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Brasil-Argentina: el retorno del Neocon

Por Juan Labiaguerre / Resumen Latinoamericano   

La asunción de un gobierno de “derecha liberal”, como el argentino presidido por Mauricio Macri, junto al golpe de Estado “institucional” en Brasil contra Dilma Rousseff, forzado por una entente parlamentaria sumida en una corrupción extendida, dan cuenta del pretendido retorno de un neoliberalismo ya agonizante a fines del siglo pasado. Los términos utilizados por esta corriente ideológica (en lo sustancial político-económica) semánticamente resultan ambiguas, insustanciales y encubridoras de la realidad social que generaron, y continúan haciéndolo, las derivaciones fácticas de la aplicación de esta “doctrina”.

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Por Juan Labiaguerre / Resumen Latinoamericano   

La asunción de un gobierno de “derecha liberal”, como el argentino presidido por Mauricio Macri, junto al golpe de Estado “institucional” en Brasil contra Dilma Rousseff, forzado por una entente parlamentaria sumida en una corrupción extendida, dan cuenta del pretendido retorno de un neoliberalismo ya agonizante a fines del siglo pasado. Los términos utilizados por esta corriente ideológica (en lo sustancial político-económica) semánticamente resultan ambiguas, insustanciales y encubridoras de la realidad social que generaron, y continúan haciéndolo, las derivaciones fácticas de la aplicación de esta “doctrina”.

De acuerdo a dicha concepción, se procura equiparar al mercado a un ente naturalizado que regularía igualitariamente el devenir de la sociedad, aunque las “leyes” de su accionar concreto están invadidas -en su integridad- por relaciones socioproductivas asimétricas, con flagrante dominación de los factores del capital sobre los correspondientes al trabajo. Los dictámenes mercantiles remiten a aquellas propuestas obviamente de manera interesada, sin ningún ambage, por los grupos económico-financieros, y sus adláteres mediáticos, concentrados y hegemónicos.

Además, la expresión “inversiones” es ambivalente y, por medio de la implementación del dogma neoliberal, deviene prioritario el sentido esencial de adquisición de diversas mercancías o servicios, a fin de expoliar a sus usuarios, apropiándose de rentas discrecionales, intereses cuasi-usurarios, dividendos arbitrarios y plusvalores indiscriminados. El significado de inversión en una economía real alude al financiamiento del desarrollo productivo, a través de actividades provechosas desde una perspectiva colectiva y mínimamente comunitaria: esgrimir igual vocablo en operaciones heterogéneas -y hasta antagónicas- con relación a los aspectos cruciales de ellas implica distorsionar, en forma malintencionadamente engañosa, el sentido de las bases sustentadoras de las “fuentes de riqueza”. Esa confusión tramposa induce a ubicar en el mismo plano la creación de bienes materiales y la explotación, mediando su comercialización meramente especulativa financierizada, cuando en realidad se trata de dos procesos radicalmente diferenciados, y eventualmente contrapuestos [Sayer].

Los Estados gestionados por la alianza “Cambiemos” en la Argentina, y por la presidencia provisional de Michel Temer en la República Federativa vecina, reiteran un relato centrado en el latiguillo de los “males” heredados de los gobiernos precedentes, entre los cuales prima como caballito de batalla la apelación al accionar corrupto de aquéllos. Mientras tanto, día a día se “destapa la olla” sobre las imputaciones -ampliamente fundadas- acerca de las irregularidades delictivas de los miembros, y allegados, de ambas nuevas administraciones públicas limítrofes, coincidiendo en las puestas en escena, por vía de montajes divulgadísimos por el “periodismo independiente”, destinados a ocultar su incapacidad evidente en pos de gobernar en dirección a la realización del bien común o del bienestar general. Dada su matriz empresarial privada, intentan legitimar infructuosamente (pese al apoyo abrumador de los medios de mayor circulación y/o audiencia) el carácter hipotéticamente indispensable de los mega-ajustes fiscales tendientes a “sincerar” los respectivos presupuestos nacionales, dados los supuestos y monumentales desarreglos contables provocados por las anteriores presidencias, redistributivas y progresistas.

En cuanto a las denuncias en referencia a las corruptas demagogias populistas, tanto del Frente para la Victoria kirchnerista, como del Partido de los Trabajadores [Lula – Dilma], el cinismo de los “liberadores” argentinos, y de los destituyentes brasileños, alcanza su extremo paroxismo, si se consideran los señalamientos dirigidos a los integrantes del neoconservadurismo ahora gobernante en los dos países. Por caso, Macri asumió la presidencia encontrándose procesado -luego “sobreseído” por su partido judicial adicto-, idéntica situación a la del designado presidente del BCRA, aun sin sobreseimiento en la causa por el “megacanje” de la pretérita “Alianza I”, hace 15 años, que condujo al derrumbe institucional de la nación. Por otro lado, el principal propulsor del juicio político a Rousseff debió renunciar a su banca parlamentaria, debido a su implicación en enormes hechos de corrupción, al tiempo que a la presidenta suspendida se la enjuició por un mero “pedaleo fiscal”, que no constituye delito alguno, sino una desprolijidad administrativo-contable, por otra parte “admitido” de modo consuetudinario a escala transnacional.

