Internacionales
El capitalismo y el clima: entre la radicalidad y la viabilidad inmediata
Por Daniel Tanuro / Viento Sur
El libro que Naomi Klein ha consagrado al cambio climático constituye todo un acontecimiento/1. La autora de La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre realiza en él una denuncia clara de la lógica del crecimiento capitalista, de la codicia de las multinacionales del petróleo, del carbón y del gas natural, así como de la sumisión de los gobiernos a sus intereses. “El hecho de que el clima de la Tierra cambie hasta extremos caóticos y desastrosos es más fácil de aceptar que la idea de transformar la lógica fundamental del capitalismo, fundado sobre el crecimiento y el ánimo de lucro” escribe Naomi (p. 119).
Por Daniel Tanuro / Viento Sur
El libro que Naomi Klein ha consagrado al cambio climático constituye todo un acontecimiento/1. La autora de La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre realiza en él una denuncia clara de la lógica del crecimiento capitalista, de la codicia de las multinacionales del petróleo, del carbón y del gas natural, así como de la sumisión de los gobiernos a sus intereses. “El hecho de que el clima de la Tierra cambie hasta extremos caóticos y desastrosos es más fácil de aceptar que la idea de transformar la lógica fundamental del capitalismo, fundado sobre el crecimiento y el ánimo de lucro” escribe Naomi (p. 119).
Para ella, la hosquedad de los cimato-escépticos no cae del cielo sino que es fruto de un análisis lúcido: esa gente ha comprendido -mejor que la izquierda- que luchar de forma seria contra el recalentamiento precisa un cambio político radical, otro tipo de sociedad. Una sociedad más regulada, con un sector público más fuerte, con más bienes comunes y más democracia. Una sociedad que se base en otros valores distintos a la competencia, la acumulación, la ostentación, el cada cual a lo suyo, etc. ¡Una sociedad que ellos y ellas no desean por nada del mundo!
“El poder revolucionario del cambio climático”
El título del libro resume la tesis central de la autora: “This changes everything” – Esto lo cambia todo-. En efecto, Naomi Klein hace un llamamiento a la izquierda para que comprenda la oportunidad que tiene enfrente. ¿La oportunidad? Si, porque “la verdad del cambio climático solo resulta incómoda si nos conformamos con el status quo”, dice Naomi. Para el resto, para todo el resto de gente, “si alguna vez ha habido un momento para promover un plan que sane el planeta y, al mismo tiempo, sane nuestras maltrechas economías y nuestras resquebrajadas comunidades, es este” (p. 198). La crisis medioambiental añade una “urgencia existencial” a todos los problemas, explica Naomi. “[La crisis medioambiental] ofrece un relato de conjunto que permite que toda clase de propósitos progresistas -desde la lucha por la mejora de la calidad del empleo hasta la justicia para los inmigrantes, pasando por las compensaciones por agravios históricos como la esclavitud y el colonialismo- se puede integrar en el gran proyecto de construcción de una economía no tóxica, a prueba de los shocks, antes de que sea demasiado tarde” (p. 197).
En otros términos, Naomi cree en el “poder revolucionario del cambio climático”. De golpe, llamando a las cosas por su nombre, diseña una requisitoria implacable y muy convincente contra las grandes ONG medioambientales, en particular las estadounidenses, que temen la fuerza de ese poder. Les reprocha haber desactivado la movilización y renunciado a sus propios objetivos a cambio de integrarse en el sistema. Para demostrarlo, acusa a determinadas grandes ONG de ir hasta a sacar provecho de la explotación petrolera en reservas naturales que estaban a su cuidado. Naomi Klein incita al lector/lectora a desprenderse de su influencia paralizante para comprometerse en la construcción de movimientos de masas de base y hacer frente a la lógica capitalista. Admite que “sin embargo, sigue echándose en falta la presencia de un contrapoder suficientemente amplio y fuerte que nos permita tener alguna oportunidad de cambiar la sociedad en la medida que se precisa” (p. 200). Pero ella ve signos premonitorios en las movilizaciones radicales contra el extractivismo y los grandes proyectos de infraestructuras que se multiplican en los cuatro puntos cardinales del planeta. El hecho de que los pueblo indígenas desempeñen a menudo un papel clave en estas movilizaciones supone, para Naomi Klein, una fuente de esperanza, porque en función de su relación con la naturaleza tiene una visión distinta a la de la dominación y el control absoluto, típicos, según ella, de la cultura occidental desde [el Siglo de] las Luces.
