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Nacional

El ‘striptease’ del liberalismo

Por Emir Sader  

El liberalismo promete el mejor de los mundos posibles: libertad, democracia, progreso, todo junto. Estado también, pero sin pasarse. Así como un mercado que haga posible la libertad de cada uno y la felicidad de todos.

Después del fin del socialismo soviético, muchos han buscado abrigo en el liberalismo, social demócrata para algunos, neoliberal y de derechas para otros. El objetivo es no tener que defender más el Estado, ni los derechos. Basta promover una “sociedad civil” contra el Estado, los partidos y la política, yendo más allá de la clásica división derecha/izquierda.

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Por Emir Sader  

El liberalismo promete el mejor de los mundos posibles: libertad, democracia, progreso, todo junto. Estado también, pero sin pasarse. Así como un mercado que haga posible la libertad de cada uno y la felicidad de todos.

Después del fin del socialismo soviético, muchos han buscado abrigo en el liberalismo, social demócrata para algunos, neoliberal y de derechas para otros. El objetivo es no tener que defender más el Estado, ni los derechos. Basta promover una “sociedad civil” contra el Estado, los partidos y la política, yendo más allá de la clásica división derecha/izquierda.

Pero llega un momento en que el liberalismo accede al gobierno, ya sea mediante golpes o a través de unas elecciones. Llega su hora de la verdad, de mostrar en la práctica esa manera tan fantástica de funcionar. Ahí comienza el striptease del liberalismo.

Porque en su nombre se han cometido y se siguen cometiendo las peores barbaridades en la economía. Porque el mercado no parece ser tan mágico como promulgan, porque la libertad pregonada no es de las personas, sino del capital, porque lo que viene no es el poder de los individuos, sino del dinero.

Los golpes militares en América Latina se han hecho en nombre de los valores del liberalismo: defender la democracia en contra de los riesgos del totalitarismo, defender el individuo en contra del Estado, proteger al mercado, a las empresas, a los empresarios, la libertad de prensa respecto al autoritarismo de los gobiernos. Más recientemente, el liberalismo se ha erigido como la tabla de salvación contra el bolivarianismo, el chavismo, el lulismo, el kirchnerismo, el evismo, el correismo y otras variantes que amenazarían nuestros países.

Pero cuando empiezan a gobernar, los discursos liberales cambian de tono, las promesas tranquilizadoras dan lugar a los llamados al sacrificio, a los planteamientos de que solo los más capacitados son los que pueden acceder al empleo, que hay que pasar por un período de sufrimientos para purgar las herencias populistas recibidas hasta llegar al paraíso prometido por el liberalismo. Es entonces cuando se avecina el desempleo, los recortes salariales, el poder transferido del Estado a las grandes corporaciones privadas. Y, como corolario inevitable, represión, para contener a los que se movilizan para defender sus intereses corporativos a expensas de los gastos del Estado.

En América Latina en particular, el liberalismo ha fracasado de forma sucesiva. En el período más reciente ninguno de los gobiernos neoliberales funcionó ni en lo económico ni en lo político. México y Perú son países que han dado continuidad a modelos neoliberales y es precisamente allí donde la situación social ha mejorado menos o incluso ha empeorado entre las sociedades latinoamericanas.

Los candidatos liberales proponen combinar duros ajustes fiscales con políticas sociales, porque en las campañas electorales es fácil decirlo. Pero cuando ganan, tienen que enfrentarse con los dilemas concretos de la realidad y ahí tienen que demostrar si eso es compatible.

El gobierno de Mauricio Macri en Argentina tiene la responsabilidad de intentar probar lo que los liberales pregonan en sus campañas electorales. Pareciera ser que efectivamente Macri y sus ministros creen en lo que planteaban en la campaña electoral y ponen en práctica un duro ajuste fiscal, conforme los preceptos que siempre han pregonado.

Se ve que en la Argentina de hoy, sin las “trabas” del kirchnerismo, lo que se impone es la libertad de los capitales, de los grandes empresarios, de las grandes corporaciones, hasta de los fondos buitres. Sin el contrapeso del Estado, no son los individuos los que ganan poder y libertad, sino los grandes pulpos económicos y sus representantes.

Las promesas del liberalismo quedaron en la campaña. A los que sobrevivan, se les ofrece un largo camino de espinas para llegar al jardín de rosas del liberalismo. Todo el sufrimiento es imputado a los largos 12 años de engaño, en que los argentinos tenían la ilusión de que comían mejor, de que vivían mejor, de que la sociedad era menos injusta, de que tenían una posición externa soberana, de que eran hermanos de los latinoamericanos, de que los retratos en la Casa Rosada eran de sus líderes, de que Argentina había superado la peor crisis de su historia.

Europa tuvo el momento más generoso de su historia con los Estados del bienestar social. Europa fue menos desigual, cuando fue menos liberal. Hoy se vuelve brutalmente injusta de nuevo, bajo las ilusiones liberales.

Eso es lo que el liberalismo promete para Venezuela, lo mismo que le gustaría hacer en Brasil, Ecuador, Bolivia o Uruguay. La historia del liberalismo es la historia de los peores fracasos. Fracasos en los que se tornan esas promesas de libertad y democracia, que desembocan en injusticias, exclusiones sociales y represión.

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