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Bombardeos

Por Alfredo Molano Bravo  

La muerte de 11 soldados y los 20 más heridos constituyen un hecho de extrema gravedad que tiene las negociaciones de La Habana en vilo.

Es muy explicable que el Gobierno haya decidido revocar la orden de suspender los bombardeos para no ser bombardeado por la extrema derecha, que ha encontrado el mejor argumento para descargar toda su obsesión guerrerista contra los esfuerzos que hacen las fuerzas beligerantes para llegar a un acuerdo sólido de paz.

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Por Alfredo Molano Bravo  

La muerte de 11 soldados y los 20 más heridos constituyen un hecho de extrema gravedad que tiene las negociaciones de La Habana en vilo.

Es muy explicable que el Gobierno haya decidido revocar la orden de suspender los bombardeos para no ser bombardeado por la extrema derecha, que ha encontrado el mejor argumento para descargar toda su obsesión guerrerista contra los esfuerzos que hacen las fuerzas beligerantes para llegar a un acuerdo sólido de paz.

Uribe estaba arrinconado porque el cese bilateral estaba funcionando y la subcomisión sobre desescalamiento avanzaba. Sus alfiles disparaban balas trazadoras muy sospechosas sabiendo, como sabían ya, que Sabas Pretelt, Diego Palacio y Alberto Velásquez estaban en la puerta de la cárcel. El escenario estaba preparado y sólo faltaba lo que pasó: 50 soldados durmiendo o descansando en un polideportivo de una vereda sin tomar, al parecer, precauciones suficientes para impedir ataques sorpresivos de los llamados pisahuevos.

El Ejército estaba advertido de la existencia de comandos guerrilleros en la zona, porque había tenido contactos con ellos. La población civil le había pedido a la Brigada que no acampara en áreas civiles como escuelas y recintos públicos. Más aún, los soldados iban a la caza de alias Chichico, un personaje de alto rango en la columna Miller Perdomo de las Farc, sin apoyo aéreo. No estoy justificando el brutal golpe, pero no todo en la guerra es blanco o negro. Hay zonas grises que ninguna de las partes suele aclarar.

En realidad, de la guerra poco sabemos los que en ella no estamos metidos, porque entre nosotros y los combatientes median los boletines redactados por especialistas en propaganda política. Detrás hay estrategias que le son veladas a la prensa, pero también a veces se cuelan interrogantes que la opinión pública se plantea: ¿Qué quiso decir el presidente al pedir a las Fuerzas Armadas “no bajar la guardia”? ¿Qué quiso decir Martín Santos al escribir en su Twitter que “AUV vive del muerto”? El estudio balístico de Medicina Legal afirma que “las trayectorias intercorporales son de diferentes ángulos, situación que es compatible con una condición de emboscada en la que los disparadores están en un área perimetral”. ¿Cómo llegaron los disparadores al área perimetral sin ser detectados por soldados profesionales?

Presionado por Cambio Radical, Santos dijo en el entierro de los militares que había que ponerle plazo al acuerdo. La coalición de gobierno tiene la fecha de elecciones como el límite de su paciencia. En cambio el límite de las Farc es la profundidad de los acuerdos, es decir, las garantías. En cierta medida el tiempo corre en contra de Santos, pero, ciertamente, el “desconcierto” de la opinión pública del que habla el procurador está en contra de las Farc.

Los hechos deben ser investigados y la mediación de los países garantes de las negociaciones —Cuba, Noruega, Suecia y Chile— es urgente. El proceso no es irreversible, pero tampoco puede avanzar a punta de adjetivos y condenas. El hecho merece repudio, como todo hecho de guerra, más en medio de los convenios que parecían tocarse con la punta de los dedos. El 6 de abril de 1955, Rojas Pinilla ordenó el bombardeo de Villarrica, un pueblo cafetero de Tolima, y el conflicto no se resolvió con napalm.

El Espectador, Bogotá.

 

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