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Nacional

La “guerra de posiciones” en América Latina

Por Roberto Regalado / La Época  

América Latina, en su conjunto, constituye un escenario destacado de la «guerra de posiciones» de la que hablara Antonio Gramsci. Esa guerra se libra entre el imperialismo norteamericano y sus aliados criollos, de una parte, y los movimientos populares y las fuerzas políticas de izquierda y progresistas, de la otra, y un elemento clave de ella es la disputa política y electoral por el control de los gobiernos de la región.

De acuerdo con las concepciones predominantes en las izquierdas

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Por Roberto Regalado / La Época  

América Latina, en su conjunto, constituye un escenario destacado de la «guerra de posiciones» de la que hablara Antonio Gramsci. Esa guerra se libra entre el imperialismo norteamericano y sus aliados criollos, de una parte, y los movimientos populares y las fuerzas políticas de izquierda y progresistas, de la otra, y un elemento clave de ella es la disputa política y electoral por el control de los gobiernos de la región.

De acuerdo con las concepciones predominantes en las izquierdas

revolucionarias del siglo XX, en una coyuntura histórica signada por el derrumbe de la URSS y el fin de la bipolaridad de posguerra, cabía esperar décadas de virtual extinción de las luchas populares. Para sorpresa de muchos, tras un breve lapso en el que predominó el desconcierto, en América Latina se produjo un auge de los movimientos sociales, el nacimiento de movimientos social-políticos y la ocupación de espacios institucionales por fuerzas políticas progresistas y de izquierda dentro del sistema de democracia burguesa, incluida la elección y reelección de un abanico de esas fuerzas al gobierno en varios países.

La elección de gobiernos de izquierda y progresistas es algo novedoso en una región donde la norma era la dictadura militar o el autoritarismo civil, y donde en los casos en que la izquierda, por excepción, llegó a ocupar la Presidencia de la República mediante el sufragio popular, fue víctima de la desestabilización y el derrocamiento violento, tal como ocurrió en Guatemala en 1954 y en Chile en 1973. Por eso, el hecho de que hoy esas fuerzas logren acceder al gobierno por medios pacíficos y que desde el gobierno puedan construir poder popular, constituye un acontecimiento sin precedentes.

La izquierda accedió al gobierno en varios países de América Latina, pero en ninguno ejerce todos los resortes del poder, sino solo una parte de ellos: el poder está en disputa. Lo nuevo, y esto es algo trascendental, es que la izquierda latinoamericana ya no solo participa en la disputa el poder desde la oposición, sino también desde el ejercicio del gobierno. Ahora bien, cómo se erigen y cómo serán, en definitiva, los socialismos latinoamericanos del siglo XXI –socialismos, en plural, porque obviamente serán diversos–, son interrogantes que aún no estamos en condiciones de responder a plenitud, porque los procesos que se orientan en esa dirección tienen un largo trecho por recorrer y muchos obstáculos por vencer.

Los espacios sociales, políticos e institucionales ocupados por fuerzas de izquierda y progresistas en la América Latina actual son resultado de la combinación de cuatro factores, tres de ellos positivos y uno negativo. Los factores positivos son:

•    El acumulado político de toda su historia de luchas contra la dominación colonialista y neocolonialista, en especial durante el siglo XX, y de manera aún más específica, en el período comprendido entre 1959 y 1989, es decir, durante la etapa histórica abierta por el triunfo de la Revolución Cubana.

•    El rechazo de la opinión pública mundial a la fuerza bruta históricamente empleada contra los pueblos latinoamericanos –en especial, debido a la práctica masiva y sistemática del asesinato, la desaparición, el encarcelamiento, la tortura y el exilio por parte de los Estados de «seguridad nacional» entre 1964 y 1989–, que obliga al imperialismo y sus aliados criollos a buscar formas más mediadas y sofisticadas de dominación.

•    El aumento de la conciencia, la movilización y la acción social y política registrado en la lucha contra el neoliberalismo, que incorpora a la lucha política y electoral a franjas populares que antes no podían y/o no tenían la conciencia y el incentivo necesarios para participar en ellas.

