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Ese muerto no lo cargo yo…

Por Octavio Quintero  

La crónica judicial en Colombia nos habla con frecuencia de dos tipos de criminales: los responsables materiales y los autores intelectuales. Pues bien, ahora hay que agregarle otros dos tipos: las víctimas de la justicia, esos condenados por crímenes que no han cometido y los sujetos jurídicos, esos encargados de armarles el expediente condenatorio y sustentar la “verdad” sobre la base de pruebas falsas.

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Por Octavio Quintero  

La crónica judicial en Colombia nos habla con frecuencia de dos tipos de criminales: los responsables materiales y los autores intelectuales. Pues bien, ahora hay que agregarle otros dos tipos: las víctimas de la justicia, esos condenados por crímenes que no han cometido y los sujetos jurídicos, esos encargados de armarles el expediente condenatorio y sustentar la “verdad” sobre la base de pruebas falsas.

¿Qué tanta afinidad tienen los autores intelectuales con los sujetos jurídicos? Las conexiones deben parecerse a las mismas que tienen con los responsables materiales de los crímenes que llegan a ellos a través de un laberinto en el que se perdería la misma Ariadna.

En los estrados judiciales de Colombia todavía nos preguntamos ¿Quién mató a Mamatoco? O si realmente fue Roa el que mató a Gaitán… Pero más recientemente se hizo prototipo de esta segunda catalogación Jubiz Hazbum, preso por cerca de cuatro años acusado de ser el responsable material del crimen del entonces candidato presidencial Luis Carlos Galán (18 de agosto de 1989). Hazbum no lo mató, pero los que sí lo mataron están ya muertos, matados por sicarios que a su vez han sido también muertos por otros sicarios, en una cadena sin fin que se puso en funcionamiento durante los cuatro años que Hazbum estuvo entre rejas. O sea que su detención solo sirvió para camuflar los crímenes que enseguida iban a darse contra los verdaderos autores materiales.

Otro caso emblemático es también el de Álvaro Gómez Hurtado, asesinado el 02 de noviembre de 1995. Héctor Paúl Flórez, condenado a 40 años como responsable material del magnicidio acaba de salir en libertad condicional diciendo, como ha insistido en todos estos años, que él no lo mató; y, como paradoja, hasta la familia del inmolado líder, cree en su inocencia.

No se requiere olfato de Sherlock Holmes para intuir que detrás de estos crímenes –de ayer y de hoy– se esconde un poderoso  brazo que no ha permitido ir más allá de unos acusados que, cuando corren con suerte de seguir vivos,  insisten en su inocencia a pesar de haber purgado la pena.

Los crímenes de Galán y Gómez Hurtado son emblemas de la impunidad que en Colombia, dicen las estadísticas, está arriba del 90 por ciento de crímenes, robos y transgresiones de la ley de todas las facturas que nunca llegan a esclarecerse en los estrados judiciales.

La impunidad más criminal es la que parece obrar como maquinaria de reloj armada precisamente para no dejar operar la justicia, como en los casos que nos sirven de modelos y en tantos otros como la lentitud que se observa en las investigaciones del robo a la salud, el carrusel de la contratación en Bogotá, el caso Interbolsa, la gran estafa a la DIAN y ni se mencione ahora lo de la Comisión de Acusaciones de la Cámara que se muere sobre la fetidez de su propia impunidad.

Si alguien cree que todo esto puede tener salida a través de una reforma a la justicia, tenga en cuenta que los encargados de confeccionar y proponer esa reforma son actores principales de esa maquinaria armada para que la justicia no opere… ¿Entonces, cómo esperar que propongan algo en contra de sus propios intereses?

Fin de folio. Mal está el enfermo, ni come ni hay que darle.

 

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