Nacional
Imaginaciones fundadas
Por Alfredo Molano Bravo
Llovía a cántaros el miércoles en Bogotá. Los policías enjaezados con quepis y correas nuevas hacían señas con manos y brazos como si estuvieran locos, como si les hubiera dado al tiempo un ataque de epilepsia. Sirenas, luces, pitos, motociclistas, ambulancias, carros negros —siete iguales— lustrosos, desmandados. Sus altezas, el príncipe de Gales y su señora, la duquesa de Cornualles, tenían afán, iban retrasados, y los ingleses, primero muertos que impuntuales.
Por Alfredo Molano Bravo
Llovía a cántaros el miércoles en Bogotá. Los policías enjaezados con quepis y correas nuevas hacían señas con manos y brazos como si estuvieran locos, como si les hubiera dado al tiempo un ataque de epilepsia. Sirenas, luces, pitos, motociclistas, ambulancias, carros negros —siete iguales— lustrosos, desmandados. Sus altezas, el príncipe de Gales y su señora, la duquesa de Cornualles, tenían afán, iban retrasados, y los ingleses, primero muertos que impuntuales.
Pasaban. El príncipe quizá miraba desde una ventana de su limosina paraguas y paraguas y gente aterida de frío y de aburrimiento. Como en Londres, como en el húmedo Gales. En no se supo dónde les regalaron un carriel paisa —que él, tan ambientalista, consideró un atrevimiento (las tapaderas de los auténticos, los que llevan navaja de afeitar incluida, son de cuero de tigre mariposo)—, y un sombrero vueltiao que —pensó— a su mamá, la reina, le parecería adorable para ir al derbi. Lo peor podría haber pasado. Le habían hablado bellezas de Caño Cristales en La Macarena; había visto fotos y fotos de ese pequeño paraíso. El encanto habría desaparecido de repente si, aguzando el ojo, se hubiera pillado a los soldaditos —que siempre están ahí–, lavando en las aguas puras del río de los siete colores, las medias y las botas de caucho. Nadie puede negarme esa realidad. Ni siquiera el padre Hurtado.
Chaleco, mangas, chaleco, mangas. Palabras en clave que utilizó el mando de la operación retoma del Palacio de Justicia para desaparecer a 11 personas. No se sabe si las mangas fueron las seis que nunca aparecieron o los cinco que tampoco han aparecido, pero sobre los que hay fotos huyendo del holocausto. Treinta y cinco años de cana para el general fue la sentencia que el Tribunal de Bogotá ratificó. El procurador saltó: ¡Cómo castigar a uno de esos héroes que no se rinden! Al alto oficial no se le pudo notificar la nueva porque andaba en el Hospital Militar. Debió encontrarse con el general Suárez, al que la Fiscalía no topó en su oficina para preguntarle por la “base de datos” donde aparecen periodistas, diplomáticos, funcionarios del Estado, y que él, casualmente, tenía en el bolsillo de su uniforme. Quien no está en las listas secretas de la inteligencia militar que se conocen todos los días es porque no existe. Y el general conoce todos los contactos, la correspondencia digital —secreta o no—, las cuentas bancarias, la dirección, los teléfonos, placas del carro y ADN de los que en ellas estén. El general es uno de los nueve oficiales que más falsos positivos tienen en su haber, número solamente superado por su mando superior, el general Lasprilla, que es el top en este tema. Son los encargados de la inteligencia del Estado, que, según ellos, es el fundamento de la democracia. ¡Brillante figura! La nueva lista de chuzados no tendría importancia si no fuera por los nombres de diplomáticos de Francia, España y de periodistas gringos, que pedirán explicaciones al Gobierno, que, claro, no sabrá qué decir porque la Constitución dice que el presidente de la República es el comandante en jefe de las Fuerzas Militares y de Policía.
Por tanto, también de los policías que cogieron a topetazos al hijo del presidente de la Corte Suprema de Justicia porque estaban haciendo obscenidades en un carro oficial de vidrios polarizados, ¿qué escándalo público se puede hacer cuando nadie ve? Puede que hasta se oiga, pero ver, como dicen los policías que vieron, pues no. Lo que ellos dicen es que nada le hicieron al joven. El magistrado dice lo contrario. Palabra contra palabra, y la verdad, para mí, simple observador que soy, es que entre la palabra del presidente de la Corte Suprema y la del intrépido general Palomino, me quedo con la primera, así me parezca un abuso que su hijo estuviera comprando dólares en un carro oficial conducido por él.
El Espectador.