Nacional
Un acuerdo de paz silencia los fusiles… un proceso de paz desarma los espíritus
Por Octavio Quintero
Vea, pues: la derecha extrema de Uribe y la moderada de Santos ha puesto a los electores que se ubican hacia la izquierda del dial político, a decidir entre dos males, el menor.
Si hubieran planificado tal disyuntiva desde que este par partió cobijas, no les habría quedado tan bien.
Ahora
Por Octavio Quintero
Vea, pues: la derecha extrema de Uribe y la moderada de Santos ha puesto a los electores que se ubican hacia la izquierda del dial político, a decidir entre dos males, el menor.
Si hubieran planificado tal disyuntiva desde que este par partió cobijas, no les habría quedado tan bien.
Ahora resulta que votar por Zuluaga es querer “la guerra sin fin”, y no votar por Santos, pues, también. Es decir, hay que votar por Santos, ¡Sí o Sí!…
Nadie ha dicho que Zuluaga no quiera la paz: la propone a su manera… Igual que Santos que se atrevió, a su manera, a buscar un acuerdo de paz en medio de la guerra… Como en su momento lo intentó Pastrana o lo acometió Uribe. Son maneras que ninguna ha dado resultado porque la paz no es un contrato entre particulares sino un contrato social.
Y es por eso que ni con Santos ni con Zuluaga se puede emprender un proceso de paz, porque ambos profesan una ideología antisocial como es el neoliberalismo, y este no es un discurso trasnochado sino muy al amanecer del día de la Indignación que recorre el mundo.
A los colombianos les debe quedar claro que harta es la diferencia entre un acuerdo de paz y un proceso de paz: el primero es una buena intención de campaña electoral, y el segundo es un plan de gobierno que se expresa en equidad social, por ejemplo, si es que en este término se puede encerrar todo lo que maltrata a las vastas capas sociales desfavorecidas o excluidas del banquete estatal.
Tiene razón el presidente Santos cuando dice que “la paz se hace entre enemigos” que se declaran en guerra… Pero es que el grueso del pueblo colombiano no es su enemigo y no hay razón para que se les haya declarado una guerra que se expresa en (por decir cualquier cosa) el trato pensional que le dio a los congresistas y altos funcionarios del Estado, frente al que se le impone a los de abajo a quienes no se les reconoce ni siquiera el incremento del salario mínimo y, fuera de eso, se les aplica el doble aporte en salud como trabajadores (que ya no son) y empresarios (que nunca fueron).
Y así mismo se extiende la inequidad en educación, salud, vivienda, empleo, seguridad ciudadana, servicios públicos, transporte, impuestos, propiedades urbanas y rurales; a pequeñas y medianas empresas industriales y comerciales; en los créditos financieros y hasta en la aplicación de pronta y debida justicia.
Ahora, que si se trata de escoger el mal menor, también pudiera pensarse en Zuluaga como ruptura de esa odiosa connivencia que se ha establecido entre los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial; sobre todo en los dos primeros que ahogan al pueblo con leyes salidas del Ejecutivo y aprobadas “a pupitrazo limpio” en el Congreso, sin más otra discusión que el CVY (¿Cómo voy yo?), o sea la también llamada “mermelada”.
Pero, como dicen, “ni tanto honor ni tanta indignidad”. Salvo que se diera un compromiso ineludible de cambiar el modelo económico neoliberal, tema que las Farc se dejó imponer como “inamovible” en la mesa de La Habana[1], podría pensarse en votar por uno u otro…
Mientras tanto, el docto vulgo aconseja que “es mejor andar solo que mal acompañado”.
Fin de folio/Votar es un deber político que se cumple también votando en blanco como reafirmación de dignidad.
[1] “No debe considerarse válido un tratado de paz al que se haya arribado con reservas mentales sobre algunos objetivos capaces de causar una guerra en el futuro”: Kant.
27 de mayo de 2014.