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La “tercera vía” sí existe: es un discurso de encubrimiento

Por Rodolfo Arango  

La Tercera Vía ha dado de que hablar en los últimas semanas. De ella hacen eco medios y columnistas proclives a élites sociales y otrora dirigentes mundiales, sin importar lo desprestigiados que estén en sus propios países.

Vale la pena hacer algo de claridad sobre el tema: la Tercera Vía no es

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Por Rodolfo Arango  

La Tercera Vía ha dado de que hablar en los últimas semanas. De ella hacen eco medios y columnistas proclives a élites sociales y otrora dirigentes mundiales, sin importar lo desprestigiados que estén en sus propios países.

Vale la pena hacer algo de claridad sobre el tema: la Tercera Vía no es

la supuesta alternativa al capitalismo y al socialismo, como se quiere presentar. Más bien se trata de un discurso de encubrimiento del capitalismo hoy hegemónico y sólo desafiado por el terrorismo y el radicalismo islámico.

En su fase más aguda y avanzada, el capitalismo corporativo transnacional ha mostrado una efectividad prodigiosa. Para probar este aserto baste con mencionar las políticas económicas, laboral y social, que ya no son formuladas “democráticamente” a nivel nacional: ellas son impuestas por instancias internacionales, incluso de carácter privado, que deciden el destino de los pueblos sin que sus integrantes lleguen siquiera a enterarse.

¿O acaso cree alguien que fueron el partido de la U, el otrora “glorioso” partido liberal y el “benemérito” partido conservador los que en representación del pueblo colombiano aprobaron la flexibilización laboral, y no organismos internacionales siguiendo la cartilla del consenso de Washington?

El mercado y el Estado

Hasta el presente no existe una alternativa a las formas y relaciones de producción que representan el capitalismo y el comunismo. Diversas alternativas están sobre el tapete, pero sólo a nivel teórico. Baste mencionar una: el socialismo de mercado, que  garantiza la propiedad privada de los bienes de consumo, pero no de los medios de producción; en su versión más actual, acepta incluso que estos últimos y la fijación de precios sean determinados por el mercado, pero bajo planificación del gobierno y con participación de los trabajadores en la administración y ganancias de las empresas. 

La tal Tercera Vía carece de un modelo de formas y relaciones de producción distinto de las dos opciones que dice querer superar. Se trata de una típica hipóstasis del discurso con la realidad: se pretende crear nuevas realidades fácticas vía discursos, reemplazando hechos con palabras.

Con su fórmula “tanto mercado como sea posible, tanto Estado como sea necesario”, la Tercera Vía de Santos encubre la realidad del libre comercio internacional, legal e ilegal, en beneficio de grandes conglomerados, por lo general privados, en procura de crecientes capitales con destino a paraísos fiscales (black pool). Bajo el uso de las expresiones “posible” y “necesario”, afloran los prejuicios de sus promotores: el mercado es sinónimo de libertad, el Estado de lo contrario.

Otro sería el paseo si la fórmula fuese “tanto Estado como sea posible, tanto mercado como sea necesario”: Esto en atención a que vivimos en un país inculto adverso a la ley y amigo del atajo. 

Con este fácil juego de palabras, los tecnócratas de derecha buscan maximizar el mercado y minimizar el Estado, sinónimo de ineficiencia, corrupción y arbitrariedad. Se obedece así la cartilla neoliberal, con sus recetas de desregularización de la economía, privatización de funciones, entidades y bienes públicos y reducción del Estado, pese a sus devastadores efectos sobre la desigualdad, la equidad y la solidaridad social.

La muerte del socialismo

En su versión benigna, la Tercera Vía parte de supuestos errados, a semejanza de  Fukuyama con el efímero “fin de la historia” y de las ideologías.

Uno de tales supuestos es creer que el marxismo como utopía emancipadora ha perecido, sepultada por el fracaso del comunismo soviético o del socialismo chavista del siglo XXI. Pero con estos ejemplos se confunden experiencias históricas, por cierto fallidas e inaceptables dada su negación del pluralismo étnico, cultural, de género, político o religioso, con la búsqueda de verdaderas alternativas a formas y relaciones de producción que perpetúan la dominación.

La superficialidad del debate se hace patente cuando se centra simplemente en la condena al totalitarismo o en la exaltación de la libertad como motor de la motivación, innovación o productividad.

Detrás del eslogan

Pero no todo es superficial o benigno en el discurso encubridor de la Tercera Vía.

