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Ahora el Eln

Por Alfredo Molano Bravo  

El gobierno de Santos inició conversaciones exploratorias con el Eln hace dos semanas, se hizo una burbuja en la opinión pública y el asunto volvió al sótano. Entre tanto fútbol, tantos goles, tanta pelota quieta, tiros de esquina, tarjetas amarillas, mordiscos, muertos, riñas, ley seca y toques de queda, la política, que tanto gusta, ha quedado eclipsada. Ni al caso de María del Pilar Hurtado se le ha parado bolas. Y sin embargo, como la bola, el mundo sigue rodando.

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Por Alfredo Molano Bravo  

El gobierno de Santos inició conversaciones exploratorias con el Eln hace dos semanas, se hizo una burbuja en la opinión pública y el asunto volvió al sótano. Entre tanto fútbol, tantos goles, tanta pelota quieta, tiros de esquina, tarjetas amarillas, mordiscos, muertos, riñas, ley seca y toques de queda, la política, que tanto gusta, ha quedado eclipsada. Ni al caso de María del Pilar Hurtado se le ha parado bolas. Y sin embargo, como la bola, el mundo sigue rodando.

El Eln nació el 4 de julio de 1964 y el 20 de julio del mismo año fue proclamado el Programa Agrario de los guerrilleros colombianos, que se constituyó en la bandera política de las Farc. Las coincidencias no paran ahí. En enero de 1929 nació Camilo Torres Restrepo y en mayo nació Manuel Marulanda Vélez. En los años 20, el eco de la Guerra de los Mil Días aún resonaba. La Revolución Cubana dominó los años 60. En Colombia, el Movimiento Revolucionario Liberal (MRL), fundado por López Michelsen, alzaba el puño contra el Frente Nacional. En ese caldo hirviente se cocinaron el Eln, las Farc, el Movimiento Obrero Estudiantil de Colombia, el Partido Marxista Leninista; Antonio Larrota y Federico Arango cayeron en combate, Tulio Báyer entregó armas en el Vichada.

Del MRL —“pasajeros de la revolución, favor pasar a bordo”— nació un brazuelo más radical, las Juventudes, que enviaron a Cuba a un pequeño grupo de muchachos a entrenarse militarmente en tácticas de guerrilla, como tantos miles de jóvenes latinoamericanos. Regresaron a organizar el foco insurreccional en la región de San Vicente de Chucurí, Santander, donde Uribe Uribe —pésimo militar, por lo demás— había licenciado sus tropas después de la derrota de Palonegro y donde había peleado y entregado armas Rafael Rangel, guerrillero liberal. La zona tenía ciertamente su historia, reforzada por las luchas de los obreros petroleros en Barrancabermeja desde los años 20 y por la famosa huelga de estudiantes de la Universidad Industrial de Santander en 1965. Cada capítulo de esta saga aportó tradiciones, hombres y armas, todo favorecido por el clima de renovación profunda que inició el Concilio Vaticano II, que apuntaló el levantamiento de Camilo Torres Restrepo y su vinculación al Eln. Todo sucedió en muy poco tiempo. La muerte de Camilo en Patio Cemento —que marcó nuestra generación— tuvo dos consecuencias contradictorias: de un lado, abrió en el Eln fisuras que terminaron en grietas peligrosas y en el fusilamiento de Medina Morón y de fundadores de la organización, y de otro, la vinculación del movimiento de los curas rebeldes de Golconda, por donde entraron Domingo Laín y Manuel Pérez. Las grietas terminaron sacando del monte a Fabio Vásquez, que se había convertido en un autócrata y que había conducido la organización al desastre de Anorí, donde murieron sus hermanos. El Eln quedó reducido a unas cuantas unidades que abrieron el camino hacia la Serranía del Perijá, donde se recuperó económicamente, gracias a la extorsión a la constructora del oleoducto Caño Limón-Coveñas. El cura Pérez le dio una estructura más flexible y política. El peso del tema petrolero y medioambiental ganó terreno en su programa, pese a brutalidades como la explosión del gasoducto en Machuca. Con las Farc han compartido territorios, enemigos e iniciativas de paz como la de Caracas; también enfrentamientos armados y sangrientos entre las dos guerrillas, tanto en Nariño como en Putumayo. En Alemania, y a la sombra de la Iglesia católica, se abrió la posibilidad de una negociación que la ofensiva conjunta del Ejército y de los paramilitares frustró.

El Eln no quiere ser un socio menor en la negociación. Ni más adelante ni más atrás, pero tampoco en la misma mesa. Los temas víctimas y participación, comunes con las Farc, hacen prever que en un cierto momento tendrán que converger. Sin duda entre las tres partes hay dos negociaciones: una entre las guerrillas y otra entre cada una de ellas y el Gobierno. La historia no transcurre en vano. La puerta de la paz sigue abierta y la participación del Eln fortalece la esperanza.

El Espectador, Bogotá.

 

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