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Contraste

Por Emilio Sardi  

Dos eventos, uno internacional y el otro nacional, mostraron recientemente el gran contraste que existe entre quienes saben lo que quieren y quienes no tienen ni idea de para donde van. Uno fue la recuperación de Crimea por Rusia. El otro, el despertar de los gremios del agro

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Por Emilio Sardi  

Dos eventos, uno internacional y el otro nacional, mostraron recientemente el gran contraste que existe entre quienes saben lo que quieren y quienes no tienen ni idea de para donde van. Uno fue la recuperación de Crimea por Rusia. El otro, el despertar de los gremios del agro a los inmensos daños que este sufrirá a raíz de los innumerables TLC que Colombia ha firmado tan irresponsablemente.

La península de Crimea reviste gran importancia estratégica para Rusia, país del que fue parte por casi tres siglos, hasta que Kruschev se la donó a Ucrania. Como en ese entonces Rusia dominaba la Unión Soviética, de la que Ucrania era parte, esta donación fue aceptada por los rusos sin mayor discusión, y ya disuelta la Unión Soviética, Rusia continuó controlando Crimea a través de su relación con los gobiernos ucranianos. Esto cambió con los recientes sucesos políticos en Ucrania, que hicieron evidente que la injerencia rusa en sus asuntos internos iba a terminar.

Ante este hecho, Rusia decidió recuperar el manejo directo de Crimea. No era difícil, puesto que la población es mayoritariamente rusa, y actuó con la decisión y celeridad de quien sabe qué quiere y por qué lo quiere. Y lo ha hecho aunque las Naciones Unidas y las grandes potencias manifiesten su rechazo y amenacen con sanciones. Rusia sabe bien que los otros comprenden la importancia de Crimea para ella y que, después de algún teatro y unas ‘sanciones’ más simbólicas que reales, todo volverá a la normalidad. Y Crimea habrá vuelto a ser formalmente rusa.

Es total el contraste de esta claridad de objetivos y decisión de actuar con lo que le ha sucedido al agro colombiano con los TLC. Tratados estos, por cierto, impuestos a Colombia por países que sí sabían qué querían, mientras Colombia ponía a aceptarlos (¡que no ha negociarlos!) a un batallón de burócratas incompetentes, en quienes era tan evidente la falta de deseo de defender el interés nacional como la ausencia de objetivos.

Si no fuera tan patética, sería risible la participación de los gremios de la producción agrícola en esos tratados. A pesar de que voces autorizadas les hicieron ver los riesgos que amenazaban a quienes supuestamente defendían, nunca adoptaron una posición valiente y decidida en defensa de la producción nacional, y se limitaron a dar brinquitos de un lado a otro, tratando de esquivar los daños y buscando que les cayeran a otros sectores. Nunca vieron que se estaba tejiendo una telaraña para entregar la producción nacional a cambio de unos beneficios para unos pocos privilegiados.

Apenas ahora, al concluirse la entrega del agro en la Alianza del Pacífico se han percatado del daño que van a sufrir, y por primera vez han manifestado en lenguaje claro su inconformidad. Como el Ministro de Agricultura anda muy ocupado convenciendo a todos los campesinos de que todos deben cambiar de cultivo, fue el de Comercio el encargado de decirles que no se quejaran porque la competencia con los subsidios de los otros países los volverá (nadie sabe cómo) más eficientes. Los gremios deberán ahora decidir si agachan la cabeza una vez más o, con claridad y firmeza, exigen que se reversen por lo menos las entregas más torpes de lo que en mala hora se aceptó en esos tratados. Hasta los países que nos han clavado saben que la supervivencia y desarrollo de su campo son más importantes para Colombia que Crimea para Rusia. Deberían aceptar.

4 abril de 2014

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