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LA GUERRA COMERCIAL Y LA DISPUTA POR LA RED 5G

EEUU trata de impedir que el resto de países tengan acceso a los principales avances científicos y técnicos a través de terceros.

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EEUU trata de impedir que el resto de países tengan acceso a los principales avances científicos y técnicos a través de terceros.

 

EEUU trata de impedir que el resto de países tengan acceso a los principales avances científicos y técnicos a través de terceros.

Los estadounidenses desplazaron a Barcelona a altos cargos de su administración para difundir entre los asistentes que Huawei (compañía China) es un peligro para “la seguridad nacional de los países”. La amenaza concreta es que Pekín podría incluir en sus aparatos mecanismos para apropiarse de datos. Ahora bien, esta acusación tiene un punto débil: eso es exactamente lo que está demostrado que EEUU hace con la actual Internet y las redes sociales. Recordemos que apareció entre los teléfonos espiados por la NSA (Agencia de Seguridad Norteamericana) hasta el móvil de la misma Angela Merkel, junto con una larga lista de presidentes, ejecutivos de monopolios, etc.

No es una red más
Las empresas punteras de China estaban a la ofensiva en Barcelona: suyo era el mostrador de bienvenida en el aeropuerto, los mejores stands de la feria y hasta el logotipo publicitario en las identificaciones de los asistentes. El presidente de Huawei se burló en su intervención de las acusaciones norteamericanas: “¿Espionaje de datos? Que se lo pregunten a Edward Snowden” (exempleado de la NSA que se exilió a Rusia tras filtrar documentos que revelaban el espionaje masivo por parte de la administración estadounidense). El descaro chino se basa en que llevan la delantera con el 5G.

La nueva de red 5G no es una mejora más, es un salto cualitativo en las comunicaciones. Es una revolución que afectará a la producción de mercancías, la conexión de las máquinas entre sí y su interacción con el hombre. Su efecto en la productividad será exponencialmente mayor que el de sus antecesores. En su base, tiene una capacidad de trasmitir datos con un volumen y una inmediatez tal que desaparece prácticamente la latencia (retardo entre la orden y su ejecución). Durante el MWC de Barcelona se aplicó en una demostración espectacular: desde el propio congreso, un cirujano dirigió la operación de un paciente en un quirófano a varios kilómetros de distancia. Con la actual red 4G se pueden conectar 2.000 aparatos por kilómetro cuadrado. El 5G permite actuar coordinados a un millón de terminales en ese mismo espacio. Será posible coordinar la conducción autónoma en las ciudades de miles de coches, el control del vuelo sincronizado de drones, la expansión de la robótica y, sobre todo, un salto brutal en la automatización del proceso productivo. Y por supuesto con una aplicación inmediata en el campo militar.

Y todo el control y el acceso a esa información en una red que los EEUU, por vez primera en 30 años, ni monopolizan ni podrán controlar.

La batalla por la dependencia
EEUU no pretende impedir que China tenga la tecnología 5G, porque ya la posee. Las empresas más avanzadas en este campo son Huawei y ZTE. La mayor red de antenas para su implantación está en China (350.000 antenas, en comparación con 30.000 en EEUU) y las principales patentes y medios técnicos ya están creados. Ser lento en disponer de la red 5G situaría a EEUU en una desventaja competitiva a nivel mundial, pero aún tiene recursos para recuperar el terreno perdido. Lo que intenta Washington es que el resto de países no la implanten apoyándose en empresas y equipos chinos, un factor con el que los países ganarían autonomía. Porque el dominio político, militar y el saqueo económico que practica EEUU necesita la dependencia de los demás países respecto a la metrópoli en los campos más cualitativos. Como explicaba The Wall Street Journal, si EEUU no hubiese sido el líder en implantar el 4G “muchas empresas, como Snapchat, Instagram o Facebook, no se habrían convertido en poderes globales. Los Uber, Airbnb o Netflix surgieron en EEUU gracias al 4G”. Se ha desatado una batalla en la que no se va a ahorrar munición.

El otro frente abierto
Intentar limitar el avance tecnológico de China está también en la base de la otra disputa abierta, la guerra comercial que estalló el 6 de julio de 2018: EEUU aplicó aranceles por un valor de 34.000 millones de dólares a las importaciones de China. De inmediato, Pekín aplicó a su vez aranceles a los productos norteamericanos. Trump amplió el frente y comunicó a Rusia, la Unión Europea, Japón, Canadá, México y otros países la revisión de los tratados comerciales, aplicando tasas a las importaciones. Rusia contestó gravando del 25% al 40% la importación de productos estadounidenses. La Unión Europea adoptó medidas contra decenas de productos de EEUU (bourbon, vaqueros, motos Harley-Davidson…). Canadá ha gravado con unos 12.600 millones de dólares a productos de EEUU, al igual que México y Japón.

