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¿Por qué protestan en Brasil?

Por Mauricio Cabrera Galvis  

Las multitudinarias protestas, marchas y manifestaciones en las calles de las principales ciudades del Brasil han sido una sorpresa para todos. Para el gobierno de centro-izquierda de Dilma Rousseff, desconcertado por el descontento de una población muy beneficiada con sus políticas;

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Por Mauricio Cabrera Galvis  

Las multitudinarias protestas, marchas y manifestaciones en las calles de las principales ciudades del Brasil han sido una sorpresa para todos. Para el gobierno de centro-izquierda de Dilma Rousseff, desconcertado por el descontento de una población muy beneficiada con sus políticas; para los mismos jóvenes promotores, que nunca esperaron que su llamado a través de Internet convocara a más de un millón de manifestantes; y para el mundo entero que se asombra de ver una presidenta que rechaza la violencia, pero como demócrata da la bienvenida a los reclamos populares que, además, son apoyados por la Iglesia y su propio partido de gobierno.

La chispa que empezó el espontáneo movimiento popular fue el rechazo a un alza de $200 en la tarifa del bus, por parte del “Movimiento Pase Libre” (MPL) que lleva años pidiendo la gratuidad del transporte público. El MPL salió a protestar en Sao Paulo con solo unos cientos de personas pero pronto el incendio se propagó a otras ciudades, creció la audiencia y se multiplicaron las causas de los reclamos.

En un país apasionado por el futbol, la gente está indignada por los 15 mil millones de dólares gastados para preparar el próximo mundial: “más hospitales y menos estadios” es una de las consignas más repetidas porque los adultos exigen un mejor servicio de salud; los jóvenes, como en Chile, demandan mayor acceso y calidad en la educación pública y todos están indignados con la corrupción de los dirigentes públicos y privados.

¿Por qué aumenta la revuelta popular en un país que ha tenido un gran enorme progreso económico y social en este siglo? Las políticas socialdemócratas que empezó el presidente Lula han sacado a 15 millones de personas de la indigencia y a otros 35 millones de la pobreza. En contra de las teorías neoliberales, en una década el salario mínimo aumentó 400%, la inflación no se ha desbordado y el desempleo sigue en niveles mínimos.

La respuesta a ese interrogante puede ser paradójica: las protestas populares reflejan a la vez los éxitos y los frustraciones del modelo brasileño, Los éxitos, porque esta no es una protesta de pobres; con el gran crecimiento de la clase media (ha pasado del 25% al 50% de la población) la gente ha aprendido que sus derechos van más allá tener un techo y no acostarse con hambre, y ahora exigen educación, salud y mayor calidad de vida.

Por eso mas del 70% de los manifestantes tienen educación superior y la mitad son menores de 25 años. Además estos jóvenes quieren participar en la política pero no se sienten representados por ningún partido sino que rechazan la corrupción rampante de los dirigentes públicos y privados que se han apoderado del aparato estatal y los recursos públicos.

Pero también las frustraciones, porque el modelo brasileño es una mezcla de “estado del bienestar” con capitalismo salvaje, que mejora las condiciones de vida de la mayoría de la población pero mantiene las enormes desigualdades en la distribución del ingreso. Sus políticas asistencialistas reducen la pobreza pero no reparten la riqueza.

Las lecciones para Colombia son claras. Son buenos y necesarios los programas que reparten dinero y subsidios para que la gente tenga el mínimo para una vida digna, pero no son suficientes. La paz duradera solo se logrará si disminuye la desigualdad, si construimos la “democracia de propietarios” que el gran filósofo John Rawls  proponía como el modelo más adecuado para una sociedad justa. Los acuerdos de la Habana deben servir para ese objetivo.

24 de junio de 2013.

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