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“Le rompo la cara, marica”…

Por Octavio Quintero  

Y se habla de la libertad de expresión… Y muchos creen que es ilimitable. Se olvidan de la máxima definidora de toda libertad que limita su extensión hasta donde comienza la libertad del otro. Solo puede reclamar respeto a su libertad el que respeta la libertad del otro. Quien trasciende la línea automáticamente pierde su propia libertad y queda como el que viola la ley: simplemente un delincuente.

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Por Octavio Quintero  

Y se habla de la libertad de expresión… Y muchos creen que es ilimitable. Se olvidan de la máxima definidora de toda libertad que limita su extensión hasta donde comienza la libertad del otro. Solo puede reclamar respeto a su libertad el que respeta la libertad del otro. Quien trasciende la línea automáticamente pierde su propia libertad y queda como el que viola la ley: simplemente un delincuente.

Este no es un debate a propósito de la masacre en Charlie Hebdo, una revista francesa satírica que ahora todos nos ponemos de camiseta (Je suis Charli), aunque nunca la hayamos visto y nunca la vayamos a ver. Este es un debate de vieja data, desde los tiempos de Jesús cuando dijo “Al César lo que es del César”… Este es un debate que tiene una larga historia de sangre: Las Cruzadas, la Conquista de América o el ancho y largo rio de sangre que cruza la historia entre budistas y musulmanes.

Un debate demasiado sensible, éste, por estar precisamente de por medio Dios. Tan sensible, que ahora quieren llevar al centro de la tormenta al mismo papa Francisco por haber dicho… “Matar en nombre de Dios es una aberración. Pero tampoco se puede provocar ni insultar la fe de los demás. Y si alguien dice una mala palabra en contra de mi mamá, puede esperarse un puñetazo”. Y la pregunta es crítica: ¿Si en nombre de la libertad de expresión se insulta y se provoca al contrario, queda el ofendido en libertad de reaccionar? O tendrá, siempre, que acogerse al precepto cristiano de poner la otra mejilla…

Sea referida a la libertad de expresión o a la libertad de culto, de desarrollo de la personalidad, de movilidad, de opinión, de elección y decisión, toda la libertad, por generosa que sea, no puede apropiarse del derecho a ofender impunemente.

Esto está prescrito y penado en la injuria y calumnia… Pero, concluir un  pleito en este escenario es supremamente dispendioso, amén de que la injuria lo que provoca es una reacción defensiva-ofensiva de inmediato haciendo que el exceso del vengador haga olvidar la responsabilidad del agresor.

¿Qué tan responsables son los caricaturistas de Charlie Hebdo de su propia tragedia? Bueno, aquí sí que cabría la respuesta ecléctica del Catecismo Astete: “Doctores tiene la Santa Madre Iglesia que sabrán responder”. De momento, el papa Francisco ha dicho, a lo mejor salido del guasón argentino que le circunda, que “si alguien dice una mala palabra en contra de mi mamá, puede esperarse un puñetazo”.

 

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