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De uno a otro 11 de abril, de Quebec a Panamá

Por Luis Salas Rodríguez / CELAG  

Este 11 de abril se cumplen 13 años del golpe de estado contra el presidente Hugo Chávez. Y quiso la historia que este aniversario coincidiera con la realización de la VII Cumbre de las Américas, tal vez la más importante de todas las que se han realizado hasta los momentos.

Un año antes de aquel 11 de abril de 2002, se realizó la III Cumbre de las Américas en Quebec, Canadá. Cumbre que pasó a la historia por tres razones fundamentales: la primera porque se ratificó la Carta Democrática aprobada el 11 de septiembre de 2001, mismo día del “atentado” de las torres gemelas.

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Por Luis Salas Rodríguez / CELAG  

Este 11 de abril se cumplen 13 años del golpe de estado contra el presidente Hugo Chávez. Y quiso la historia que este aniversario coincidiera con la realización de la VII Cumbre de las Américas, tal vez la más importante de todas las que se han realizado hasta los momentos.

Un año antes de aquel 11 de abril de 2002, se realizó la III Cumbre de las Américas en Quebec, Canadá. Cumbre que pasó a la historia por tres razones fundamentales: la primera porque se ratificó la Carta Democrática aprobada el 11 de septiembre de 2001, mismo día del “atentado” de las torres gemelas.

La segunda, porque se aprobó el cronograma definitivo para la entrada en vigencia del ALCA. Y la tercera, porque fue la primera cumbre en que el consenso con que se tomaban las decisiones fue roto.

El encargado de romper este consenso fue Hugo Chávez Frías. Y lo hizo en tres temas fundamentales: al criticar la exclusión de Cuba de la OEA, el carácter interventor y no plenamente democrático de la Carta Democrática y oponiéndose a al ALCA, al cual consideraba un instrumento de coaptación de las soberanías nacionales y de profundización de las desigualdades. Ya en aquellos tiempos Chávez levantaba las banderas de la democracia participativa y protagónica como régimen superior la simple democracia representativa y delegativa (una de las principales contribuciones –sino la principal- de la Constitución de 1999). Y estando en la Cumbre quiso de hecho predicar con el ejemplo aquello de “escuchar al pueblo” al intentar dialogar con los manifestantes antiglobalización apostados a las afueras del complejo de edificios donde ésta se llevaba a cabo, lo cual fue impedido por un fuerte cordón policial.

Los principales diarios de la región y del mundo –esos que hoy arremeten contra el presidente Maduro, Cristina Fernández, Rafael Correa, Evo Morales y compañía- titulaban así: “Hugo Chávez fue la voz disidente en el coro hemisférico“. “Chávez fue la oveja negra en la Cumbre de Quebec“. Y más allá del tono despectivo, en líneas generales tenían razón: Chávez era la nota discordante no solo en una región cuyos gobiernos estaban plenamente apegados al “consenso” dictado desde Washington, sino en un mundo que bajo la declaración de guerra global contra el terrorismo de George W. Bush, asistía pasivamente a la instalación del unilateralismo norteamericano.

Cinco meses antes del golpe de abril, 6 meses después de la Cumbre de Quebec y tan solo dos del “atentado” contra las Torres, entre Washington y Caracas se elevaron las tensiones tras la denuncia del presidente Chávez de los bombardeos contra población civil afgana por parte de la fuerza aérea norteamericana, a los que no dudó en calificar de asesinatos. Cuenta la leyenda, que de manera inmediata la entonces embajadora gringa Donna Hrinak le solicitó una entrevista, durante la cual le comunicó las exigencias del Departamento de Estado de no criticar la política exterior de la Casa Blanca. Chávez la interrumpió diciéndole “Ud. está hablando con el Jefe del Estado. Respecto de su posición, usted no se comporta de manera apropiada, por favor, retírese ahora.” Luego de ese episodio la embajadora fue llamada a consulta por la Casa Blanca hasta que en enero de 2002 definitivamente abandonó el país.

Luego de este incidente, y a medida que avanzaba el año 2002, las declaraciones de funcionarios norteamericanos se hicieron cada vez más recurrentes: Condolezza Rice, Collin Powel, Ari Fletcher, prácticamente no hubo quien no se pronunciara contra el presidente Chávez u “opinara” sobre la situación venezolana. En febrero le tocó el turno al entonces director de la CIA, George Tenet, quien en una presentación ante el Comité de Inteligencia del Senado manifestó preocupación por la situación de seguridad en América Latina, pero en especial sobre Venezuela. Literalmente, señaló estar preocupado por Venezuela “nuestro tercer mayor proveedor de petróleo” pues la “insatisfacción doméstica con la revolución bolivariana del presidente Chávez está creciendo, las condiciones económicas se han deteriorado con la caída de los precios del petróleo, y la atmósfera de crisis probablemente va a empeorar”.

Un día después del pronunciamiento de Tenet, en el marco de un Foro oposicionista realizado en el Hotel Caracas Hilton, un coronel de la aviación militar de nombre Pedro Soto se pronunció contra el presidente Chávez. Fue el primero de una serie de oficiales activos que salieron a manifestar su no subordinación al presidente como antesala al alzamiento de abril.

