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Enseriémonos

Por Rodolfo Arango  

No es serio que el senador Uribe sugiera que el presidente Santos quiere entregarle el país a la guerrilla de las Farc. Tampoco es serio que este último riposte que el Centro Democrático quiere condenar a los colombianos a 100 años más de violencia. Ninguno de los dos es serio cuando acusa al otro de querer engañar, manipular o mentir a la población. La desproporción de sus dichos y el peligro de las consecuencias no son dignos de quienes ostentan o han ostentado las más altas responsabilidades públicas. Eso debe cambiar.

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Por Rodolfo Arango  

No es serio que el senador Uribe sugiera que el presidente Santos quiere entregarle el país a la guerrilla de las Farc. Tampoco es serio que este último riposte que el Centro Democrático quiere condenar a los colombianos a 100 años más de violencia. Ninguno de los dos es serio cuando acusa al otro de querer engañar, manipular o mentir a la población. La desproporción de sus dichos y el peligro de las consecuencias no son dignos de quienes ostentan o han ostentado las más altas responsabilidades públicas. Eso debe cambiar.

Uno podría pensar en varias causas que expliquen ese comportamiento ligero, efectista y negligente: que la tradicional pugnacidad política, que venimos de años de violencia, que somos pasionales, que las élites se reacomodan en el poder, que el nerviosismo aumenta porque la paz y sus transformaciones están cerca, etc., etc., etc. Creo más bien que se trata del miedo a la democracia. Ambos comparten una profunda desconfianza en la voluntad del pueblo. No de otra forma se explica que recurran al poder burocrático, económico o de las armas para “moldear” al electorado.

El contexto no ayuda a calmar los ánimos. Prevalece la incertidumbre. La viabilidad jurídica del plebiscito depende de la Corte Constitucional. Las Farc no se deciden a apoyar este mecanismo y coquetean con una constituyente o una consulta popular. Pero lo cierto es que la campaña del sí o el no a los acuerdos políticos de La Habana ya empezó, con todo el populismo de quienes no toman muy en serio su función. Esto porque se subestima al votante y se teme a una opinión pública esclarecida.

Si algo podemos aprender ya del proceso de paz es que debemos estar prestos a ceder verdaderamente en nuestros ideales, intereses y aspiraciones. Ser responsables supone aceptar limitaciones. Estar a la altura de la paz requiere generosidad, altruismo. Por el contrario, característico del comportamiento adolescente es el narcisismo, siempre dispuesto a instrumentalizar al otro por vía de la exageración o la mentira, y ello enmarcado en la tradicional doctrina del fin supremo que ha imperado hasta el presente con devastadores efectos en la cultura política colombiana.

En lo que resta, o en lo que queda, del proceso de paz, unos líderes responsables tienen el deber de proteger la vida, honra, bienes y demás derechos de todos. Los medios de comunicación pueden cumplir un papel protagónico con el fin de espantar los miedos y dejar fluir la democracia. No deben ser meras cajas de resonancia o instrumentos al alcance de quien tiene más factibilidad de ejercer poder en cambiantes circunstancias. Para estar a la altura deben diseñar espacios de debate que permitan a las partes opuestas, en forma equitativa y creativa, esclarecer y enriquecer a una opinión pública que tendrá al final la última palabra.

No tenerle miedo ni odio a la democracia exige una cierta disposición de ánimo, un talante, una actitud. Esa de querer permanecer abierto, incluso a opiniones o convicciones en principio antipáticas o en apariencia inaceptables; de mantener un espíritu crítico, queriendo formarse su propio juicio, sin la autoridad de terceros; de sensibilizarse ante la situación del otro, de su historia, angustias y sueños; de entender nuestra minúscula importancia en un universo inmenso, cambiante, cosmopolita, que puede ser generoso siempre y cuando estemos a la altura de entenderlo y admirarlo, en serio.

@RodolfoArango_R

El Espectador, Bogotá.

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