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Space, Continental towers, Medallo city

Por Campo Elías Galindo A.  

Medellín es la ciudad más feliz del país más feliz del mundo, según informes para 2013 de diferentes encuestadoras nacionales e internacionales. Además el primero de marzo del año pasado recibió el título de ciudad más innovadora del mundo, en concurso realizado por Citigroup (la empresa prestadora

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Por Campo Elías Galindo A.  

Medellín es la ciudad más feliz del país más feliz del mundo, según informes para 2013 de diferentes encuestadoras nacionales e internacionales. Además el primero de marzo del año pasado recibió el título de ciudad más innovadora del mundo, en concurso realizado por Citigroup (la empresa prestadora de servicios financieros más grande del orbe y propietaria del Citibank), el Wall Street Journal y el Land Urban Institute. Ha ido consolidando su especialidad como centro de servicios, de grandes eventos y de actividad turística.

El evento más próximo y más importante que pondrá a la ciudad en el centro de todas las miradas es el VII Foro Urbano Mundial, organizado por ONU-HABITAT con el tema “Equidad urbana para el desarrollo. Ciudades para la vida”, entre el 5 y el 11 de abril, cuya asistencia está calculada en diez mil personas de dentro y fuera del país. Las autoridades de la ciudad trabajan silenciosamente en el montaje de ese foro pero en pocas semanas todo el aparato propagandístico se volcará sobre sus pormenores, los ilustres visitantes y sus declaraciones.

Nuevamente nuestras élites citadinas, pero esta vez ante el mundo entero, estarán declarando su fé en el desarrollismo, el “urbanismo social”, el vidrio y el cemento como fundamentos de un proyecto de ciudad que orgullosamente mostrarán como testimonio de su propio emprendimiento. Nadie como la dirigencia antioqueña se ha apegado tanto a los parámetros dominantes y a las modas a la hora de construir lo urbano. Todo lo han imitado a lo largo de la historia de la ciudad, al tiempo que ocultan lo propio cuando no lo pueden instrumentalizar para obtener rentabilidades. Con tal lógica borraron del mapa de Medellín “el peligroso barrio de Guayaquil” para abrir espacio a las funcionales torres de La Alpujarra, con lo que “guayaquilizaron” todo el centro cívico-comercial tradicional.

El Foro Urbano Mundial fue traído a Medellín para eso: para cubrir de legitimidad un proyecto de ciudad y un modelo de urbanización líder donde se territorializan con maestría los dictados de la globalización neoliberal para los países del Sur. En la estructura del capitalismo contemporáneo, la urbanización está cumpliendo entre otras funciones, la de receptáculo para las inversiones de abultadas ganancias producidas en otros sectores productivos, comerciales, financieros, y por supuesto mafiosos como en Colombia. De ello ha resultado un poderoso sector inmobiliario, constructivo y financiero que gobierna nuestras ciudades destruyéndolas y reconstruyéndolas a cada paso, segregando y despojando a los pobres para arrumarlos en los extramuros inhóspitos alejados de sus centros comerciales y sus Plazas Mayores.

Los grandes eventos en que ya se está especializando Medellín, sin embargo, no son para visibilizar la ciudad sino algunas partes de ella, aquellas que resaltan la pujanza de los acuciosos organizadores o son funcionales a sus discursos almibarados, como los parques biblioteca y los metro-cables. Porque la que nos han construido es una urbe para ver, es decir, para ser vista por quien está de visita, ya que por debajo de la ciudad visible persiste otra, la oscura, la marginada, periférica, insegura, hacinada y al borde del hambre, que ya ni reclama participación porque se acostumbró a no ser escuchada.

