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Nacional

El debate económico

Por Eduardo Sarmiento Palacio  

El modelo del Consenso de Washington, que ha sido la brújula económica de los gobiernos de los últimos 20 años, ha debido ser el punto de referencia para confrontar en las propuestas. Los resultados son distintos a los previstos por los defensores y promotores, y comprometen

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Por Eduardo Sarmiento Palacio  

El modelo del Consenso de Washington, que ha sido la brújula económica de los gobiernos de los últimos 20 años, ha debido ser el punto de referencia para confrontar en las propuestas. Los resultados son distintos a los previstos por los defensores y promotores, y comprometen

en materia grave el futuro de la economía.

Primero, se configuró un perfil productivo liderado por la minería y la construcción que se caracteriza por la baja capacidad de expansión y absorción tecnológica; la mayor parte del consumo industrial y agrícola se adquiere en el exterior. La mejoría de los ingresos de los últimos años se debió fundamentalmente al abaratamiento de importaciones. La contribución de la actividad doméstica, o si se quiere del capital y el empleo, al crecimiento del ingreso per cápita es prácticamente nulo. Por lo demás, se ha entrado en un claro estado de agotamiento. La producción minera ha declinado, la construcción pública se ve limitada por las necesidades de capital y la privada, por las burbujas.

El sector externo, que no ha dejado de ser el área neurálgica en la economía colombiana, y en general de América Latina, se ha hecho altamente vulnerable. Los TLC han resultado totalmente asimétricos. Los países socios de mayor desarrollo pueden adquirir los productos colombianos de exportación en cualquier lugar y tienen una gran ventaja histórica en los bienes industriales complejos y en los agrícolas temperados. Por lo demás, en aras de la inflación, el país ha renunciado al control cambiario. El tipo de cambio es determinado por los bancos de inversión y la Reserva Federal. Así las cosas, el país se verá abocado a una revaluación indefinida y un déficit creciente en cuenta corriente, que terminarán en tragedia.

El tercer aspecto es la distribución del ingreso. El país opera con uno de los peores coeficientes de Gini del mundo, con visos de agravarse. La información más reciente muestra que los salarios reales aumentan 2% y las rentabilidades del capital por encima del 10%. El principal responsable es la organización económica de libre mercado, elevados márgenes financieros, burbujas y mercados monopólicos. Y la política pública no ha contribuido a contrarrestarlos y, más bien, los acentúa. Tales son los casos de las privatizaciones y concesiones, la regresividad del sistema tributario, la baja participación del 50% más pobre en el presupuesto, el desfalco de la salud y la segregación educativa.

Los resultados descritos son la consecuencia de concepciones que tuvieron un gran prestigio en el siglo pasado y que han sido controvertidas por los hechos. Aun así, los candidatos que tuvieron alta participación en la administración económica de los gobiernos de los últimos 20 años no han explicado las razones de los fracasos, ni las formas como los remediarán. La única que los ha asociado con el modelo económico tomando el toro por los cachos es Clara López, que propuso modificarlo.

La precariedad del perfil productivo, la vulnerabilidad de la balanza de pagos y el deterioro creciente de la distribución del ingreso dejan al descubierto las falencias estructurales del modelo económico, que mal podría corregirse con lugares comunes. Lo que se requiere es una estrategia global orientada a mejorar la distribución del ingreso sin dejar de lado el crecimiento y el empleo.

La tarea se puede adelantar con una política laboral y fiscal de salario mínimo, subsidios al empleo e impuestos al capital; un marco de reformas comerciales, cambiarias y sectoriales que le den claro liderazgo a la industria y la agricultura, y concilien las exportaciones y el mercado interno, y la universalización de la salud y la educación.

El Espectador, Bogotá, 25 de mayo de 2014.

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