A pesar del actual déjà vu neoliberal, al reanimarse artificialmente un cadáver incinerado, como si fuera el “ave fénix” -aunque se lo creyera bajo tierra de manera terminal y absoluta-, esta vertiente teórico-práctica de la política económica atraviesa en nuestros días una coyuntura intelectual crítica. Asistimos a un cuestionamiento severo a la credibilidad masiva que afrontan los programas neocon, en contraste con los gobiernos reguladores y “redistribucionistas” recientes, en el contexto latinoamericano, dentro del marco de la crisis financiera planetaria globalizada. Sin embargo, las elites minoritarias dirigenciales que fomentan el renacimiento del neoliberalismo continúan manipulando su permanencia en el poder, institucional o “de hecho”, en aras de preservar su dominio sobre la mayoría de los estratos sociales en sus países [Lebaron].

Esta corriente política reaccionaria carece en la actualidad de los atributos característicos, ni de los recursos propicios, que detentaba otrora a fin de imponer su hegemonía incondicional. No obstante ello, las corporaciones concentradas predominantes de la economía mundial, sobre todo los centros del poder financiero y mediático que someten a la aldea global a sus designios arbitrarios, conservan su “status” prevaleciente. Los presupuestos axiomáticos, y su prognosis consiguiente, de una concepción teórica refutada empíricamente en innumerables experiencias, llevadas a cabo en distintas sociedades durante varias décadas, y vinculados a la hipotética eficiencia natural del funcionamiento del mercado, cayeron en una profunda inverosimilitud colectiva, al haber engendrado en los países europeos -por ejemplo- un incremento exorbitante de la precariedad y la inequidad en las condiciones integrales de existencia entre los habitantes del “viejo continente”. Asimismo, el conservadurismo liberal tampoco cuenta con el apoyo genuflexo convencional de las fuerzas armadas de la mayoría de las naciones, a partir de las transformaciones operadas en los mecanismos neocoloniales o imperialistas, desde fines de la “guerra fría” a comienzos de los años noventas.

Los poderosos grupos capitalistas que ubicaron, directamente, a sus representantes ejecutivos en el gabinete de la gestión presidencial  macrista,  responden a la “salida” de la gran crisis financiera planetaria desatada en el año 2008. El gerenciamiento privatista de los ministros de la agrupación “Pro” es puesto en práctica por personal jerárquico dependiente de los organismos crediticios y megabancos internacionales, entidades causantes de aquella coyuntura crítica. A su vez, ésta había devenido resultante de los movimientos especulativos desorbitados que generaron el ascenso neoliberal, entre finales de la década de los setentas y los años ochentas, reinado rubricado en el último decenio del siglo XX. Dicho proceso revulsivo y nefasto aconteció en el escenario cumbre de la caída del muro de Berlín, la “globalización” del pensamiento único postmoderno, que económicamente implicó, salvando las distancias, el retrotraimiento al capitalismo salvaje de raigambre decimonónica, y sobre las cenizas de un keynesianismo bienestarista, por otro lado ya caduco.

En el transcurso del apogeo triunfal del neoliberalismo, éste fogoneó mecanismos de transnacionalización y financierización, en el marco de un sistema capitalista “mundializado” promotor, a su vez, del aumento exponencial de las maniobras especulativas en la órbita planetaria de las finanzas, tanto en las naciones del primer mundo como así también en las “emergentes” y subdesarrolladas, reemplazando al fundamento de la acumulación y la distribución de bienes y riquezas basado en las inversiones al  desarrollo de la producción. Tal fenómeno condujo a una dinámica de concentración del capital “global” en un número acotadísimo de actores económicos, lo cual propició una evolución progresiva que mutó nodalmente la esencia, los procedimientos de extracción de plusvalía, y hasta la propia estructuración de los grupos económico-financieros predominantes, a escala internacional (Beinstein). El mencionado proceso de acumulación capitalista remite, en lo sustantivo, a la propiedad de activos de carácter financiero, verbigracia documentación correspondiente a cancelación de deudas, obligaciones a futuro, y “papeles” derivados de esas operaciones, además de otros títulos fiduciarios, carentes de valores reales “físicos” y/o de representación de bienes tangibles, sino  reflejando un compromiso que alguien debe pagar. Esos valores se denominan fiduciarios ya que se asientan en la “fe” acerca de que la obligación deudora emitida resultará resarcida, y portarían entonces una simple atribución especulativa. En consecuencia, “la especulación infló el valor de estos papeles, o sus derivados, creando una burbuja que en su momento estalló; cuando quienes estaban comprometidos a pagar no lo hicieron y se cortó la cadena de pagos, el sistema cayó como un castillo de naipes” (Dellatorre); ello ocurrió a partir del año 2008 en el escenario de los países centrales.

