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Cambiar poco, cambiar mal: Congreso santista

Por Jaime Enríquez Sansón  

Pocas veces en la historia habíamos visto un espectáculo tan deplorable y en pocas ocasiones se había desnudado tanto nuestra flaca democracia como en las últimas actuaciones del congreso santista de Colombia.

Sin vergüenza alguna, sin el menor pudor, como si se tratara de la feria de pueblo del peor gusto, como si se tratara de una puja en la que se dice en voz alta el precio de un cachivache, los voceros del gobierno exponían los textos – en la mayoría de los casos manipulados durante todas las sesiones previas y acordadas entre telones en los conciliábulos gubernamentales – exponían los textos, decimos, y luego agregaban la recomendación: “Recomendamos votar sí” o “recomendamos votar no” según la voluntad del inquilino de la Casa de Nariño.

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Por Jaime Enríquez Sansón  

Pocas veces en la historia habíamos visto un espectáculo tan deplorable y en pocas ocasiones se había desnudado tanto nuestra flaca democracia como en las últimas actuaciones del congreso santista de Colombia.

Sin vergüenza alguna, sin el menor pudor, como si se tratara de la feria de pueblo del peor gusto, como si se tratara de una puja en la que se dice en voz alta el precio de un cachivache, los voceros del gobierno exponían los textos – en la mayoría de los casos manipulados durante todas las sesiones previas y acordadas entre telones en los conciliábulos gubernamentales – exponían los textos, decimos, y luego agregaban la recomendación: “Recomendamos votar sí” o “recomendamos votar no” según la voluntad del inquilino de la Casa de Nariño.

Por eso, con toda razón, al referirse al denominado Plan de Desarrollo, ha expresado el senador del Polo Democrático Alternativo Jorge Robledo que “… es por completo inaceptable”, para aducir: “… metieron dentro de una ley un poco de leyes y esto a todas luces es ilegal, además hay un exceso de facultades reglamentarias al poder Ejecutivo, a los ministros y al presidente de la República, y eso es ilegal también, porque la Corte Constitucional ha sido precisa en señalar que el congreso no puede ceder de esa manera sus facultades legislativas”.

Al mirar las sesiones de los legisladores, el espectador desprevenido poco a poco caía en el desespero. No son válidos en el congreso ni los argumentos más racionales, ni las objeciones más evidentes porque los esgrime la oposición o porque no tienen origen en las mayorías santistas. Todo se ha pactado en forma previa y la realidad no puede ser más descarnada e innegable: cambiar poco, cambiar mal para dejar todo igual. Porque en el fondo las ventajas para los dueños del poder y para los distribuidores de estímulos y canonjías siguen inalterables. La forma descarada como el presidente o el vicepresidente se pasean por la provincia para asignar o disponer de los recursos oficiales, la distribución de los millones de las regalías con destino específico y con destino a obras que tienen nombre propio, evidencian la realidad: el presidente Santos está construyendo, está dibujando a pulso el nuevo mapa político del país tal y como debe quedar luego de las elecciones de octubre y de paso organiza la gran maquinaria que llevará a la presidencia al irascible nieto de Lleras Restrepo. Y que no nos vaya a sorprender cualquier triquiñuela porque al fin y al cabo la historia ya deja feas experiencias: cuando se recuerda la elección de Pastrana Borrero hay que notar que quien manejaba los hilos del poder era el presidente Carlos Lleras y que el escamoteo – el cual nadie puede ocultar – el escamoteo de resultados y la pérdida de las elecciones de Rojas Pinilla fue obra del gobierno. No hay que insistir tanto en el beneficiado cuanto en el beneficiario. La truculenta aparición del presidente Lleras en el canal único de la televisión nacional esa noche de abril de 1970, llevó a la casa presidencial a quien obsequió a los colombianos la tragedia del Upac y de paso originó la rebeldía del M-19.

Como los tiempos han cambiado y el sistema se fortalece con la experiencia a diferencia del pueblo que olvida y cae en los mismos errores, ahora se prepara con la suficiente anticipación todo el engranaje de un desalmado dispositivo que debe garantizar, después de Santos, los ocho años de Vargas Lleras. Luego vendrá la puja entre los Gaviria, los Galán y cuantos ya estén en las cunas haciendo fila para manejar el destino de los más de cuarenta millones de siervos sin tierra del país de Caballero Calderón… de nuestro país de todos los días.

“Su ilegalidad es perfectamente manifiesta”, añadió Robledo en reciente entrevista radial y refiriéndose a la aprobación del Plan de Desarrollo. ¿Y qué? Si en las mismas denominadas Altas Cortes cunde el pánico y se dan las condiciones para que se enzarcen en una descarada batalla campal ante el miedo difundido desde la Casa de Nariño de que les harán perder sus prebendas o les quitarán la puerta giratoria. Y mientras los magistrados pelean impúdicamente entre sí y algunos, a través de la Comisión Interinstitucional de la Rama Judicial, claman a gritos incluso por una Asamblea Nacional Constituyente (que sin el fantasma de la manipulación santista podía ser en el fondo una solución), otros hacen lobby en los pasillos del congreso o en las fincas de los senadores y representantes, para implorar por la supervivencia del statu quo que mantiene sus gangas y sinecuras a costa de la miseria de las grandes mayorías irredentas de los colombianos.

Sí. En el caso del Plan de Desarrollo, en la Reforma de la Justicia, en el utópico Equilibrio de Poderes, en cuanta materia se toque, el congreso es mayoritariamente, apabulladoramente santista. Y se hacen las recomendaciones en voz alta, sin temor, con la arrogancia del amo de la hacienda o de la dueña del quilombo porque, tal vez para proyectar una falsa imagen positiva en el exterior, la consigna es una sola: cambiar poco o cambiar mal, para dejar todo igual.

jrenriquezs@yahoo.com

 

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