Pero la ciudad no es una obra de las élites. Si algo es una construcción colectiva es una ciudad moderna. La construcción urbana es una aplicación cotidiana en la cual se han comprometido todas las generaciones pasadas, cada una de las cuales desarrolló una etapa de esa gran obra pública. Medellín particularmente fue fundada y trasladada a su sitio actual por nuestros antepasados, otras generaciones corrigieron y adecuaron el cauce del su río, otras tendieron los puentes que comunican el oriente con el occidente, unas poblaron el nororiente, otras el noroccidente, cada punto cardinal y cada barrio tiene su historia propia, otra generación construyó el metro, en fin, todas las etapas de nuestra urbanización han sido colectivamente construidas, y en esa construcción se produjo y reprodujo la cultura urbana nuestra, conflictiva y contradictoria como la ciudad misma. Ese acervo patrimonial, material y cultural, complejo y absolutamente colectivo, una de las joyas de la corona de nuestro país, es el verdadero secreto que todo el mundo debe conocer y que debería ser apropiado por todos sus habitantes, sin exclusión ni segregación alguna.

Contrario al carácter colectivo de la urbanización y la construcción de ciudad, la apropiación y el aprovechamiento de ese patrimonio se hace por empresas privadas dedicadas a feriar en provecho individual el acumulado material y cultural de las comunidades. Es así que cada macronegocio, cada evento, cada proyecto constructivo, cada obra de infraestructura, se convierten en festines donde ruedan los millones hacia los mismos bolsillos de siempre: los de las cadenas hoteleras, financieras y turísticas y los centros comerciales de estrato seis. Los sectores populares, los trabajadores y comerciantes informales, siempre se quedan a la espera del goteo que les prometen pero  nunca les llega. Muchos de esos pobladores urbanos periféricos son  desplazados, unos por la violencia de dentro o de fuera de la ciudad, y otros por el despojo institucionalizado que bajo las formas de “valorización”, “renovación” o “planeación” urbana adelantan los capitales inmobiliarios contra los pobres.

El papel del estado en la implementación del proyecto urbano neoliberal, ha resultado complaciente por decir lo menos. El estado mismo, como lo ha demostrado el conflicto por la destitución del alcalde de Bogotá, ha sido capturado por los intereses de los contratistas corruptos y demás agentes privados vinculados con la urbanización. Las instituciones aportan la normatividad requerida y cuando se hace necesaria, la fuerza para expulsar a las comunidades de los territorios que reclama la valorización del capital. De esta manera, lo que no logran las empresas constructoras con el simple cumplimiento de la ley, lo alcanzan a través de la corrupción de funcionarios públicos. Es el estado mismo quien profesa la ideología del mercado y por tanto son sus instituciones, en comunión con el sector inmobiliario y financiero, los pilares del proyecto neoliberal de ciudad.

El capital inmobiliario tiene un inmenso poder político en Colombia y una poderosa representación dentro del estado, de la cual se vale para amañar las normas o evadirlas, jugar al borde de la legalidad y más allá de las consideraciones éticas. Seis meses separarán en el tiempo al Foro Urbano Mundial de la tragedia que significó el colapso de una de las torres del conjunto residencial “Space”, lapso suficiente para que los  apologistas de ese modelo de urbanización agresiva con la naturaleza e indolente con las comunidades, quieran borrar tal acontecimiento de la historia urbana o presentarlo como algo puntual y ajeno al proyecto de urbanización que a diario quieren vender y legitimar políticamente.

Decenas de familias fueron engañadas e inducidas a habitar en el conjunto residencial mencionado y en el “Continental towers”, integrados por edificios mal diseñados y sin cumplimiento de las normas antisísmicas, que no han necesitado ningún movimiento telúrico para desplomarse o agrietarse peligrosamente. La suerte que están corriendo sus antiguos habitantes es dramática, mientras la firma “Lérica CDO”, constructora de los inmuebles, se resiste a la demolición completa que recomendaron los expertos y cínicamente insiste en una repotenciación de las estructuras para que los moradores regresen.

Ambos conjuntos residenciales están ubicados en el barrio más exclusivo de la exclusiva Medellín, un sector del suroriente que desde hace décadas cayó en manos de la especulación inmobiliaria y financiera, de donde han sido desplazados sus habitantes originarios por el mecanismo de los impuestos prediales y las “valorizaciones” para dar paso a unas infraestructuras suntuarias diseñadas para los vehículos particulares, entre las cuales se destacan los “rascacielos” que desafían la ley de la gravedad y sobre todo, la fragilidad de las estructuras geológicas propias de esa área de la ciudad.

