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Nacional

Desbalance estructural

Por Eduardo Sarmiento Palacio  

En los reportes mundiales América Latina aparece como la región de peor desempeño del globo. La economía colombiana encabeza la lista de los países más vulnerables por el abultado déficit en cuenta corriente de la balanza de pagos.

En varias oportunidades, señalé que América Latina, y en particular Colombia, está asediada por la enfermedad holandesa, que no es otra cosa que el fracaso del principio de la ventaja comparativa en países dotados de recursos naturales.

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Por Eduardo Sarmiento Palacio  

En los reportes mundiales América Latina aparece como la región de peor desempeño del globo. La economía colombiana encabeza la lista de los países más vulnerables por el abultado déficit en cuenta corriente de la balanza de pagos.

En varias oportunidades, señalé que América Latina, y en particular Colombia, está asediada por la enfermedad holandesa, que no es otra cosa que el fracaso del principio de la ventaja comparativa en países dotados de recursos naturales.

El país le dio rienda suelta al principio con el desmonte arancelario, la modalidad de tipo de cambio flotante, la entrada libre a la inversión extrajera y la proliferación de TLC. Se configuró un perfil dominado por los productos mineros que se caracterizan por la alta generación de divisas tanto por la vía de los ingresos como por la atracción de inversión extranjera. El país se vio inundado de divisas, y como éstas solo pueden comprar bienes en el exterior y la mayor demanda está representada en bienes no transables, los ingresos en moneda extranjera superaron con creces los egresos y, en consecuencia, generaron procesos de revaluación que quintuplicaron las importaciones y arrasaron la industria y la agricultura. La mayor parte del consumo de los bienes industriales y agrícolas se realiza en el exterior y la capacidad de compra se impulsa artificialmente con el abaratamiento de las importaciones y el bajo ahorro. Hasta aquí la primera parte de la enfermedad holandesa que tenía su manifestación más clara en un déficit en cuenta corriente de 4.5% del PIB.

La segunda parte de la enfermedad holandesa está representada por la caída de los precios de los productos básicos, en particular, el desplome de la cotización del petróleo de US$ 100 a US$ 50, y la ampliación inmediata del déficit en cuenta corriente a 6% del PIB. La economía queda expuesta a escaseces de divisas y contracción de la demanda que cambian radicalmente los fundamentos de la economía. Las políticas monetarias se vuelven inaplicables porque alivian la inflación a cambio de la recesión, y viceversa. En razón que el déficit en cuenta corriente tiene como contraparte un exceso de inversión sobre el ahorro, las devaluaciones solo son efectivas cuando al mismo tiempo se contrae el consumo y bajan los salarios reales. Así, la cuantiosa devaluación de los últimos dos meses estuvo acompañada de la reducción del salario real, el desplome de las exportaciones y el aumento del déficit en cuenta corriente.

La verdad es que los neoliberales se equivocaron en las predicciones y el diagnostico. No hay ninguna institución oficial o centro de estudio que anticipara que Colombia alcanzaría el déficit en cuenta corriente más voluminoso del mundo, superior al de Turquía, Suráfrica y Brasil. Y no se aprende de la experiencia. El ministro de Hacienda predice, en virtud de la elevada devaluación, que el déficit en cuenta corriente disminuirá en el segundo semestre. No es cierto. Al final del año superará el 7% del PIB.

En fin, la enfermedad holandesa en el fondo es la consecuencia de un modelo de libre comercio que arranca con la ventaja comparativa de la minería y termina en un déficit en cuenta corriente estructural. La solución no puede ser distinta a la de un modelo de industrialización que partiendo de las actividades que el país está en mejores condiciones de producir pase a otras más complejas, eleve el ahorro, limite las importaciones, configure superávits en cuenta corriente e impulse los salarios mediante el aprendizaje en el oficio y la innovación.

El Espectador, Bogotá.

 

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