La peculiaridad específica de la descripta instancia crítica del sistema neoliberal, experimentada en el espacio mundial, consiste en que los Estados dotados de mayor poderío geopolítico, y económico-financiero, delegaron la resolución de esa grave coyuntura en el accionar, paradójicamente, de los organismos y entidades generadores y responsables de tal crisis, es decir las mismas corporaciones, empresas financieras y firmas bancarias. Era lógico, por ende, que la “salida” fuera promovida mediante  las arcas públicas estatales, las cuales proveyeron el salvataje de los bancos en bancarrota, al recapitalizarlos con el propósito objetivo de que se encontraran en condiciones de “solidez” como para poder reiterar la concreción de los manejos puramente especulativos y volátiles, renovando sus operaciones, reciclando financieramente las burbujas.

El neoliberalismo sobrevivió a la coyuntura sistémica apremiante citada y, más aun, “salió” de ella repotenciado; a posteriori de esa “solución” acontecieron eventos de incidencia transnacional más agravada, como era de prever: los sectores globales enormemente beneficiados por dicho proceso se circunscriben elitistamente a ciertos grupos corporativos hiperconcentrados. La desregulación ilimitada del “mundo financiero” dieron pábulo a una condensación desmadrada de capitales rapaces, mientras que  esta dinámica ocasionó, por ejemplo, a que el Deutsche Bank acumulase 75 billones de dólares merced a derivados financieros, monto que en 2015 equivalía a 22 veces el PIB alemán, y 4,6 veces el del conjunto de la Unión Europea (Beinstein). En América del Norte, sólo 5 entes bancarios estadounidenses atesoraron valores “derivados” que alcanzaron los 250 billones de dólares, equparables a 14 veces el PIB anual de los EE.UU., o 3,4 veces el PIB planetario. Los bancos señalados son Citigroup, JP Morgan, Goldman Sachs, Bank of America y Morgan Stanley, con vínculos fehacientes respecto del gabinete ministerial, u otras dependencias estatales, del P.E.N. argentino a cargo del frente político “Cambiemos”.

Un conjunto de ex-CEOs de entidades financieras transnacionales de inversión forman parte, en el gobierno macrista, de la cartera de Hacienda y Finanzas, del BCRA, de la Comisión Nacional de Valores, de la ANSES, de la Unidad de Información Financiera, de Yacimientos Petrolíferos Fiscales, del Banco Nación, e incluso del propio Ministerio de Desarrollo. JP Morgan constituye el ente que cuenta con mayor número de representantes en la administración pública del “Pro”, aunque también revistan en el mismo el Deutsche Bank, Morgan Stanley, Citigroup, Barclays, Merrill Lynch, Goldman Sachs y Chase Bank (Zaiat).

Un conglomerado de casi treinta gerentes ejecutivos, ligados previamente a alguna de esas corporaciones multinacionales, ejerce funciones públicas dentro de la gestión presidencial de Macri, mientras que la mayor parte de ellos se ha desempeñado de algún modo en Wall Street. Este arribo intempestivo llama la atención un país políticamente soberano y económicamente  autónomo.  El centro financiero mundial, ubicado en la “potencia del norte”, es proclive a ubicar en su propio gobierno nacional en determinadas funciones-clave a ciertos personeros de aquel ente, y ulteriormente poner en práctica su gran poder lobbysta a fin de  obtener arbitrarias y discrecionales concesiones a favor de acentuar y extender impunemente sus descomunales negociados.

El “gerenciamiento Cambiemos” en la Argentina superó el desarrollo de la antedicha práctica local en los EE.UU., al ceder sin ninguna intermediación la conducción de algunos órganos estratégicos del Estado a los actores decisores, en última instancia, de la esfera financiera global de un capitalismo neoliberal, estructuralmente corrupto. Resulta, cuanto menos, de enorme patetismo que esa política exterior fuera presentada como el “reingreso del país al mundo”.

Dentro del panorama expuesto, el presidente argentino Mauricio Macri, junto a la empresa de su familia y funcionarios oficiales o allegados al “Pro” (el partido  político del mandatario), se encuentran en el “candelero” del escándalo internacional desatado a través del relevamiento de los “Panamá Papers”. En efecto, ese grupo de personas está involucrado en la posesión de firmas o cuentas off shore en distintos paraísos fiscales del planeta.

Resumen Latinoamericano, Buenos Aires

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