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Alan Kurdi y la hipócrita política migratoria europea

Por Werner Vásquez Von Schoettler / El Telégrafo  

Alan Kurdi, su muerte, a sus tres años de edad, es la expresión fidedigna de la hipocresía de las políticas migratorias europeas. Aquel continente que se jacta de ser una sociedad civilizada, occidental, ha dado claro ejemplo de la decadencia de sus instituciones, de su clase política, pero sobre todo de la estupidez de querer imponer un sistema ideológico perverso como es el neoliberal.

Más allá del cinismo de muchos medios de comunicación que se alimentan del drama de miles de refugiados para aumentar sus audiencias.

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Por Werner Vásquez Von Schoettler / El Telégrafo  

Alan Kurdi, su muerte, a sus tres años de edad, es la expresión fidedigna de la hipocresía de las políticas migratorias europeas. Aquel continente que se jacta de ser una sociedad civilizada, occidental, ha dado claro ejemplo de la decadencia de sus instituciones, de su clase política, pero sobre todo de la estupidez de querer imponer un sistema ideológico perverso como es el neoliberal.

Más allá del cinismo de muchos medios de comunicación que se alimentan del drama de miles de refugiados para aumentar sus audiencias.

Más allá de la locura oportunista de la derecha en cada uno de esos países y en otros como en Estados Unidos donde el tema de los migrantes sirve para nutrir un discurso xenófobo, racista y miserable en todas sus formas con el objetivo de ganar votos y puestos políticos.

Más allá de todas esas formas perversas, de esas patologías que rigen al capitalismo en el siglo XXI está la indolencia de los ciudadanos de cada uno de esos países que de manera directa o indirecta expresan un quemeimportismo generalizado. Un egoísmo social instituido que hace que la vida humana como tal dependa de unos documentos; dependa de la categorización entre legales e ilegales.

Esa miserable lógica de las ciudadanías de primera, segunda o tercera categoría lleva a la bestialidad del reduccionismo de las víctimas a ser noticia efímera: titular descartable. Alan Kurdi es el rostro doloroso de los migrantes que huyen de guerras sangrientas alimentadas y que alimentan el monstruoso negocio de las armas a nivel mundial.

Víctima de fanatismos alimentados por gobiernos, corporaciones que permanentemente se reparten el mundo y sus recursos. Junto a Alan murieron su hermano Galip, de cinco años, y su madre Rehan. Sus nombres, entre otros miles de nombres, eran los sueños de aquellos que buscaban vivir en paz, sin violencia; que buscaban reencontrarse con sus familiares que migraron antes, y que ahora no volverán a encontrarse.

La hipocresía del sistema migratorio europeo-occidental es tal que se rige por eminentes intereses económicos, de cómo sacar provecho de la mano de obra barata para hacer rentables y productivas a sus empresas. Desde enero de este año ya son más de 350 mil emigrantes en el Mediterráneo. Más de 2.600 han muerto.

¿A quién le importan las víctimas? Lo más seguro es que quedarán en las anécdotas, en el morbo de las redes sociales y en la parálisis social; en el silencio cómplice. ¿Cuántos de nuestros migrantes día a día deben padecer por sistemas sociales racistas que los reconocen en medida de cuánto aportan a una economía? Esta es la falsa globalización que nos venden como panacea del libre mercado.

Algunos llegan a la idea perversa de culpar a los propios migrantes por sus desgracias. ¿Qué dirán los banqueros, aquellos que les espanta avanzar a una sociedad con equidad e igualdad? Nada dirán: Alan será otra anécdota en la ignominia noticiosa global del capitalismo perverso: “La humanidad ha naufragado”.

El Telégrafo, Ecuador.

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