Como resultado de esta combinación de factores, si bien no se cumplió el objetivo que la gran mayoría de los movimientos político-militares latinoamericanos se habían propuesto en las décadas de 1960 a 1980, a saber, la conquista del poder, en términos generales semejantes a lo ocurrido en Rusia, China, Corea del Norte, Vietnam y Cuba, el imperialismo y las oligarquías criollas se vieron compulsados a abrir espacios de lucha social y lucha política de signo popular. En esos espacios se amplió el horizonte político, ideológico y cultural, y comenzó la construcción de idearios y proyectos emancipadores que beben de diversas fuentes autóctonas y de las fuentes originarias del marxismo, al tiempo que se despojan de la nociva influencia del «socialismo real».

El factor negativo que incide en la situación política latinoamericana posterior al fin de la bipolaridad de posguerra es la construcción de un sistema transnacional de dominación imperialista –compuesto por una tupida madeja de mecanismos políticos, económicos, militares, ideológicos y mediáticos–, concebido para reducir a su mínima expresión la autodeterminación, la independencia y la soberanía de las naciones del Sur. Este sistema busca cercar, bloquear, imponer una camisa de fuerza e intervenir en los asuntos internos de las naciones latinoamericanas y caribeñas. Fue, precisamente, la creencia de que podría someter a esas naciones a los nuevos mecanismos transnacionales de dominación, la que, en última instancia, movió al imperialismo a dejar de oponerse de oficio a todo triunfo electoral de la izquierda, lo cual hizo basado en la errónea creencia de que la camisa de fuerza del Estado neoliberal no permitiría el acceso de la izquierda al gobierno y que, en caso de excepciones, accedería a él una izquierda reciclada, como la socialdemocracia europea, que asumiría como propio el abandono de todo vestigio de asimilación de demandas sociales y de redistribución de riqueza.

En virtud de la interacción entre los cuatro elementos mencionados, desde finales de la década de 1980 América Latina ha atravesado por diferentes momentos:

•    En el primero, entre 1989 y 1994, lo predominante era la reestructuración y revitalización del sistema de dominación continental del imperialismo norteamericano, unida al desconcierto de los movimientos populares y las fuerzas políticas de izquierda.

•    En el segundo, entre 1994 y 1998, lo predominante era la crisis del Estado latinoamericano y el auge de las protestas sociales provocadas por la reestructuración neoliberal.

•    En el tercero, entre 1998 y 2006, lo predominante era la elección de gobiernos de izquierda y progresistas.

•    En el cuarto, de 2006 hasta el presente, lo predominante es la contraofensiva del imperialismo norteamericano y la derecha criolla para reconquistar los espacios sociales, políticos e institucionales que escaparon de su control. Esa ofensiva incluye los golpes de Estado contra los presidentes Manuel Zelaya en Honduras (2009) y Fernando Lugo en Paraguay (2011), y la intensificación de los fallidos intentos de desestabilización y/o golpe de Estado, según el caso, realizados contra los gobiernos de Venezuela, Bolivia, Ecuador, Argentina y otros.

Para ello, el imperialismo y la derecha criolla tratan de aprovechar al máximo las limitaciones, los errores y las insuficiencias de los procesos de transformación revolucionaria y/o de reforma progresista, que generan confusión, insatisfacción y rechazo, desmoralizan y desmovilizan a sus bases de apoyo popular, y estimulan el voto de castigo y la abstención de castigo contra la izquierda.

Cabría, a estas alturas, preguntarnos en qué medida se han modificado los cuatro factores determinantes de la situación política latinoamericana, pero para ello es conveniente hacer cambios en su ordenamiento y realizar modificaciones en sus enunciados. El nuevo ordenamiento y los nuevos enunciados son: Efectividad e inefectividad de la dominación transnacional; El acumulado reciente; El rechazo a los golpes de Estado y las dictaduras; y la incorporación de franjas populares a la lucha política y electoral.