Un dogmatismo fanático trasluce en la pepa de su raciocinio instrumental, propio de la actual clase política gobernante: óptimos de Pareto, condiciones de Samuelson, etc., son formas de reducir las grandes decisiones políticas, económicas y sociales sobre democracia, guerra, soberanía o relaciones internacionales, a problemas de eficiencia, como si la idea de la utilidad gobernara al ser humano y no al contrario.

El “unilateralismo” del análisis económico, que desecha variables y simplifica la complejidad del contexto cultural y político en su metodología para modelar matemáticamente, resulta tan totalitario como el pensamiento colectivista que dice combatir. La privatización de la salud, la educación y la justicia, por presuntas razones de eficiencia, evidencia la ideología de derecha latente bajo la máscara socialdemócrata.

El discurso de la Tercera Vía complementa al discurso de la paz. Con su medianía y su mezcolanza pretende ser social pero de paso coopta, anula el disenso y liquida la democracia. Dineros públicos y privados seguirán fluyendo para mantener el estado de cosas, impedir la democratización y entronizar la corrupción. Mientras tanto, las grandes reformas al régimen territorial, de tierras, de poder político y de garantías a la oposición seguirán siendo imposibles, en buena parte por ser incompatibles con los negocios internacionales. La corrupción y la guerra, modus operandi del capitalismo transnacional, se encargarán de aportar su cuota de terror, también necesaria para reactivar el aparato productivo y controlar la población mundial.

La verdadera tercera vía

Desafíos más dignos de discutir en la búsqueda de alternativas reales al capitalismo y al comunismo soviético o al socialismo castro-chavista se centran, por ahora, en el análisis de la libertad.

Tanto el historiador Quentin Skinner, con su defensa de un tercer concepto de libertad, como el filósofo Philip Pettit, con su propuesta de “libertad como no dominación”, ofrecen perspectivas republicanas más enriquecedoras que las de la Tercera Vía para analizar los alcances y límites de la libertad.

No debe desanimarnos que hoy predominen el capitalismo transnacional y su mancorna, el pensamiento posmoderno. Por el contrario, la debilidad teórica de su reencauche debe animarnos, puesto que ella no podrá superar el culto al mercado, el avance del militarismo y de la corrupción (como acaban de mostrarlo los manejos oscuros de Tony Blair en su gestión como “enviado de paz” a Oriente Medio), o el aumento del fanatismo religioso como consecuencia de intervenciones humanitarias con fines económicos.

Desenmascarado el discurso de cooptación política que acompañará el segundo periodo presidencial de Santos, queda abierta la pregunta de cómo construir un orden internacional verdaderamente republicano, en el cual las potencias extranjeras abandonen su mentalidad colonialista y explotadora de naciones “inferiores” o subordinadas.

Al igual que una constitución republicana parte de la libertad, la igualdad y la solidaridad entre sus ciudadanos, el orden político internacional debe reconstruirse sobre condiciones de igualdad real que tengan en cuenta la injusticia histórica del colonialismo y las nuevas formas de su resurgimiento.

En la exploración de alternativas es importante volver a los clásicos del pensamiento, a la lectura, al debate crítico, para combatir la estrategia televisiva transnacional de embrutecimiento, con el espejismo de vivir bien porque se participa visualmente de la vida de los otros. “Realities” que acercan a la audiencia anónima a similares del género humano y les permiten, por un momento, gozar de una gloria personal prestada. O enlatados empobrecedores, como si todos tuviéramos derecho a una cuota de estupidez en el mundo.

Por el momento no existen alternativas al capitalismo imperante y al comunismo caduco. Pero eso no debe incomodarnos.

Por el contrario, debería animarnos el hecho de poder detectar las manipulaciones a las que estamos sometidos con el pensamiento único de una derecha activa y militante, de múltiples rostros, dispuesta a arrasarlo todo y a todos con su pathos tanatológico.

El aporte para una  transformación radical podría venir de una izquierda crítica y reflexiva, no una cooptada y confundida que cree necesario acoger el discurso de unanimidad para tener una opción sobre la tierra. La emancipación del género humano es una utopía vigente, al igual que lo es la búsqueda de formas y relaciones de producción sensibles a las diferencias y respetuosas de otros seres vivos. Si persistimos en este difícil trabajo de domesticar la política nacional y mundial  estaremos dando pasos en la dirección correcta

Razón Pública, 7 de julio de 2014.

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