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¿Está el dólar midiendo una temperatura?

Por Juan Manuel López Caballero  

Todos los días aparece una noticia que revela que la situación del país no coincide con el optimismo que muestra el Gobierno. Pareciera que de todas las previsiones y proyecciones sobre las cuales se montó una ‘prosperidad para todos’ no se acertó en ninguna.

Es el caso del petróleo con las consecuencias que esto trae. Hoy ya no aspiramos a una producción de 1’250.000 barriles diarios sino nos dicen que no llegaremos ni al millón; el precio estimado entonces de US$80 por barril no parece que subirá de US$50 en un buen tiempo; por eso el déficit de la balanza comercial supera los US$6.000 millones; el ingreso fiscal cayó en $14 billones, la inversión extranjera invirtió su tendencia y la cuenta corriente se volvió negativa.

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Por Juan Manuel López Caballero  

Todos los días aparece una noticia que revela que la situación del país no coincide con el optimismo que muestra el Gobierno. Pareciera que de todas las previsiones y proyecciones sobre las cuales se montó una ‘prosperidad para todos’ no se acertó en ninguna.

Es el caso del petróleo con las consecuencias que esto trae. Hoy ya no aspiramos a una producción de 1’250.000 barriles diarios sino nos dicen que no llegaremos ni al millón; el precio estimado entonces de US$80 por barril no parece que subirá de US$50 en un buen tiempo; por eso el déficit de la balanza comercial supera los US$6.000 millones; el ingreso fiscal cayó en $14 billones, la inversión extranjera invirtió su tendencia y la cuenta corriente se volvió negativa.

Lo que no se destaca, ni siquiera se reconoce, es que si los factores internacionales afectan en forma tan grave la situación del país es porque el modelo sobre el cual se montó la economía se equivocó al depender justamente y en forma casi exclusiva de esos factores.

Ya confrontada la realidad con el famoso ‘la economía colombiana está blindada’ –y ya recortados los presupuestos y los programas de gobierno–, ahora estamos viendo otro de los efectos con la apreciación del dólar.

Pero a la par que parece que el dólar estuviera escalando una montaña, las apreciaciones oficiales parece que describieran los éxitos de las estaciones en el camino para conquistar el Everest.

Desde que comenzamos con las declaraciones del Ministro de Hacienda de hace poco menos de un año cuando la divisa costaba $1.850 y para el Ministro estábamos cerca del ideal que sería el ‘Dólar Cárdenas’, el precio de esa moneda ha sido bien calificado por las autoridades en todas sus etapas. A los tres meses, cuando alcanzaba los $2.200 nos explicaban que eso era beneficioso para el país porque facilitaba la exportaciones; pocos meses después llegaba a $2.500 y debíamos agradecer que eso compensaba los malos precios del petróleo; a finales de julio las declaraciones son: “un dólar cercano a los $2.800 es una buena noticia, porque ayuda a los exportadores y productores nacionales, y hasta el momento no ha impactado el control de la inflación. Aunque no se ha podido determinar cuál es el umbral del dolor, todavía no estamos en este punto. Pero es claro que existen ganadores y perdedores con este nivel de tasa de cambio”. Incluso se oyen presentaciones como que el alza tiene de bueno que se acaba el contrabando (porque todo lo externo es más caro) o que se fomenta el turismo nacional (porque nadie puede volver a viajar).

La pregunta es si esto en verdad tiene tanto de bueno como de malo, o si es más un termómetro que nos señala que la economía está enferma.

Porque, como los niños chiquitos cuando tienen el pañal embarrado y alguien pregunta por qué huele a feo saltan a decir ‘yo no fui’, los defensores e impulsores del modelo no solo intentan ocultar el fracaso sino hacer olvidar su responsabilidad.

Cuando se les decía que las proyecciones no tenían fundamento acudían a que las recetas venían de los principios de los grandes órganos internacionales (Consenso de Washington, Banco Mundial); cuando se les decía que la dependencia de los factores externos –precios y mercados– volvía vulnerable la economía decían que la nuestra estaba ‘blindada’; cuando se mencionaba el peligro de la ‘enfermedad holandesa’ afirmaban que entre nosotros no existían las condiciones para que se produjera; cuando se predecía que esta acabaría afectando el sector productivo –industria y agricultura– negaban que esto sucedería; cuando se tocaba el riesgo de generar alto desempleo se dedicaban a enfatizar cualquier mínima mejoría transitoria pero sin mencionar que es el más alto del continente; si se trataba el tema de la desigualdad respondían con las cifras de disminución de la pobreza pero sin destacar que la brecha entre los más ricos y los más pobres aumentaba (hacer más ricos a los ricos y más pobres a los pobres) y era una de las más altas del mundo; si se proponía que los TLC no necesariamente beneficiarían la balanza comercial, hoy ni siquiera comentan la disminución de las exportaciones y menos que esto ha sido principalmente con los países con los cuales se han firmado esos tratados; felices con la inversión extranjera que mostraba positiva la cuenta corriente, hoy nada dicen respecto a que tenemos el negativo histórico más grande por las empresas que se retiran o las trasnacionales que inflan los balances para exportar dividendos.

Lo preocupante es que, en la medida en que no se reconoce ni lo grave de la coyuntura ni la responsabilidad por las causas, el nivel del dólar como termómetro muestra además la falta de interés o de capacidad de las autoridades para impedir o corregir la situación crítica que se avizora.

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