Nacional
Censura
Por Alfredo Molano Bravo
No se puede llamar de otra manera el fallo del Tribunal de Cundinamarca a raíz de la tutela interpuesta por un grupo de católicos y católicas recalcitrantes para impedir que en el Claustro de Santa Clara, que es un museo y no una iglesia, se abriera la exposición titulada Mujeres ocultas, de María Eugenia Trujillo.
Se trata de un conjunto de obras cuya belleza y originalidad residen no sólo en el vínculo esencial que la autora busca mostrar entre lo sagrado y la mujer
Por Alfredo Molano Bravo
No se puede llamar de otra manera el fallo del Tribunal de Cundinamarca a raíz de la tutela interpuesta por un grupo de católicos y católicas recalcitrantes para impedir que en el Claustro de Santa Clara, que es un museo y no una iglesia, se abriera la exposición titulada Mujeres ocultas, de María Eugenia Trujillo.
Se trata de un conjunto de obras cuya belleza y originalidad residen no sólo en el vínculo esencial que la autora busca mostrar entre lo sagrado y la mujer
—la mujer íntima, la mujer palpitante—, sino en la delicadeza de las figuras: vaginas, corazones, miradas, elaborados con mostacilla, bordados con hilos de oro e incrustaciones de piedras preciosas, montados sobre custodias y celosías. Joyas piadosas de altísimo valor estético y cultural. Vaginas empotradas en custodias que la artista llama La Morena, La Guardiana, La Rosita, nombres de la más auténtica tradición católica como La Pequeña, La Grande, La Preciosa, que se guardan celosamente en la catedral y son mostradas sólo en ocasiones muy especiales para exponer y venerar el cuerpo sagrado de Cristo, representado en una hostia.
Mujeres ocultas sólo puede ofender a alguien cuando ese alguien considera los órganos sexuales partes sucias, pecadoras, diabólicas del cuerpo humano. Detrás de esa condena hay una sombra de morbosidad oculta que sugiere un horror por la sexualidad. Cuando yo estudié anatomía en cuarto de bachillerato, el cuerpo humano se suspendía en el ombligo y volvía a comenzar en las rodillas. Se ignora el espíritu común que hay entre el éxtasis de los místicos y de los santos y el orgasmo de obispos y de putas. Ciertamente lo que la artista quiere decir, según dijo, es que la mujer, sus partes íntimas, sus partes más sensibles como el corazón, la vagina, las venas y los ojos, están custodiadas y enclaustradas por esa interpretación de la sexualidad.
Pura beatería, añado. ¿No han visto acaso los ojos de la Virgen de la Macarena con sus lágrimas de plata enamoradas y derramadas por los toreros, o los pies de la Inmaculada Concepción —apenas asomados bajo el manto—, tan sugerentes y tan pequeños? Hay caminos secretos —pero llanos— entre la sexualidad y la religión, entre el erotismo y la mística. Si San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Ávila pudieran desnudarse en público, más clara nos parecería la obra de María Eugenia.
Un grupo de damas y de caballeros que se bautizaron como Voto Católico, azuzados por el procurador —según confesión de uno de los miembros de la cofradía—, optaron por apelar a los tribunales para impedir que la gente, la “decente”, y la otra, el vulgo, asista a la exposición que se debió inaugurar el 28 de agosto pasado. El fallo es inquisitorial, una burda censura contra la libertad de expresión que, para el Voto Católico, suena a herejía y huele a azufre. Puro libertinaje de la masonería criptocomunista, como diría monseñor Builes. El Voto Católico me hace recordar la basílica del Voto Nacional, construida en la Plaza de los Mártires de Bogotá para dar gracias al Sagrado Corazón de Jesús por el triunfo conservador en la Guerra de los Mil Días.
¿No se trata del mismo espíritu reaccionario, ultramontano, hipócrita y violento? La ministra de Cultura aceptó el fallo, como era su obligación, pero prometió impugnar la decisión en defensa de la libre expresión. ¡Que el Señor inspire a los magistrados como iluminó a los que permitieron la adopción de niños por parejas homosexuales! La censura del Tribunal Administrativo de Cundinamarca sale el mismo día en que llega a Bogotá J.M. Coetzee, premio nobel de literatura 2003 y autor, entre otros, del famoso libro Contra la censura. Ensayos sobre la pasión por silenciar. Para mí, la decisión de censurar una manifestación artística como la de Mujeres ocultas, de María Eugenia Trujillo, se inspira en la misma pasión fascista que prohíbe las corridas de toros en Bogotá.
El Espectador, Bogotá.