Nacional
El desmonte del programa de la Fed
Por Eduardo Sarmiento Palacio
La Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) eliminó el último vestigio del programa de adquisición de bonos del Tesoro, llamado relajación cuantitativa.
La medida no tuvo el impacto anunciado de bajar los precios de los bonos y elevar la tasa de interés. El simple anuncio de la disposición provocó una entrada de capitales que revaluó el dólar y generó expectativas de más revaluación. Los hechos demostraron que la política no incide mayormente en la tasa de interés y, en su lugar, afecta en forma notable las condiciones cambiarias.
Por Eduardo Sarmiento Palacio
La Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) eliminó el último vestigio del programa de adquisición de bonos del Tesoro, llamado relajación cuantitativa.
La medida no tuvo el impacto anunciado de bajar los precios de los bonos y elevar la tasa de interés. El simple anuncio de la disposición provocó una entrada de capitales que revaluó el dólar y generó expectativas de más revaluación. Los hechos demostraron que la política no incide mayormente en la tasa de interés y, en su lugar, afecta en forma notable las condiciones cambiarias.
EE.UU. y la economía mundial han operado durante seis años dentro de un sistema de tasa de interés cero. Las acciones para movilizar la economía con tasas de interés y emisión fueron infructuosas. Así, el programa de relajación cuantitativa (QE) es una intervención disimulada en el mercado cambiario sin afectar la tasa de interés; en la práctica implica operar con un tipo de cambio fijo. El dispositivo fue altamente efectivo. Estados Unidos redujo el déficit en cuenta corriente de la tercera parte, reactivó la industria y elevó la generación de empleo.
El esquema no fue neutral en relación con el mundo. La devaluación del dólar significó la revaluación del euro y de las monedas de América Latina y contribuyó a ampliar el ciclo de los productos básicos que se observa en los últimos seis años. En tal sentido, no está exento de responsabilidad en la crisis del euro y ahora en el letargo de América Latina.
En el fondo, el QE fue una forma para sacar a EE.UU. de la crisis a expensas del resto del mundo, como lo demuestra la contracción del comercio mundial. Lo peor es que la reducción del déficit en cuenta corriente de EE.UU. es contraria al balance mundial en que los países con mayores mercados internos operan con déficits comerciales en cuenta corriente y déficits fiscales. En su lugar, amplió el exceso de ahorro mundial, que es la verdadera causa de la tasa de interés cero y el bajo desempeño de la economía mundial. Por eso el desmonte del QE no elevó la tasa de interés interna ni la externa y no bajó la cotización de los títulos del Tesoro.
La suspensión del QE en EE.UU. y su aplicación en Europa y Japón no resuelve nada. Está visto que el dispositivo no afecta mayormente la demanda interna; se manifiesta principalmente en el comercio internacional. Ahora les toca el turno de la devaluación a Europa y Japón.
Las condiciones de la crisis mundial no han cambiado en los últimos seis años. La causa de fondo de la recesión de 2008 y de la posterior recaída y estancamiento es un exceso de ahorro sobre la inversión que tiene su manifestación más clara en las tasas de interés cero. Las acciones de EE.UU. y Europa para reactivar la economía y balancear el sector externo no han corregido el desequilibrio.
Hoy en día las peor libradas son las economías medianas, que requieren de las exportaciones y de la sustitución de importaciones para emplear los recursos disponibles y elevar el crecimiento del producto y el empleo. Así, las economías periféricas de Europa y las de América Latina están abocadas a déficits en cuenta corriente que las colocan en el dilema del endeudamiento y la recesión. Y más, los ajustes cambiarios les significan grandes caídas de salarios que deprimen la demanda y deterioran la distribución del ingreso.
En cierta manera, se confirma que el orden económico de tasas de cambio flexibles, balance fiscal y banco central autónomo para bajar la inflación, fracasó. La solución solo se puede lograr con un nuevo orden que acepte la necesidad de déficits fiscales y en cuenta corriente de los países grandes y permita la abierta intervención cambiaria y comercial en las economías de mediano tamaño, como Europa periférica y América Latina.
El Espectador, Bogotá.