Efectividad e inefectividad de la dominación transnacional

Es bien conocido que el sistema capitalista de producción entró en una fase de agotamiento histórico, que lo compulsa a paliar sus contradicciones antagónicas mediante una apropiación y una depredación cualitativamente superior de los recursos naturales del planeta, y el establecimiento de niveles, también cualitativamente superiores, de concentración de la riqueza y masificación de la exclusión social a escala global. De ello se deriva que los procesos de transformación revolucionaria y reforma progresista hoy en curso en América Latina, marchan a contracorriente del recrudecimiento de las tendencias agresivas de las potencias imperialistas, que afectan el desarrollo, amenazan la continuidad e imponen limitaciones a todos esos procesos.

No obstante el adverso y peligroso contexto general en el que actúan los gobiernos latinoamericanos de izquierda y progresistas, hoy es posible afirmar que la reestructuración del sistema de dominación continental iniciada por George H. Bush en 1989 resultó un fracaso, que sus sucesores en la Casa Blanca no han podido articular una estrategia integral de recambio, y que se han dedicado a ponerle parches al diseño fracasado.

•    El pilar político de la reestructuración del sistema de dominación continental era la imposición de un esquema único de democracia neoliberal, caracterizado por el establecimiento o restablecimiento, según el caso, de los medios y métodos de la democracia burguesa, combinado con una concentración y un blindaje absolutos en la toma de decisiones en materia política, económica y social, acorde con las directivas de los centros de poder mundial. El fracaso de este pilar coadyuvó a la elección de los actuales gobiernos de izquierda o progresistas en Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador, El Salvador, Nicaragua, Uruguay y Venezuela, a la reciente derrota electoral de la ultraderecha en Chile, y a la agudización de las contradicciones sociales en países como Colombia, Costa Rica, Panamá y México.

El complemento de este esquema era una madeja de mecanismos transnacionales de imposición, verificación, control y sanción de «infracciones» a la democracia neoliberal, entretejida en el Proceso de Reformas a la Carta de la OEA, que se inició con la adopción del Compromiso de Santiago de Chile con la Democracia y con la Renovación del Sistema Interamericano (junio de 1991) y llegó a su punto culminante con la aprobación de la Carta Democrática Interamericana (septiembre de 2001). En virtud del cambio en el mapa político del continente, estos mecanismos, originalmente concebidos para evitar el acceso de fuerzas de izquierda al gobierno y para legitimar su derrocamiento en caso que lograsen franquear esa barrera, no solo no pudieron ser utilizados contra ellos, sino que las fuerzas populares se han apropiado parcialmente de ellos para usarlos en su defensa frente a las acciones desestabilizadoras de la reacción.

•    El pilar económico era establecer un férreo control monopolista transnacional sobre los recursos naturales y las economías del continente con la creación de un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), proyecto que fue derrotado por primera vez en 2005 y por segunda vez en 2007, por lo que el imperialismo norteamericano acudió al «Plan B» consistente en suscribir tratados bilaterales y subregionales de libre comercio (TLC), y en la actualidad busca vertebrarlos por medio de la llamada Alianza del Pacífico.

•    El pilar militar era la ampliación y profundización del control estadounidense sobre las fuerzas armadas de todas las naciones latinoamericanas, y también de su presencia militar directa en la región. En este aspecto el resultado ha sido mixto, en la medida en que, por una parte, los gobiernos de izquierda y progresistas afirman su soberanía, autodeterminación e independencia –manifiesta en actos como el cierre de la base militar estadounidense en Manta, Ecuador–, pero por la otra el imperialismo construye un sistema de bases y posiciones militares de avanzada en la Cuenca del Caribe y América del Sur, con la complicidad de gobiernos como los de Colombia, Costa Rica y Panamá.

Cuando afirmamos que los sucesores del presidente George H. Bush no han podido articular una estrategia integral de recambio, y que se han dedicado a ponerle parches al diseño fracasado, lo hacemos ante la evidencia de que el objetivo de su política hacia América Latina es reimponer la ya fracasada democracia neoliberal en los países actualmente gobernados por fuerzas de izquierda y progresistas, y reimponer la también ya fracasada madeja de mecanismos transnacionales de dominación, políticos, económicos y militares, articulados dentro del obsoleto Sistema Interamericano y en torno a él, incluidas las Cumbres de las Américas, que empezaron siendo la suprema instancia legitimadora de la reestructuración de ese sistema y que, desde la derrota del ALCA y otros de sus componentes, vagan en la inercia sin rumbo definido.