Trump abrió la caja de los truenos: por la escala de los adversarios (todo el planeta) y por los efectos encadenados que genera. Ha dinamitado los tratados obteniendo alguna ventaja en las negociaciones país a país (Corea, Canadá), pero también recibe reveses. El gobierno de Pekín se orientó por causar daño político, frenando la importación de las mercancías que se producen en las zonas que más votan a Trump: soja, sorgo, automóviles, cabezas de cerdo, pistachos o whisky Jack Daniel’s.

Dos semanas después del primer envite, EEUU volvió a la carga con un segundo lote de aranceles, por un valor de 16.000 millones. Y Trump incrementó sus amenazas pidiendo que se “identifiquen 200.000 millones de dólares de bienes chinos con vistas a aplicar unos aranceles suplementarios del 10%”.

¿Un tiro en el pie?
Trump juega con fuego y provoca, incluso dentro del partido republicano, voces en contra: “Los aranceles no solo dañan a nuestros agricultores, hacendados y fabricantes de aviones, sino también a cada consumidor estadounidense. Deberíamos estar trabajando con nuestros aliados para aislar a China en vez de escalar una guerra comercial”.

Porque está en juego también el sustancioso pastel de las filiales norteamericanas, que en China tienen una cifra de negocios equivalente al triple de las exportaciones de EEUU al Gigante de Oriente, y suponen 35 veces más que las ventas de las filiales chinas en EEUU.

El 1 de diciembre del 2018 EEUU cruzó la línea roja. A petición de la justicia norteamericana, Canadá detuvo a Meng Wanzhou, directora financiera de Huawei, el mismo día en que Donald Trump compartía mesa en la reunión del G8 con Xi Jinping. El FBI acusó a la compañía de haberse saltado el embargo decretado por la Casa Blanca contra Irán y de espiar a la compañía americana T-Mobile. Pekín respondió deteniendo a tres ciudadanos canadienses como presión. Llegados a ese punto, el gobierno estadounidense aceptó un aplazamiento de tres meses (que actualmente se está negociando) para alcanzar algún acuerdo con China que limite las represalias mutuas. Washington le exige que permita las exportaciones de productos agrícolas y algunas concesiones en tecnología que limiten los campos en los que China está tomando la delantera a EEUU.

En los meses transcurridos desde el inicio de los aranceles el intercambio de mercancías entre Pekín y Washington ha caído un 10,1% con respecto al año anterior, pero China aumentó su comercio exterior con el resto de los principales bloques del planeta: con la Unión Europea creció un 17,6%; con Japón, un 6,5%; y con la Asociación de Naciones de Asia Sudoriental (ASEAN), un 7,8%.

Trump corre el peligro de pegarse un tiro en el pie con el pulso de los aranceles. Y aunque obtuvo un efecto a corto plazo por la protección de la producción y el empleo en EEUU, se está transformando en dificultades para exportar y el encarecimiento de algunos de los componentes y las mercancías importados, que eleva los costes de fabricación en EEUU y de las compras de sus ciudadanos. Según el FMI, en 2019 la economía norteamericana crecerá algo menos que la española, y la tercera parte que la de China.

Hay que prepararse para que los platos rotos pretendan que los paguemos los países que estamos bajo dominio de Washington. Porque mantener su hegemonía le impele a garantizar sus ingresos, sea por su potente economía o sea por su capacidad de saqueo.

Del 1G al 5G
Del sistema analógico 1G para los primeros móviles se pasó en los años noventa a la telefonía digital con el 2G. Los siguientes cambios fueron cuantitativos: mayor ancho de banda, más rapidez, 3G, 4G. El 5G arrancará comercialmente en torno a 2020 y moverá al mundo durante décadas. El cirujano de una clínica de Tokio podrá operar a corazón abierto a un paciente de un hospital de Roma mediante un robot manejado en remoto. La baja latencia del 5G lo hará posible. También extenderá los coches autónomos, con millones de vehículos controlados simultáneamente. El Internet de las cosas, la gestión autónoma de las máquinas y los electrodomésticos, tendrá el marco definitivo para su expansión comercial. Un reducido club de monopolios disputan esta tecnología: las chinas Huawei, China Mobile y ZTE, y, en el lado estadounidense, AT&T y Verizon. Samsung (Corea) y Nokia (Finlandia) intentan coger el tren. Hace ya unos meses, Huawei y Vodafone realizaron la primera llamada telefónica usando 5G entre Madrid y Castelldefels. Y Huawei ya instaló 30 antenas 5G en España, en la primera red precomercial de Europa con este estándar.

 

Tomado de https://deverdaddigital.com

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