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La izquierda regresa al poder en el este de Alemania

Por Christian Garrido  

En una Europa que gira a la derecha por doquier, sumergida en la más penosa crisis económica desde los años 30 del siglo pasado, un estado federado alemán elige a un sindicalista de izquierda como nuevo jefe de gobierno. Desde el pasado 5 de diciembre Bodo Ramelow –del partido Die Linke– asume el poder en el Estado libre de Turingia, tras haber logrado consolidar una coalición junto con el partido socialdemócrata y el partido verde.

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Por Christian Garrido  

En una Europa que gira a la derecha por doquier, sumergida en la más penosa crisis económica desde los años 30 del siglo pasado, un estado federado alemán elige a un sindicalista de izquierda como nuevo jefe de gobierno. Desde el pasado 5 de diciembre Bodo Ramelow –del partido Die Linke– asume el poder en el Estado libre de Turingia, tras haber logrado consolidar una coalición junto con el partido socialdemócrata y el partido verde.

Lo especial de este acontecimiento es que Die Linke forma por vez primera parte de una coalición de gobierno siendo mayoría, cuestión que había sido tabú para los socialdemócratas y los verdes hasta este pasado 5 de diciembre, pues a Die Linke se le considera el sucesor del SED (partido de la unidad alemana) que gobernó por más de 40 años la RDA, la Alemania del Este, bajo un régimen que alcanzó la cohesión de su población a través de un estado policíaco y paranóico que hoy por hoy no evoca precisamente buenos recuerdos en muchas de las personas que vivieron allí.

Die Linke está sin embargo muy lejos de ser el SED del siglo XXI. Este proyecto socialista nace de la fusión del PDS (partido del socialismo democrático) de la Alemania del Este y de una descontenta disidencia del partido socialdemócrata en el Oeste, a inicios de la década pasada. Vale resaltar que uno de los pilares fundacionales del PDS fue la ruptura total con todo el aparato estalinista del SED, y el consiguiente compromiso de autorreflexión para superar ese lastre y buscar el socialismo en un marco verdaderamente democrático libre del peligro de caer una vez más en una dictadura partidista y repetir tan triste historia. Este compromiso es el que motivó a Bodo Ramelow en 1994 a hacer parte de este proyecto. Ramelow viene del estado de Hesse, en la Alemania del Oeste, y desde los tempranos años 90 migró a Turingia, en la parte oriental, mientras muchos hacían lo contrario, pues no apostaban nada por el futuro económico en los nuevos estados federados.

Desde la anexión de la RDA en 1991 –la que en el lenguaje oficial se conoce como la reunificación alemana– gobernó en Turingia por 25 años el partido conservador CDU (unión cristianodemócrata). Todas las promesas de prosperidad como la superación de la diferencia de salarios entre Este y Oeste así como la reducción de la tasa de desempleo entre otras han sido incumplidas. En términos económicos aún hay dos Alemanias, el empleo no aumenta, la gente se marcha al Oeste. Bajo estas circunstancias Die Linke se vino perfilando como una verdadera opción de cambio político desde hace ya varias legislaturas y el discurso de Ramelow terminó por retumbar en todas las esferas sociales. Su programa plantea un
gobierno para toda la ciudadanía y no sólo en favor de una determinada clase social, cosa que ha encontrado eco incluso en la clase empresarial.

En los medios le preguntan a Ramelow dónde está entonces el elemento izquierdista en su programa, a lo que él responde haciendo referencia a puntos clave pactados dentro de la coalición como la lucha contra los salarios exiguos y el desempleo crónico entre otros, a través del fomento a empresas que introduzcan horarios laborales adecuados a los padres de familia, la creación de la jornada completa en jardines infantiles gratuitos por un año, el
fortalecimiento del sector escolar a través de una profunda ampliación de la planta docente y un claro no a la cooperación con el sistema de espionaje del gobierno federal que contrata y financia neonazis para espiar estructuras neonazis. Todas estas medidas revelan una clara afrenta al credo neoliberal y represivo que pregonó el derrotado CDU por un cuarto de siglo.

De nada le ha servido esta vez al partido conservador revivir el fantasma del SED, como es tradición en épocas preelectorales, ni organizar paradas de antorchas en mitad de la noche en contubernio con partidos chovinistas y neonazis al grito de ¡Fuera Bodo!, como ocurrió el pasado 9 de noviembre en una funesta evocación de la noche de los cristales, la cual tuvo lugar en esa misma fecha en 1938, donde el fascismo dio una pequeña muestra del horro que desataría en los años siguientes. De nada le ha servido a los medios forzar una división al interior de Die Linke, donde hay reformistas de un lado y fundamentalistas de otro, unos buenos y otros malos, unos con los que se puede hacer política y otros enemigos de la democracia, según ellos. Todo un montaje diseñado para evadir una pregunta inevitable, ¿qué ha hecho de positivo el CDU en los nuevos estados federados en estos 25 años? Las urnas han hablado y Die Linke llegó para quedarse.

 

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