Nacional
La guerra civil española
Por Rodrigo Borja
La muerte del presidente Adolfo Suárez me ha traído a la memoria uno de los episodios más cruentos de la historia universal: la guerra civil española. Era 1936. Suprimido el régimen monárquico, gobernaba España el republicano Manuel Azaña, a la cabeza del frente popular. El imperio de la libertad
Por Rodrigo Borja
La muerte del presidente Adolfo Suárez me ha traído a la memoria uno de los episodios más cruentos de la historia universal: la guerra civil española. Era 1936. Suprimido el régimen monárquico, gobernaba España el republicano Manuel Azaña, a la cabeza del frente popular. El imperio de la libertad produjo una extraordinaria eclosión cultural. El gobierno implantó la reforma agraria, las leyes de protección laboral, la separación de la Iglesia y el Estado, el laicismo, la expropiación de los bienes del clero, la libertad de cultos, el matrimonio civil, el divorcio, la disminución del tamaño del ejército, la supresión de los privilegios militares y otras reformas fundamentales.
Pero el descontento de las fuerzas conservadoras desembocó en el alzamiento militar de los generales Francisco Franco, José Sanjurjo y Emilio Mola.
España se dividió en dos pedazos: el republicano y el franquista, que combatieron sin cuartel por casi tres años.
En el sector republicano, integrado por socialistas, comunistas, anarquistas y liberales de izquierda, se formaron las “brigadas internacionales” que alistaron a combatientes voluntarios de varios países por la causa democrática, y al otro lado se alinearon los “nacionales” en defensa de las tradiciones monárquicas y religiosas y del establishment socioeconómico, con el apoyo armado, financiero y logístico de las fuerzas nazis de Hitler y las fascistas de Mussolini.
El 12 de octubre de 1936 hubo un episodio elocuente: en un acto solemne en la Universidad de Salamanca, al que asistieron las autoridades universitarias, el obispo, doña Carmen Polo de Franco -esposa del “generalísimo”- y varios otros invitados, uno de los oradores fue el general José Millán Astray -que había perdido un ojo y un brazo en las luchas de Marruecos-, quien enfurecido exclamó entre bufidos: “¡viva la muerte!”, “¡muera la inteligencia!” El rector Miguel de Unamumo se puso de pie y respondió: “venceréis pero no convenceréis, porque para vencer os sobra la fuerza bruta pero para convencer os falta la inteligencia”.
Se libraron mil batallas. Se peleó ciudad por ciudad y casa por casa. Las barricadas se tomaban a punta de bayoneta. Los prisioneros eran fusilados. A los cadáveres amontonados se les prendía fuego.
Pero la contienda fue desigual: los milicianos republicanos -estudiantes, profesores, escritores, artistas que empuñaron los fusiles- resistieron heroicamente la arremetida de las fuerzas militares franquistas -superiores en número, armamento y organización- reforzadas por la aviación de Hitler y Mussolini.
Tras 840 días de asedio las tropas franquistas tomaron Madrid, último bastión republicano. La guerra terminó. Un millón de muertos quedaron en las ciudades y campos. Y se implantó la larga y sangrienta teocracia de Franco, “Generalísimo de los Ejércitos” y “Caudillo de España por la gracia de Dios”, a quien Pío XII envió una nota de felicitación.
6 de abril de 2014.