Pero, esto no significa que hayan dejado de actualizar y ejecutar sus doctrinas contrarrevolucionarias y contrainsurgentes, entre las que resalta la doctrina de la dominación de espectro completo dada a conocer por el Pentágono en 2008, cuyos postulados se observan con nitidez en la política de doble carril, es decir, de guerra como elemento fundamental y de diálogo como elemento de apoyo, que se desarrolla en Colombia, y también en los esquemas de desestabilización, deslegitimación y derrocamiento aplicados contra los gobiernos de izquierda, hoy especialmente enfocada contra la Revolución Bolivariana de Venezuela.

Tras este somero golpe de vista a la efectividad e inefectividad de los mecanismos transnacionales de dominación del imperialismo norteamericano en América Latina, hagamos lo propio con el resto de los factores que ejercen una influencia determinante en la situación política actual de la región.

El acumulado reciente

Si el acumulado histórico de las luchas populares en América Latina es el primer factor positivo de la correlación de fuerzas entre izquierda y derecha en la región, la base de cualquier análisis que hagamos hoy sobre la situación y perspectivas tiene que partir del acumulado reciente.

¿Cuánto, cómo y dónde hemos avanzado en la construcción de nuevos paradigmas y procesos emancipadores durante los últimos veinticinco años? ¿Cuánto, cómo y dónde nos hemos estancado? ¿Cuánto, cómo y dónde hemos retrocedido?

Es obvio que, ni me corresponde, ni podría yo, ni cualquier otra persona, a título individual, hacer una evaluación de lo ocurrido durante las últimas dos décadas y media en todos, o siquiera en una parte, de los países de América Latina y el Caribe, pero sin duda alguna esta evaluación le corresponde al intelectual colectivo revolucionario del que hablara Gramsci. Un tema que sí considero lo suficientemente abarcable como para reseñar avances: la construcción de espacios regionales de debate, concertación y colaboración, en los ámbitos social, político y gubernamental.

•    En el ámbito social, resalta el entramado de redes y campañas de movimientos populares diversos, que alcanzan su mayor grado de coordinación y acción conjunta entre mediados de la década de 1990 y mediados de la década de 2000, en torno un eje unificador que fue la lucha contra el ALCA, lo cual coincidió con el momento de máxima visibilidad y repercusión del Foro Social Mundial y del Foro Social Américas. A partir de la derrota del ALCA no se ha logrado establecer un nuevo eje unificador, aunque es preciso reconocer que en esa dirección trabajan redes como la de los Movimientos Sociales hacia el ALBA.

•    En el ámbito político, se destacan los casi veinticuatro años de existencia del Foro de Sao Paulo, primer y único agrupamiento de partidos y movimientos políticos del mundo en el que convergen todas las corrientes ideológicas de la izquierda. El Foro atravesó por dos períodos críticos: uno en sus primeros años, entre 1990 y 1993, cuando aún no había definido su identidad política (antiimperialista y antineoliberal), no se había dotado de normas y procedimientos para enfrentar las diferencias existentes en su seno, ni se había forjado dentro de él el embrión del espíritu de unidad dentro de la diversidad; y otro, entre 2002 y 2007, cuando se acentuaron las diferencias entre algunos de sus miembros que accedían o esperaban acceder al gobierno, y otros carentes de interés o de posibilidades de transitar por esa senda. No obstante sus avatares, el Foro es un importante espacio de debate, búsqueda, concertación y coordinación. De este multifacético ejercicio brotaron muchas de las ideas que se han concretado en los actuales mecanismos gubernamentales de concertación, cooperación e integración regional.