Un libro bajo tensión
Esto lo cambia todo es un libro bajo tensión. La autora lo confiesa desde las primeras páginas: “Es el libro más difícil que he escrito jamás, precisamente porque la investigación que he realizado para el mismo me ha llevado también a buscar esa clase de respuestas radicales. No albergo ninguna duda de su necesidad, pero no hay un solo día en que deje de preguntarme a mí misma por su viabilidad política” (p. 43). De hecho, N. Klein parece oscilar entre una alternativa anticapitalista autogestionada y descentralizada, de tipo ecosocialista y ecofeminista (aunque ella no emplee esos términos), de una parte, y el proyecto de capitalismo verde regulado, basado en una economía mixta relocalizada e impregnada de una ideología del cuidado y de la prudencia, de otra. Esta tensión entre viabilidad inmediata y radicalidad, entre anti-neoliberalismo y anti-capitalismo- está presente en todo el libro. Por ejemplo: un suspiro revolucionario atraviesa la conclusión cuando Naomi Klein pone en paralelo -como Marx en El Capital- la lucha contra el esclavismo y la lucha contra la apropiación capitalista de los recursos (p 458 y ss); pero, en otra parte, escribe que existen “un gran espacio para realizar beneficios en una economía de cero-carbono” y que el obstáculo a la transición ecológica viene del viejo capitalismo “demasiado rentable para renunciar a él sin más” (p. 252) y de “nuestro modo de concebir la economía”; es decir, y lo remarco, ¿no de la propia economía? (p. 126).
Esta oscilación tiene que ver con la forma singular en la que Naomi Klein analiza la ideología de dominación [de la naturaleza], que considera a la naturaleza como una máquina y una reserva de recursos a explotar sin escrúpulos. Es evidente que esta ideología es previa al capitalismo, como lo indica ella. Pero la autora a veces parece sugerir que el combate a favor de unas relaciones respetuosas y prudentes de la humanidad con su medio ambiente podría darse independientemente del combate contra el capitalismo (¿incluso desembocar en otro tipo de capitalismo? la cita anterior sobre los “business models” da pie a pensarlo). Ahora bien, está idea es discutible. Precisamente el capitalismo es la forma bajo la que se manifiesta hoy en día esta ideología de dominación. De ahí no se deduce que la supresión de la primera conllevará automáticamente la segunda; al contrario, la lucha para “cuidar la naturaleza con prudencia”deberá continuar durante un largo período tras el fin de este sistema. Pero la cuestión estratégica clave es que no existen atajos. A mi entender, la ideología de la dominación absoluta no flota en un universo de ideas sino que está enraizada en determinadas relaciones sociales. In fine, sólo acabando con estas relaciones sociales será posible abordar la otra en el conjunto de la sociedad. Se trata de un mismo y único combate.
