Nacional
A tres bandas
Por Alfredo Molano Bravo
La imagen de un niño palestino tirando una piedra contra un tanque israelita hace parte de esa colección de fotografías históricas que van desde el estudiante que se le mete a un tanque chino en la plaza de Tien Amen hasta la explosión de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki.
Una desproporción infinita, como los bombardeos a las Farc en Guapi, que “no pueden ser calificados como actos de guerra sino como asesinatos premeditados”, según el arzobispo de Cali.
Por Alfredo Molano Bravo
La imagen de un niño palestino tirando una piedra contra un tanque israelita hace parte de esa colección de fotografías históricas que van desde el estudiante que se le mete a un tanque chino en la plaza de Tien Amen hasta la explosión de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki.
Una desproporción infinita, como los bombardeos a las Farc en Guapi, que “no pueden ser calificados como actos de guerra sino como asesinatos premeditados”, según el arzobispo de Cali.
En el mismo Guapi, un maestro de la vereda Chanzará, muy lejos de la de San Agustín —que queda en el alto Napi— donde hicieron blanco las bombas, me decía en su escuela un par de días antes: “El Ejército no puede con los del ‘monte’ fusil contra fusil”. Tiene que emplear, por tanto, las bombas inteligentes a mansalva y sobre seguro.
La suspensión de bombardeos decretada por el presidente de la República permitía avanzar en el cese bilateral de fuego, uno de cuyos primeros pasos era el desminado humanitario que comenzaba a tomar forma. Las bombas en Guapi y Riosucio no solo mataron a dos comandantes que habían regresado al país a ver cómo se ponía en marcha el desminado, sino también destrozaron el acuerdo; mataron la criatura en la cuna. Habrían podido venir después otros acuerdos: la suspensión del uso de cañones hechizos de la guerrilla, prohibidos porque no tienen el Made in USA, y hasta la retirada a territorios amplios e históricos de las fuerzas guerrilleras.
En fin, el horizonte parecía despejarse para el gobierno civil y oscurecerse para la oposición armada que azuza el senador Uribe. Faltaba la cascarita: un contingente de soldados profesionales durmiendo a pierna suelta en un polideportivo sin observar los protocolos de seguridad: resultado: 11 muertos y 22 heridos. Tarde el presidente sugiere que fue un error: “Muchos golpes como el de Cauca que han dado a nuestras Fuerzas Armadas han sido también producto de errores militares y de procedimiento…”. ¿Se abrirán investigaciones con la afirmación del presidente: “No más guerrilleros muertos y enterrados como NN”? Más contundente fue el procurador, que les abrió investigación a los mandos del Ejército en Cauca por “omisiones del ataque, el desconocimiento de sus funciones y el ocultamiento de información”. Cascarita para la guerrilla, mina quiebrapatas que dejó coja la Mesa.
Los sermones de Uribe tienen buen recibo en los uniformados o exuniformados y mejor aplicación. Tira donde sabe que levanta ampolla: en el bolsillo. Su argumento implícito: con la paz se reducen el poder y el presupuesto de las Fuerzas Armadas. Y las Fuerzas Armadas deben pensar: no nos dejaremos quitar un peso, así haya firmas y contrafirmas de paz; así se tenga que seguir gastando entre el 1 % y el 2 % del Producto Interno Bruto, que crece alrededor del 4,3 %; así se tengan que vender todas las hidroeléctricas, los colegios públicos, las autopistas por hacer, los satélites, los hospitales, los edificios públicos y hasta la madre si es necesario. Pero las mesadas son intocables, diría algún exmilitar, porque puede haber guerra con Nicaragua, con Venezuela, con Cuba. O porque —dirán— los paramilitares están listos a la acción patriótica, se ven por ahí armándose con las armas que salen del Batallón Landazábal. Al ministro Cárdenas le tocó comerse en silencio eso de que en la paz aumentará el PIB en 2 %.
La mesa de negociación está paralizada hoy por el escalamiento de operativos militares, o, como dice el arzobispo de Cali: “una competencia de asesinatos”. Y esa competencia seguirá mientras no se acuerde un cese bilateral al fuego. Los países garantes —Noruega, Cuba—, tan prudentes, han hecho públicos sus miedos, sus fundados miedos: sin cese bilateral, la mesa peligra. Saben por qué lo dicen. La Unión Europea los apoya. ¿Qué dirá Bernard Aronson, enviado de EE.UU. como observador de la mesa de La Habana? Mutis por el foro.
Al ritmo de bombas por aquí y por allá los acuerdos se seguirán dilatando así el Gobierno tenga afán de firmar algo antes de octubre. Y Uribe feliz porque esa parálisis le da dividendos electorales: el Gobierno no puede presentar lo que promete simplemente porque no tiene el mando efectivo sobre la fuerza pública que la Constitución le otorga como su comandante. A Uribe le salen todas las carambolas a tres bandas y a Santos se le quedan los ases bajo la manga.
El Espectador, Bogotá.