•    En el ámbito gubernamental, lo que sobresale es la creación y progresiva ampliación de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Libre Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP) y la orientación de izquierda o progresista de todos menos uno (Paraguay) de los actuales gobiernos miembros del Mercado Común del Sur (MERCOSUR). La alianza estratégica entre estos dos mecanismos, sellada a partir del ingreso de Venezuela al MERCOSUR, constituye el pilar fundamental de la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR) y de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), organismos que, en virtud de la correlación favorable a las fuerzas de izquierda y progresistas, sirven de blindaje contra los intentos de desestabilizar y derrocar a los gobiernos legítimamente constituidos, y contra la injerencia y la intervención de los Estados Unidos y demás potencias imperialistas.

El rechazo a los golpes de Estado y las dictaduras

En virtud del rechazo mundial a los golpes de Estado y las dictaduras, el imperialismo norteamericano ha actualizado y desarrollado sus medios y métodos para desestabilizar y derrocar a los gobiernos que asumen una política de defensa de la independencia, la soberanía y la autodeterminación nacional.

Como ya se señaló en un acápite anterior, la reestructuración del sistema de dominación continental emprendida en 1989 por George H. Bush, se proponía sustituir a las dictaduras y a los dictadores omnipresentes en la historia latinoamericana, por un sistema de democracia neoliberal apuntalado por mecanismos transnacionales de imposición, control, verificación y sanción. Sin embargo, como también se explicó, la elección de gobiernos de izquierda y progresistas iniciada a finales de la década de 1990, seguida del giro a la izquierda del MERCOSUR y de la creación del ALBA-TCP, UNASUR y CELAC, hicieron fracasar este diseño intervencionista.

La reacción del imperialismo norteamericano ante el fracaso de la reestructuración de su sistema de dominación continental, fue regresar a la matriz original de la vieja estrategia de desestabilización, deslegitimación y derrocamiento de gobiernos latinoamericanos, pero con adecuaciones realizadas a tono con las nuevas circunstancias. Entre esas adecuaciones resaltan:

•    La manipulación de los nuevos y más potentes medios de comunicación, transnacionales y nacionales, para construir y divulgar una imagen de ingobernabilidad del país objeto de la campaña desestabilizadora y de ilegitimidad de las fuerzas políticas de izquierda o progresistas a las que se intenta derrocar del gobierno.

•    Disminuir todo lo posible el tiempo y el grado de exposición de las fuerzas militares y paramilitares participantes en el proceso de desestabilización, deslegitimación y derrocamiento, y encubrir también o justificar la participación de instituciones oficiales y no oficiales de los Estados Unidos y otras potencias imperialistas.

•    Construir una caricatura de «oposición civil y democrática» que lidere la desestabilización y se erija en «gobierno provisional», tal como ocurrió con Pedro Carmona (Pedro «el breve») en Venezuela, 2002, Roberto Micheletti en Honduras, 2009, y Federico Franco en Paraguay, 2011.

•    Los golpes de Estado de Honduras y Paraguay fueron encubiertos por maniobras «legitimadoras» de las mayoritarias bancadas de derecha en las legislaturas de ambos países, por lo que han sido calificados de golpes «legislativos».

•    Tanto en el caso de Honduras, como en el de Paraguay, funcionaron los mecanismos latinoamericanos de concertación política en defensa de los gobiernos constitucionales derrocados, pero la desfavorable correlación de fuerzas dentro de esos países operó a favor de la consolidación de los golpes de Estado.

•    En el caso de Honduras se estableció el precedente, ratificado posteriormente en el de Paraguay, de que el repudio y las sanciones internacionales contra los golpistas dejan de funcionar una vez que se celebran los siguientes comicios presidenciales, no obstante la situación de inconstitucionalidad en que tuvieron lugar dichos comicios. Este precedente está concebido para ser aplicado en eventuales nuevos procesos de desestabilización, deslegitimación y derrocamiento de gobiernos de izquierda y progresistas.

•    La negativa a reconocer la legitimidad del presidente Nicolás Maduro en Venezuela, y el desarrollo de una prolongada e intensa campaña de desestabilización y deslegitimación destinada a derrocarlo, constituyen el ejemplo más destacado y reciente del empleo de esta nueva estrategia.