Quisiera desarrollar la discusión sobre este punto a propósito del concepto extractivismo. El apetito por las riquezas naturales que tiene el capital deriva del hecho de que, una vez que esas riquezas han sido apropiadas y monopolizadas porque son gratuitas (los bosques naturales, las reservas piscícolas, mineras, de genomas…), le producen un sobre beneficio fácil, que el capitalista -sobre todo en período de vacas flacas- intenta transformar en renta. El extractivismo capitalista es, por lo tanto, muy específico y muy diferente de otras formas históricas de pillaje de recursos naturales. De ello se deduce, a mi entender, que el combate contra la forma contemporánea de esta predación -al igual que el combate contra la forma contemporánea del patriarcado- está inextricablemente vinculado a la lucha contra el modo de producción capitalista. Es decir, a la lucha contra la explotación salarial y contra la explotación patriarcal del trabajo doméstico de las mujeres (que constituye su cara oculta). De otra parte, a un determinado nivel de generalización, estos tres pilares horribles del capitalismo que son la extorsión de la plusvalía producida por las y los asalariados, la explotación del trabajo doméstico de las mujeres y el pillaje de los recursos pueden ser reducidos a una dimensión común. Para ello es suficiente recordar esta verdad elemental: el cuerpo humano es un transformador de energía, y la fuerza de trabajo humano es también y, sobre todo, un “recurso natural”.
¿Dónde está el equilibro entre lo necesario y lo posible?
Dicho esto, toda la gente que piensa en término de respuesta social al desafío climático, conoce bien la tensión evocada por Naomi Klein en el prefacio de su libro. El problema es evidente: si bien la situación es de urgencia (particularmente en los países capitalistas desarrollados, en los que el proletariado constituye la mayoría de la población), existe un abismo entre, de una parte, la radicalidad anticapitalista de las medidas que se imponen objetivamente para evitar una catástrofe terrible (medidas que comportan imperativamente la supresión de las producciones inútiles y o perjudiciales, así como la expropiación del sector energético y de la finanza, sin indemnización, a fin de que la colectividad disponga de los medios para una transición planificada democráticamente y con justicia social) y, de otra, el nivel de consciencia de la gran masa de la populación que condiciona, evidentemente, la viabilidad del programa.
La estrategia a desarrollar para crear un puente sobre este abismo constituye el objeto de un debate importante y difícil. Naomi Klein contribuye a él, principalmente, llamando a la movilización contra los proyectos mineros y las grandes infraestructuras destructivas, y dando valor al papel de vanguardia de las comunidades indígenas y campesinas en estas movilizaciones (y en la lucha contra el cambio climático en general). Tiene toda la razón. El bloqueo de los grandes proyectos (“Blockadia”) no es, en este sentido, un detalle sin importancia. Contrariamente a lo que parece pensar François Bonnet/2, las luchas como las del Aeropuerto de Notre Dame des Landes o contra el oleoducto Keystone XL tienen un valor estratégico, pues el nivel actual de las infraestructuras es como un cuello de botella que limita severamente el flujo de los combustibles fósiles en los años que vienen. Sin embargo no podemos obviar la discusión sobre los obstáculos a superar para que la clase obrera, en tanto que tal, participe colectivamente en el combate por el clima y colabore en la elaboración de una alternativa. Ahora bien, sobre este punto, This Changes Everything nos deja con las ganas y la autora se contradice a sí misma.
Coger el toro por los cuernos
Con la expresión “participación colectiva de la clase obrera en cuanto tal”, quiero señalar la posibilidad de que las y los trabajadores se comprometan en la defensa del clima en tanto que productores y productoras, a partir de su posición en el modo de producción, en los centros de trabajo -como, a su manera, lo hacen las y los campesinos y los pueblos indígenas- y no solo en tanto que ciudadanos y consumidores. Esta cuestión es capital. En efecto, en la medida que la humanidad produce socialmente su existencia, la posibilidad de pasar de la lucha de resistencia, contra los desastres del capital, a la invención de la alternativa social que el brusco cambio climático hace indispensable, depende finalmente de la lucha de los hombres y mujeres en tanto que productores. El campesinado y los pueblos indígenas, a menudo, ya han dado el paso. Si excluimos algunas excepciones, la clase obrera aún está lejos.
