Nacional
TLC y revaluación
Eduardo Sarmiento Palacio
En los últimos años se han presentado cifras que constituyen una evidencia incontrastable del fracaso del TLC y del Banco de la República para estabilizar la balanza de pagos.
Luego de un año y medio de entrar en vigencia el acuerdo con Estados Unidos, en enero y febrero las exportaciones cayeron
Eduardo Sarmiento Palacio
En los últimos años se han presentado cifras que constituyen una evidencia incontrastable del fracaso del TLC y del Banco de la República para estabilizar la balanza de pagos.
Luego de un año y medio de entrar en vigencia el acuerdo con Estados Unidos, en enero y febrero las exportaciones cayeron
2 y 9% y las de manufacturas, 14 y 11%.
El TLC fue concebido dentro de la teoría de ventaja comparativa que presuponía que los países se especializan en los bienes que laboran a menores costos que los internacionales y los colocan indefinidamente en los mercados mundiales. De allí el argumento trillado de justificar los TLC diciendo que les abren un mercado a las exportaciones. La realidad es otra. Colombia tiene ventaja comparativa en bienes que son elaborados en todas partes y son limitados por la demanda. El acceso al mercado de EE.UU. es determinado por la tecnología. El país puede competir en los bienes en que la diferencia de productividad se compensa con menores salarios.
El manejo cambiario ha sido cuento aparte. Entre diciembre y febrero el tipo de cambio se devaluó 3% y en marzo ocurrió lo opuesto. En ambos casos los movimientos se originan en factores ajenos a las autoridades económicas. El primero provino de los anuncios de la Reserva Federal (Fed) de desmontar el mecanismo de facilitación cuantitativa y el segundo de la decisión del Banco Morgan de facilitar la conformación de portafolios en títulos de deuda pública colombiana.
La verdad es que el Banco de la República nunca creó las bases sólidas para sostener el tipo de cambio. El banco adquiere las reservas internacionales con recursos de emisión y a renglón seguido procede a adquirir los títulos de deuda pública para contrarrestar el efecto monetario, lo que induce nuevas entradas de capitales. Es la carrera para morderse la cola. En la práctica, el tipo de cambio es determinado por la Fed y los especuladores.
La proliferación de TLC y la Alianza para el Pacífico, dentro del marco de revaluación, ha resultado explosiva. Los precios nacionales de bienes transables superan los de los socios comerciales. En consecuencia, las exportaciones se derrumban, las empresas emblemáticas de automóviles y autopartes se cierran y las protestas campesinas se enrarecen.
La vulnerabilidad del sector externo quedó al descubierto. El déficit en cuenta corriente asciende al 4% del PIB y los ingresos de divisas están representados en gran parte por productos básicos que están en franco declive. De hecho, se manifestará en una deficiencia de demanda efectiva que interferirá la producción y el empleo, y obligará a compensarla con explosión del crédito y burbujas. El perfil productivo queda por cuenta de la minería, los servicios y la especulación.
Lo más dramático es que el fracaso de libre mercado no ha llevado a reformular las teorías que lo justificaron. No se reconoce que el comercio internacional no es un intercambio entre países que producen bienes distintos. Se trata, más bien, de una confrontación entre países de distinta productividad que sólo la pueden afrontar los países de menor desarrollo con menores remuneraciones. Así, Grecia y España están superando la crisis del euro con una demolición de los ingresos del trabajo. La posición de Colombia en los TLC es similar.
La decisión reciente del Gobierno, de apostarle a más revaluación e inversión extranjera, pospone la reducción de los salarios, pero no la evita. La economía queda expuesta a un déficit creciente de la balanza de pagos, desmantelamiento de la industria y la agricultura, y contracción de la demanda, que no son sostenibles. Tarde o temprano el país se verá abocado a renegociar los TLC, devaluar el tipo de cambio y adoptar un marco arancelario coherente.
El Espectador, Bogotá, 6 de abril de 2014.