•    La actitud asumida por la ultraderecha de El Salvador con relación a los resultados de la segunda vuelta de la elección presidencial de 2014, en la cual triunfó por estrecho margen el candidato del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), Salvador Sánchez Cerén, revela la intención de realizar una burda copia del esquema de la ultraderecha venezolana.

La incorporación de franjas populares a la lucha política y electoral

La reestructuración neoliberal de las décadas de 1980 y 1990 provocó una intensa y aguda concentración de la riqueza, con su correlato de igualmente intensa y aguda masificación de la pobreza, la miseria, la marginación y la exclusión social. Las capas medias y los sectores laborales urbanos, que ocuparon un lugar subordinado –pero, al menos, ocupaban un lugar– dentro de las alianzas sociales y políticas de la etapa del desarrollismo latinoamericano, fueron económica y socialmente golpeadas con brutalidad, lo que llevó a buena parte de ellas a abandonar el voto clientelista que históricamente ejercían a favor de uno u otro partido político tradicional. En paralelo, movimientos de base, como los indígenas bolivianos –por solo mencionar uno de los más relevantes y conocidos–, por primera vez emergieron como participantes, con criterio y con voz propios, en procesos electorales.

El cambio de actitudes político-electorales de las capas medias y los trabajadores urbanos, y el ingreso a la masa de votantes de estratos sociales antes ausentes de ella, constituyen un factor fundamental en la ocupación de espacios institucionales ocurrido en diversos países de América Latina. Esa ocupación comienza en algunos casos desde mediados de la década de 1980 en los ámbitos de los gobiernos locales y las legislaturas nacionales, y llega a abarcar el acceso al gobierno nacional a partir de la primera elección de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela (1998), seguido de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil (2002), Néstor Kirchner en Argentina (2003), Tabaré Vázquez en Uruguay (2004), Evo Morales en Bolivia (2005), Rafael Correa en Ecuador (2006), Daniel Ortega en Nicaragua (2006) y otros.

Aunque ello requeriría de estudios para demostrarlo de forma científica, parece lógico asumir que:

•    En la primera elección a la presidencia de cada uno de estos líderes de izquierda o progresistas, desempeñó un papel crucial el voto de castigo contra los gobernantes neoliberales de las décadas de 1980 y 1990.

•    Una parte de aquel voto de la primera elección, el motivado por una conciencia social y política, que se nutre de los movimientos sociales y social-políticos populares, y en el que convergen las minorías electorales con las cuales antes contaba cada uno de los partidos de la izquierda legal, luego pasó a ser el voto duro de los actuales procesos de transformación revolucionaria o reforma progresista.

•    Otra parte del voto de la primera elección, el que puede considerarse como voto de castigo contra los neoliberales propiamente dicho, se convirtió a partir de ese momento en un voto fluctuante que se mueve acorde la percepción de beneficio, estancamiento o perjuicio que sus emisores reciben de los actuales gobiernos de izquierda y progresistas, y en el cual ejerce una influencia decisiva la mercadotecnia, crecientemente vacía de contenido, costosa y sofisticada, de las campañas electorales.

La ofensiva desestabilizadora contra la Revolución Bolivariana en Venezuela, la elección de alcaldes de derecha en las ciudades de Quito y Cuenca, en Ecuador, y la campaña sucia con la cual la ultraderecha intentó evitar el triunfo del FMLN en la segunda vuelta de los comicios presidenciales en El Salvador, son elementos fundamentales del análisis de la situación y las perspectivas de la guerra de posiciones que se libra en América Latina entre la izquierda y la derecha.

Parafraseando a Schafik Hándal, en cada una de estas y otras batallas, triunfará, en definitiva, la corriente que logre la mayor fuerza, la que se guíe por un plan más acertado, más inteligente. Les corresponde a los movimientos sociales, a los movimientos social-políticos y a las fuerzas políticas de la izquierda decidir esa guerra de posiciones, en el terreno subjetivo, a favor de la revolución, y eso depende de la conducción de esos movimientos y fuerzas.

La Época, La Paz, Bolivia.

 

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