¿Cuál es el motivo de esta discordancia? Resulta flagrante que Naomi Klein no plantee el problema y menos aún que trate de responder al mismo. Sin embargo, la explicación es relativamente sencilla. Cuando las y los campesinos luchan contra la agroindustria, cuando los pueblos indígenas luchan contra la apropiación de los bosques como sumideros de carbono o reservas de biomasa, cuando las comunidades luchan contra proyectos extractivistas que destruyen su entorno (como en la región de Cajamarca en Perú), etc., estas luchas en torno a reivindicaciones inmediatas sobre las que dependen sus condiciones de vida, coinciden directamente con lo que es necesario para salvar el clima. Para la clase obrera, las cosas se presentan de manera totalmente diferente. En efecto, y más aún en el contexto defensivo actual, las reivindicaciones más inmediatas que las y los trabajadores plantean de forma espontánea para defender sus condiciones de existencia no coinciden en nada con lo que conduce a salvar el clima, sino más bien con lo que lo desestabiliza…
El paro es el problema central de los trabajadores y trabajadoras. Ahora bien, para crear o salvar puestos de trabajo, la mayoría de la gente asalariada espera que se amplíe la producción, tal y como existe actualmente, mejore la posición de “su” empresa, tal y como es actualmente [en el mercado], y se de un relanzamiento económico del capitalismo. Es evidente que se trata de una ilusión el creer que de ese modo se obtendría trabajo para todos y todas; pero ello no impide que esta ilusión se imponga ante la inmensa gran mayoría como la respuesta más lógica y más fácil para ponerla en práctica. En determinados sectores contaminantes muy amenazados, como las minas de hulla en Polonia, los sindicatos llegan incluso a poner en duda la realidad del cambio climático porque ven en ello una amenaza para su actividad y, por tanto, para el empleo.
¡No, Alemania no es un modelo!
¿Cómo hacer para que la gente asalariado adopte otra perspectiva? Fiel a su método que consiste en partir de ejemplos, Naomi Klein intenta responder a esta cuestión consagrando varias páginas del libro a una experiencia concreta: la Energiewende (la “inflexión energética” del gobierno alemán presidido por Angela Merkel). Si bien deplorando el hecho de que el abandono de la energía nuclear no vaya acompañado del cierre de las centrales de carbón o de lignito (a causa de lo cual las emisiones de gases de efecto invernadero han comenzado a aumentar en Alemania), Naomi Klein escribe que esta política es, no obstante, una “desviación de la ortodoxia neoliberal” (p. 170), que muestra “como sacar adelante (y a buen ritmo) soluciones climáticas descentralizadas de gran alcance que, al mismo tiempo, luchen contra la pobreza, el hambre y la falta de empleo” (p. 176)… Este juicio muestra, por lo menos, estar mal informada/3.
Recordemos que la política energética del gobierno Merkel está basada en las feed-in-tariff -tarifas con impuestos que ponen en competición la electricidad verde con la electricidad “sucia”-. Estos feed-in-tariff proceden de la idea liberal de que internalizar las “externalidades” es suficiente para que las decisiones de inversión basadas en la eficiencia-coste respeten las exigencias de la sostenibilidad. En el terreno medioambiental, la idea está abocada al fracaso, porque prioriza dar peso al impulso del mercado de las tecnologías verdes antes que a los indispensables esfuerzos para la reducción del consumo energético, y no integra las “emisiones grises” derivadas de la transición/4. En el terreno social, el sistema alemán está financiado mediante una sobretasa en las facturas de electricidad. Todos los hogares pagan, pero la sobrecarga está más que compensada para quienes han invertido en renovables -sobre todo en las numerosas cooperativas eólicas-, ya que venden la electricidad a un precio elevado, garantizado por el Estado durante 20 años. Las capas desfavorecidas pagan por lo tanto por las capas acomodadas (individuos, cooperativas o PME). Además, tres mil empresas contaminantes están exentas al 80% de la Umlage. Bajo pretexto de no debilitar su competitividad exportadora, reciben un regalo de 4 a 5 mil millones de euros por año.
