios, en la última década del siglo pasado; hoy llegamos a la friolera de 10.3 millones, lo que equivale a casi el treinta por ciento de la ingesta de los colombianos. Señores neoliberales, esta afrenta se llama: Pérdida de la soberanía alimentaria, y un país que no produce su propia comida es un país inviable.

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Por José Arlex Arias Arias  

Antes de que los “padres” de la Apertura Económica, comandados por Cesar Gaviria, iniciaran el proceso de desregulación arancelaria a los productos agrícolas, nuestro país importaba alrededor de 900 mil toneladas de géneros alimenticios, en la última década del siglo pasado; hoy llegamos a la friolera de 10.3 millones, lo que equivale a casi el treinta por ciento de la ingesta de los colombianos. Señores neoliberales, esta afrenta se llama: Pérdida de la soberanía alimentaria, y un país que no produce su propia comida es un país inviable.

Lo chistoso es que implementan el libre comercio con el cuento de que nos vamos a tomar los mercados del mundo, especialmente los de Estados Unidos y de los países con quienes pactamos Tratados de Libre Comercio.

El DANE reveló el primer informe del Censo Nacional Agropecuario 2014, y sus datos no pueden ser más reveladores acerca de lo perjudicial de este modelo de libre comercio. Al conocer sus resultados, el periódico La Tarde de Pereira tituló: “Un país de terratenientes: el 80,5% del suelo agropecuario son pastos”. Y los resultados oficiales lo indican todo: De 113.8 millones de hectáreas rurales dispersas censadas en el país, el 50,6% son bosques naturales; 40,6% son de uso agropecuario; 7,2% de uso no agropecuario y 1.5% de desarrollos urbanos. Del suelo para uso agropecuario, unas 28.3 millones de hectáreas están destinadas a pastos, cuatro veces más que las 7 millones de hectáreas dedicadas a la siembra de cultivos. El modelo está claro: tenemos los terrenos necesarios, incluso los pisos térmicos, pero no existe la decisión política del Gobierno Nacional de fomentar el sector agropecuario, ya que iría en contravía de la imposición de la especialización –en nuestro caso, nos obligan a producir frutos tropicales–. He ahí la razón de la desaparición o de la casi extinción de cultivos insignias como arroz, millo, trigo, cebada y frijoles, entre muchos otros. El informe indica que los cultivos transitorios –los denominados pan-coger o subsistencia– han venido disminuyendo ostensiblemente.

El caso de la posesión termina desnudando la característica de un campo terrateniente de naturaleza semifeudal, que el gobierno pretende desarrollar mediante más concentración, entregando la tierra –a través de su venta o concesión– a las multinacionales para el desarrollo de la agricultura empresarial, de tal manera que se profundice la especulación financiera. El siguiente dato corrobora por qué Colombia es uno de los países más inequitativos del mundo: El 69,9% de las fincas en Colombia conforman menos del 5% del suelo cultivable – o sea 350 mil hectáreas de las 7 millones–  y lo componen propietarios con menos de 5 hectáreas. Sus relaciones de producción son tan semifeudales que en 2013 solo el 9,6% de las unidades productivas recibieron asistencia o asesoría técnica.   

Sin embargo, los padres putativos de la criatura neoliberal de libre comercio, como Rudolf Hommes, al analizar la recesión del sector industrial, recomiendan más pócimas del veneno: “Lo que el país necesita ahora… es… otra apertura y un cambio de 180 grados en su mentalidad empresarial”. ¡La conspiración persiste!

arlexariasarias@hotmail.com

Cartagena de Indias.

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