Nacional
La tragedia alemana
Por Atilio A. Boron
La tragedia tiene como componente esencial la fatalidad de un desenlace terrible e inexorable. ¿Propio de Grecia, en el sonado caso de su deuda pública? No, no de Grecia sino de Alemania, una nación cuya dirigencia parece predestinada para producir calamidades históricas en forma recurrente. Dos guerras mundiales, en el siglo veinte y ahora a punto de producir, siendo fiel a su sombría historia, una catástrofe económica que comenzaría en Grecia, como el eslabón más débil, pero que nadie sabe cuándo y dónde puede terminar.
Por Atilio A. Boron
La tragedia tiene como componente esencial la fatalidad de un desenlace terrible e inexorable. ¿Propio de Grecia, en el sonado caso de su deuda pública? No, no de Grecia sino de Alemania, una nación cuya dirigencia parece predestinada para producir calamidades históricas en forma recurrente. Dos guerras mundiales, en el siglo veinte y ahora a punto de producir, siendo fiel a su sombría historia, una catástrofe económica que comenzaría en Grecia, como el eslabón más débil, pero que nadie sabe cuándo y dónde puede terminar.
En efecto: en la madrugada de este lunes los ministros de finanzas de los gobiernos de la zona euro transmitieron al país del Mediterráneo los términos de una rendición incondicional en la guerra económica y política en curso. Le tocó al ministro de Finanzas de Finlandia, Alexander Stubb, la deshonrosa misión de dar a conocer las cláusulas de la capitulación que le soplaran al oído los banqueros alemanes y que cubre de infamia a sus mentores más que a sus víctimas. Ante la prensa declaró que sus pares acordaron exigir de Grecia tres conjuntos de medidas, de inmediata aplicación: “Número uno, tiene que aplicar leyes de aquí al 15 de julio. Número dos, duras condiciones por ejemplo en reformas laborales y pensiones e IVA e impuestos. Y número tres, medidas bastante duras también por ejemplo en privatizaciones y fondos de privatización”.1
Pocas veces la historia asistió a un acto tan infame como este, en donde un grupo de bandidos de traje y corbata decide convertir a un país independiente en una indigna colonia de la Troika que hoy gobierna de facto Europa al precio de acabar con la democracia europea. Para el premio Nobel de Economía Paul Krugman esta desvergonzada iniciativa, tomada bajo la inspiración de los perros guardianes del ideario neoliberal, es además un tiro de remate al proyecto europeo. Desde el punto de vista de la política económica la lista de demandas elaborada por los ministros de finanzas del euro es simplemente “una locura”. Equivale a perpetrar un brutal golpe de mercado -¿una variante del soft power?- que va mucho más allá de un duro programa de ajuste económico. Pero hay algo más, que no se le escapa a Krugman: ese pliego de rendición incondicional es un acto de “pura venganza que conlleva la total destrucción de la soberanía nacional griega sin ninguna esperanza de alivio o rescate”. En el fondo es una oferta que ningún gobierno de Grecia (o de cualquier país independiente) puede aceptar sin una imperdonable regresión a un status neocolonial. Además, si aceptara la receta que le envían desde Bruselas, la situación de la economía griega no mejoraría. Si algo sabemos es que no se sale de una crisis como la que hoy azota a Grecia con más ajuste. Es, y cito, “una grotesca traición de todo aquello por lo que el proyecto Europeo tenía una razón de ser”.2
La impresión a la que llega el observador de este duro proceso de negociación entre Grecia y una irresponsable y antidemocrática estructura de poder transnacional, la tristemente célebre Troika (la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional) es que el objetivo fundamental de esta interminable sucesión de presiones y condicionamientos es producir la humillante derrota de las pretensiones griegas de recuperar un mínimo grado de control de su propio destino como comunidad política. Lo que se exige es una capitulación en toda la línea: no basta con la caída del gobierno de Syriza, que tuvo la osadía de rebelarse y, apostando a la democracia, apelar a una consulta ciudadana para decidir el curso de acción que el gobierno debía tomar para enfrentar la crisis. En línea con lo peor de la tradición autoritaria alemana, esa que tuvo su punto más alto y abominable en los aciagos años del nazismo pero que a lo largo de la historia se había manifestado en innumerables ocasiones, lo que persiguen Angela Merkel, sus compinches gobernantes y los banqueros a los cuales sirven es la imposición de una humillante rendición que sirva como escarmiento preventivo para otros pueblos europeos también afectados por la deuda. No sólo se busca la derrota de Syriza sino también asegurar que el oprobio y la ignominia bañen con rasgos indelebles a los revoltosos griegos, para que nadie más vuelva a incurrir en la osadía de desoír los mandatos de los banqueros y los políticos que gobiernan en su nombre. Sobre todo cuando son varios los países europeos en donde el peso de la deuda externa sobre el PBI se acerca al que detonara la crisis griega. Si entre los helenos esta proporción es del 177 %, en Italia y Portugal ronda el 130 %, 110 en Irlanda y 106 en Bélgica con Estados Unidos en una situación intermedia entre ambos. No es wishful thinking: ¡el capitalismo se enfrenta con graves problemas!