Es cierto que no solo las cooperativas sino también muchos municipios alemanes producen y venden electricidad verde. En ese caso, la colectividad se beneficia evidentemente de un retorno que, con una lógica redistributiva, puede servir para financiar servicios sociales. Este constituye un aspecto positivo del que conviene inspirarse para inventar estrategias de reapropiación de los bienes comunes, pero no es suficiente para hacer de la Energiewende un modelo a seguir, una alternativa al neoliberalismo. En efecto, globalmente, en lugar de que “los fósiles paguen la transición”, como reivindica con acierto Naomi Klein, la política energética de Alemania agrava las desigualdades.
Y éstas ya son escandalosas en este país debido a las feroces medidas adoptadas por la coalición gubernamental precedente (los Verdes y la social-democracia), que Merkel no hace sino continuar. Con ocho millones de personas trabajando por menos de 8 euros brutos a la hora, Alemania no constituye, de ningún modo, un “modelo” de “viabilidad” de una política climática y social antiliberal. Lo que no debe extrañar: tal “modelo” no existe en el capitalismo, porque se basa -Naommi Klein lo dice y lo repite en numerosas ocasiones en su libro- en la doble explotación de la naturaleza y el trabajo.
Reducción radical del tiempo de trabajo
Cuando Naomi Klein evoca la lucha contra el extractivismo en el Ecuador, no cita como primer ejemplo al gobierno de Correa sino a la resistencia de las comunidades indígenas. Tiene razón. ¿Por qué se equivoca entonces apoyando críticamente a la Energiewende del gobierno de derechas de Angela Merkel? ¿Para mostrar a los sindicatos que la transición puede crear “buenos empleos”? La experiencia alemana no va en esa dirección: se crean empleos, sí; pero las condiciones de trabajo y de remuneración en el nuevo sector “verde” de la economía son peores que los que existen en los sectores tradicionales.
Para mí, animar a los sindicatos a sumarse al movimiento campesino y a los pueblos indígenas a movilizarse a favor del clima pasa por otra respuesta al desafío del paro y de la pobreza. Una respuesta a la vez ecológica, que coja por los cuernos la cuestión de la producción y se articule en torno a tres ejes:
· La creación del empleo público no deslocalizable (sobre todo por los planes públicos de renovación energética de los edificios, la transformación del sistema energético y el desarrollo de sociedad públicas de transporte en común), insistiendo en la descentralización y en el control democrático de las personas usuarias y de los trabajadores y trabajadoras.
· La reconversión colectiva, bajo control obrero, de los trabajadores y trabajadoras de las industrias inútiles o nocivas (en primer lugar, la industria armamentística y la industria nuclear, pero también el automóvil, la petroquímica, etc.) hace otros sectores de actividad (comprendido el empleo rural en la agricultura orgánica y el cuidado de los ecosistemas: un cierto éxodo urbana es un elemento que no se puede soslayar de la transición)
· La reducción radical del tiempo de trabajo, sin pérdida de salario, con contrataciones compensatorias y reducción de los ritmos de trabajo, con el objetivo de trabajar todos, reapropiarse del trabajo, vivir mejor y gastar menos.
Los pocos intentos sindicales de ir en este sentido (por ejemplo, la camapañ “One million climate Jobs” en Gran Bretaña) dan a los anticapitalistas más ejemplos positivos y fuentes de inspiración que la Energiewende de Angela Merkel. En concreto, la exigencia de la reducción del tiempo de trabajo es de una gran importancia ecológica, que Naomi Klein subestima. En efecto, esta exigencia permite a la vez dar un trabajo a todos y todas y -por poco que se apoye en una reducción sustancial de los ritmos de trabajo- reducir sustancialmente la presión sobre los recursos. Como lo señalaba Marx en una cita que se ha hecho célebre, se trata a la vez de la exigencia social por excelencia y del medio por excelencia con el que “el hombre social, los productores asociados” pueden “arreglar racionalmente sus intercambios de materia con la naturaleza” obrando ” de forma más digna, mas conforme a la naturaleza human”.
