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Homicidios en América Latina

Sobresalen altos niveles de violencia en Centroamérica y el Caribe

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Sobresalen altos niveles de violencia en Centroamérica y el Caribe

 

Sobresalen altos niveles de violencia en Centroamérica y el Caribe

La tasa de homicidios en América Latina delata claramente el ciclo de violencia que vive toda la región. Mientras en los años setenta, ochenta y aun noventa, la violencia tenía un origen político-social, hoy es notoriamente criminal-social. Si bien países como Colombia aún padecen la experiencia de una guerrilla heredada de los sesenta y setenta, incluso en ese país gran parte de la violencia hoy es producto del crimen organizado.

El país más violento en América Latina en 2018 sigue siendo, de lejos, Venezuela, con 81.4 homicidios por cada 100,000 habitantes. Le sigue El Salvador con 51, Jamaica con 47, Honduras 40, Trinidad y Tobago 37,5, Belice 35.9, México 25,8, Brasil 25, Colombia 25, Guatemala 22,4, Puerto Rico 20. Al final, en orden descendente, están Costa Rica, Uruguay, República Dominicana, Panamá, Perú, Bolivia, Ecuador, Argentina, Paraguay y Chile.

En el caso de Nicaragua, por ejemplo, el gobierno de Daniel Ortega ha ocultado la información de todo el año, y la que ha publicado no es considerada confiable, debido a la insurrección popular que vive en estos momentos.

El caso mexicano es emblemático: en 2018 subió la tasa a 25,8 desde 22,5 en 2017 y 16,2 en 2016, es decir, en 2018 vivimos un incremento drástico en los índices de violencia en todo el país, seguramente ligados, entre otras cosas, a que las fuerzas de seguridad permitieron muchos atropellos de bandas criminales o no actuaron conscientemente en atención al proceso electoral.

Llaman la atención los altos niveles de violencia en Centroamérica y el Caribe, con algunas excepciones explicables, como Cuba, Costa Rica y República Dominicana.

Los países con altos niveles de violencia y homicidios se explican, en parte, porque son sociedades con estructuras estatales nacionales y locales débiles y aparatos policiacos en franca desventaja ante, por ejemplo, el poderío económico y la capacidad de fuego del narcotráfico.

Asimismo, son naciones, muchas de ellas, expulsoras de personas, como hemos atestiguado en meses recientes con las caravanas de migrantes procedentes de Honduras, El Salvador y Guatemala. Son economías débiles y empobrecidas que no son capaces de crear satisfacciones suficientes para la población local. Sus Estados nacionales reflejan esa debilidad en su incapacidad por contener la presencia de crimen organizado y sus expresiones de dominio y control, como lo sería, por ejemplo, el alto nivel de homicidios.

Igualmente, Centroamérica y el Caribe son las rutas históricas del trasiego de droga hacia el norte, principalmente a Estados Unidos.

Hasta finales de los ochenta, el Caribe era la ruta preferida para mover la droga desde Sudamérica hacia puertos de entrada como Miami y Nueva York. A partir de las políticas de Clinton de frenar el movimiento de drogas por el Caribe, las rutas terrestres pasando por Centroamérica y México se inauguraron y cobraron otra vigencia.

De hecho, esas rutas terrestres lograron consolidarse como las preferidas cuando Canadá, Estados Unidos y México pusieron en práctica, en 1994, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN, ahora T-MEC). Ese instrumento comercial eliminó barreras entre los tres países y fue, entre otras cosas, el banderazo para el ingreso, en gran escala, de drogas a Estados Unidos por su frontera sureña, a través de México.

El efecto en México fue convertirlo en sede de grandes cárteles de crimen organizado que hoy operan en nuestro territorio. Y con ello, la violencia e impunidad.

Twitter: @rpascoep

 

Tomado de https://www.excelsior.com.mx

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