El barrio se llama “El Poblado”, y en él casi todo lo natural ha sido borrado, hasta sus microclimas, para que las constructoras y los bancos tengan vía libre. Para agredir el medio ambiente siempre ha habido capitales a disposición. Pero las tragedias del Space y el Continental towers demuestran también a la sociedad, que las leyes de la naturaleza no se violan impunemente; que no solo se perdieron once vidas humildes sino que además cientos de moradores de clases medias perdieron parte considerable de sus patrimonios y sus arraigos; que la naturaleza “cobra” sin distinguir deudores y que cuando la acreedora es ella, como rezaba el título de una telenovela, “los ricos también lloran”.

El tema de la firma Lérida CDO no es el central en este artículo. Es mucho lo que al respecto se ha querido ocultar y muchos los sesgos de quienes se han preguntado por los responsables del desplome del Space. Pero más allá de alegatos interesados, lo inocultable ha sido la yunta entre intereses privados de empresarios inmobiliarios con parcelas del poder político local y regional. Se trata de grandes jugadores que simultáneamente actúan en el mundo empresarial y en el mundo político y que van subrepticiamente del uno al otro, alimentando una espiral de ganancias individuales que se invierten en campañas electorales y luego son recuperadas vía prebendas; vía “confianza inversionista” diría cualquier desprevenido “analizador” de los nuestros.

Esa conjunción de intereses privados e intereses políticos alimentados mutuamente, constituye el sujeto activo del modelo de urbanización que está en marcha en todo el país y del cual Medellín es su paradigma. Aunque se trata de un sujeto político, en esencia carece de responsabilidad social. Su especialidad es el mercado como generador de rentas de monopolio y símbolos de status, parte de cuyos paquetes son las denominaciones en inglés de sus edificaciones, una modalidad de “propiedad” intelectual prestada, que exacerba en los potenciales compradores sus necesidades de distinción respecto a los pobladores de los barrios populares.

La ciudad neoliberal que conocerán nuestros visitantes se esforzará por mostrar su cara amable: una biblioteca allí, un metrocable más allá, alguna torre de miniapartamentos hipotecados a generosos bancos, el barrio El Poblado de Medallo city, es decir, la cara de la “equidad urbana”, pero todo, dependiendo de la situación de seguridad que para esas fechas hayan acordado los grupos que controlan gran parte del orden público en Medellín. Ya la ciudad se acostumbró a que con motivo de los grandes eventos, las bandas y combos delincuenciales que gestionan la seguridad principalmente en el centro tradicional y los barrios populares,  negocian treguas o pactan ceses de fuegos según sus conveniencias. Porque si el modelo que se nos ha impuesto es el de la ciudad privatizada, la seguridad no podía ser la excepción. Los habitantes de alto estrato viven agrupados, usan carro blindado y pagan seguridad privada. Las clases medias y populares en cambio, dependen de la fuerza pública, ineficiente, a menudo permeada por las organizaciones delictivas, y además, instrumentalizada para reprimir la protesta y la expresión democrática de los de abajo.

El Foro Urbano Mundial es un montaje sociopolítico de grandes dimensiones. Pero tampoco un conciliábulo o un consejo comunitario de características teatrales. En él harán presencia intelectuales, académicos, funcionarios y dirigentes respetables de todo el mundo con concepciones y agendas urbanas disímiles. No todos tienen sus cerebros formateados por el neoliberalismo ni creen que la ciudad-mercado sea la cima de la civilización. Para sorpresa de quienes pregonan el “pensamiento único”, dentro y fuera del VII Foro Urbano Mundial, nos expresaremos también quienes entendemos la ciudad como un territorio de derechos para todos los que la hemos construido, planteando un proyecto de urbanización ajeno al neodesarrollismo que genera informalidad y precarización de los servicios sociales, y le hace el asco a los pobres, las minorías raciales y las expresiones artísticas de los jóvenes. Las conclusiones oficiales del VII Foro ya están dictadas; podrían estar ya redactadas incluso. Las conclusiones alternativas en cambio, serán fruto del debate, el análisis y la crítica de quienes apostamos por la resistencia y por los derechos de todos.

Medellín, 30 de enero de 2014.

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