Con su vergonzoso comunicado los gobiernos europeos arrojan por la borda las ilusiones democráticas y el proyecto de una Europa definitivamente reconciliada, después de una truculenta historia, con los valores de la democracia, la justicia y la igualdad, armonizados en una comunidad de naciones diversas pero solidarias como las soñaran Robert Schuman, el padre fundador del proyecto, y líderes políticos como Adenauer, De Gaulle y De Gásperi y tantos otros. Pero los tiempos han cambiado. Lo que cuenta ahora, lo único que cuenta ahora, es la rentabilidad del capital financiero y su insaciable voracidad. Si para lograrlo hay que destruir a Grecia, ¡que así sea! Es por eso que se escenifica en Europa un espectáculo vergonzoso: caen las máscaras que aludían a la gran tradición humanista y emancipatoria de la Ilustración y queda en evidencia el carácter farsesco de la engolada retórica de la “Europa de los pueblos y las naciones” tantas veces proclamada por los burócratas de Bruselas. Aparecen en su lugar los despreciables rostros de la codicia desenfrenada y la avaricia sin límites, y un grupo de ministros de hacienda y jefes de estado prostituidos y para quienes la democracia es la fachada cuya única misión es garantizar la tasa de ganancia del gran capital. Todo ello bajo la batuta de Angela Merkel, gobernante de uno de los pocos países europeos en los cuales jamás triunfó una revolución popular. Todas fueron aplastadas a sangre y fuego. Y además uno que siempre se las ingenió para no honrar sus deudas ni abonar las reparaciones por sus actos bélicos en terceros países, como Grecia por ejemplo, que aún espera se le pague por la destrucción y los horrores sufridos bajo la ocupación nazi en la Segunda Guerra Mundial. Alemania logró, en 1953 que una conferencia de los aliados occidentales, liderada por Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, resolvieran hacer una quita del 62.6 % de la deuda que la que por entonces era Alemania Occidental arrastraba desde finales de la Primera Guerra Mundial. El pánico que producía el riesgo de un posible contagio del “virus soviético” era tal que fue capaz de entibiar el gélido corazón de los banqueros y gobernantes de aquellos países y conceder lo que ahora, desaparecida la URSS, ni siquiera remotamente están dispuestos a considerar. Alemania terminó de pagar esa renegociación más de medio siglo después, en Octubre del 2010, en completo silencio y sin preocuparse, como lo hace ahora, por la “expropiación” que habían sufrido sus acreedores con la quita y el atropello que semejante confiscación de acreencias implicaba para la santidad de la propiedad privada defendida a capa y espada por la Troika. Como señalan muchos historiadores, más importante que el Plan Marshall fue la anulación de las dos terceras partes de su deuda externa y esto es lo único que podría rescatar a Grecia de su crisis.3 El problema es que ahora Berlín no está dispuesto a sostener los mismos principios éticos y políticos que tanto lo beneficiaron a la salida de la Segunda Guerra Mundial. Como el tenebroso Shylock de El Mercader de Venecia exige una y otra vez, con teutón empecinamiento, su libra de carne. Aunque en esto le vaya la vida a Grecia. Una tragedia, como decíamos al principio. Pero no griega sino alemana. Lo de Grecia, en cambio, es una heroica epopeya.
3. Sobre este tema, consultar la nota de la BBC en http://www.bbc.com/mundo/noticias/2015/07/150706_economia_default_grecia_deudas_alemania_lf?ocid=socialflow_twitter
Un análisis pormenorizado de la deuda griega se encuentra en Eric Toussaint, “Grecia-Alemania: ¿quién debe a quién?, en http://cadtm.org/Grecia-Alemania-Quien-debe-a-quien,8390
Buenos Aires.