“Cuando de repente, lo imposible parece posible”
En definitiva, el abismo entre la radicalidad necesaria y la viabilidad política solo se puede resolver mediante una crisis mayor, uno de esos “momentos extremadamente raros y preciosos en los que, de repente, lo imposible parece posible” como escribe Klein en la conclusión de su libro. Aquí la autora abandona la ilusión de la “viabilidad política” inmediata para situarse en un discurso francamente anticapitalista. Retengo lo que constituye en cierta manera su última palabra y comparto su convicción de que tal momento llegará y que coincidirá con la puesta en cuestión profunda del productivismo y que la “la verdadera pregunta que cabe formularse es qué harán entonces las fuerzas progresistas en ese momento, y con qué poder y confianza lo aprovecharán” no sólo “para denunciar lo mal que está el mundo y para acotar unos fugaces espacios liberados en el centro de las grandes ciudades, sino que debe ser el catalizador que facilite la reacción que nos conduzca a construir realmente el mundo en el que todos podamos estar seguros” (p. 571). Más allá de los puntos de debate planteado más arriba, la obra de Naomi Klein es una contribución poderosa, magnífica y apasionante a este combate por una civilización digna de ese nombre.
1/ Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima (This Changes Everything. Capitalism vs. the Climate), Paidós Ibérica, 2015.
2/ François Bonnet, “¿Le changement climatique pour sortir du capitalisme ?”, La Vie des idées, 19 novembre 2014. ISSN : 2105-3030. F. Bonnet deplora que N. Klein “se focalice principalemte en los movimientos sociales” y “rechace hablar seriamente de la implantación de un impuesto sobre el carbono”. Por el contrario, a mi me parece que esta focalización constituye un punto fuerte en el libro de Naomi Klein. En cuanto al precio del carbono, corre el riesgo de convertirse pronto en un ejemplo de viabilidad ilusorio. Efectivamente, o bien este precio es mundial y contrario al principio de la “responsabilidad común pero diferenciada” (una conquista del Sur tras la adopción de la Convención Marco sobre el cambio climático por parte de Naciones Unidas); o bien se establece en función de la responsabilidad histórica de cada país en la emisión de gas de efecto invernadero y entonces es preciso explicar qué medidas se adoptarán para evitar la huida de emisiones hacia países en los que el CO2 tiene una carga impositiva menor (leakage)
3/ De forma accesoria, parece necesario resaltar que Naomi Klein parece estar mal informada igualmente sobre el libro de Bruno Latour. Se puede estimar que la tesis de este sobre el cuidado a aportar a “nuestros monstruos” merece ser discutido… De ahí a hacer de Latour un ejemplo del pensamiento tecnocrático del ” we’ll fix it later” (“lo solucionaremos después”), un ideólogo del Big Green y un adepto de las soluciones de mercado hay un paso.
4/ Por “emisiones grises de la transición”, designo el sobre incremento de emisiones derivadas de la producción de los dispositivos necesarios para la transición a partir de un sitema energético que, hoy en día, aún está basado en más del 80% en energías fósiles (y cuya mayor parte debe ser declarada obsoleta antes de ser amortizada).
En general, los escenarios de transición hacia un sistema basado al 100% en las renovables está condicionado por el hecho que no tienen en cuenta estas “emisiones grises”. Naomi Klein es la sola autora que yo conozca que llame la atención sobre esta cuestión (p. 90), pero sin extraer la conclusión que se impone y que, a mi entender, es que estas emisiones grises deben estar compensadas por las reducciones de consumo de energía en otros sectores; es decir, por un determinado decrecimiento de la producción material y de los transportes.
Traducción: Viento Sur, España.