Charles Shapiro, el reemplazo de Donna Hrinak, llegó al país en marzo. Se trataba de un personaje sin mucha experiencia diplomática pero sí en actividades conspirativas: había sido agregado militar en el Chile de Allende y en cuanto tal colaborador activo de los planes de desestabilización de su gobierno. Luego, sirvió en El Salvador y Nicaragua durante los 80, es decir, los años de la guerra sucia. Shapiro, una vez llegado a nuestro país, se involucró inmediatamente en las actividades golpistas y fue junto al embajador español el primero en reconocer a Carmona Estanga, el presidente de facto nombrado pr los golpistas, quien venía de ser el líder de la gremial patronal FEDECAMARAS.

La participación de militares norteamericanos en el golpe de abril es hoy un hecho público, notorio y comunicacional. Y también se sabe de la participación y apoyo de funcionarios de la embajada en el sabotaje petrolero de finales de 2002 y principios de 2003, cuyos protagonistas fueron los autodenominados “meritócratas”, el cuerpo gerencial legado por las transnacionales tras la nacionalización del petróleo y responsables, entre otras cosas, del proceso de reprivatización en los 80 y 90. Los “meritócratas” se opusieron desde el vamos a la política de soberanía energética del presidente Chávez, que comenzó por prohibir la privatización de PDVSA, restaurar el esquema fiscal desmantelado durante los años de “apertura” e “internacionalización” y rescatar la OPEP.

Todo lo cual nos lleva al corazón de esta historia, pues pareciera estar claro que el factor gravitante en las relaciones entre Estados Unidos y Latinoamérica, entre Estados Unidos y Venezuela, es el poder que implica la oportunidad de disponer de manera soberana de los recursos económicos y hacer uso también soberano de las políticas económicas. Y esto, que terminando el siglo y al menos hasta el 2001 era estrambótico siquiera pensarlo, resulta hoy día ya no una posibilidad sino una realidad que, en menos de una década, dio vuelta a la tortilla de las relaciones hemisféricas.

Esta nueva realidad continental quedó plasmada en la IV Cumbre de las Américas, que se reunió en 2005 en Mar de Plata, Argentina. Según el cronograma acordado, ya para enero de ese año el ALCA debía estar vigente, pero la negativa de los países del MERCOSUR y particularmente de Venezuela y Argentina así lo había evitado. Originalmente, la Cumbre de Mar de Plata no tenía entre sus objetivos discutir el ALCA, sin embargo, la presión de Estados Unidos y Canadá así como la colaboración de gobiernos como el de México (presidido por Vicente Fox) lo pusieron sobre el tapete en términos de ultimátum. Vicente Fox amenazó con dividir la región entre los 29 países supuestamente dispuestos a suscribir el ALCA y aquellos que no, que eran los socios del MERCOSUR (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay) más Venezuela. Y en el grado más alto del desespero, los representantes de Estados Unidos y Canadá incluso pretendieron aprobar el “acuerdo” por mayoría simple y no por consenso unánime, como dictaba el reglamento. Fue ante esta amenaza que Néstor Kirchner esgrimió su célebre “no nos van a venir a patotear”. Y entre una cosa y la otra, los presidentes de Venezuela, Argentina, Brasil (Lula), Paraguay (Nicanor Duarte) y Uruguay (Tabaré Vásquez) evitaron que el “inevitable” ALCA entrará en vigencia.

Como señaló el presidente Chávez en una carta escrita en memoria del presidente Kirchner tras su muerte en octubre de 2010, todo cambiaría desde Mar del Plata y hasta el día de hoy al imperialismo se le ha hecho harto difícil imponer su agenda regional, como era cosa natural que ocurriera cuando todos los gobiernos bailaban al son que les tocaban desde el Norte. Pero lo que es más, a la agenda imperialista se le plantearon alternativas: en primer término la ALBA-TPC (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América – Tratado de Comercio de los Pueblos) creado en 2004 por Chávez y Fidel Castro y que actualmente involucra a 12 países de la región; la reformulación y ampliación del MERCOSUR con la inclusión de Venezuela. La creación de Petrocaribe en 2005 (que involucra a 14 países) y del Banco del Sur en 2009. A todos estos organismos de integración regional fundamentalmente económica hay que agregarle una larga lista de acuerdos de cooperación entre países, así como UNASUR (2004) y la CELAC (2010) como instancias de alternativas a la OEA de integración y articulación política que excluye a los Estados Unidos e involucra a Cuba.

Así las cosas a esta VII Cumbre de las Américas tanto Estados Unidos como Latinoamérica asisten en condiciones muy distintas a la que el “espíritu” original de estas cumbres aspiraba. Como señalan los amigos de Misión Verdad en su excelente trabajo La rebelión del patio trasero comenzó, el presidente de los Estados Unidos pasó de ser la vedette y maestro de ceremonia a una especie de invitado incómodo, al que no se quiere pero no se puede dejar de invitar y al que buena parte en todo caso está esperando para increpar. Son las vicisitudes de un imperio retroceso que no tiene nada que ofrecer sino guerras y crisis, precarización y decadencia, frente a la emergencia de un mundo que en medio de todas sus contracciones plantea una manera distinta de hacer las cosas.

Un 11 de abril hace trece años Venezuela se enfrentaba sola a la prepotencia de un imperio patotero, gansteril, pránico y no se dejó doblegar ni claudicó. Hoy día, otro 11 de abril, y tras un nuevo intento de golpe de Estado de factura “made in USA” y una inverosímiles pero no por ello menos peligrosas sanciones, ya no está sola y más bien otro tipo de soledad –para nada digna- rodea al imperio. Esa ya de por sí es una gran victoria, no solo moral si no histórica, de un país al que le han lanzado prácticamente de todo y no solo resiste sino que avanza, junto a un presidente al que le han lanzado de todo y como Chávez no se amilana sino que se crece.

 

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