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Internacionales

Monopolización, privatización progresiva del ciberespacio y vigilancia global

Por Slavoj Zizek / Revista Patria  

Los últimos acontecimientos en torno a la “vigilancia global” han puesto en cuestión un modus operandi del que se sirven los Estados Unidos gracias a su papel como potencia tecnológica. El control de las redes es también una forma de poder político, tal como lo demuestra la práctica del espionaje cibernético. Sin embargo, y más allá del potencial tecnológico, esta lógica formaría parte del Estado como estructura de dominación.

Todos recordamos la cara sonriente del presidente

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Por Slavoj Zizek / Revista Patria  

Los últimos acontecimientos en torno a la “vigilancia global” han puesto en cuestión un modus operandi del que se sirven los Estados Unidos gracias a su papel como potencia tecnológica. El control de las redes es también una forma de poder político, tal como lo demuestra la práctica del espionaje cibernético. Sin embargo, y más allá del potencial tecnológico, esta lógica formaría parte del Estado como estructura de dominación.

Todos recordamos la cara sonriente del presidente

Obama, llena de esperanza y confianza, cuando constantemente nos repetía el lema de su campaña “¡Sí podemos!”: “podemos deshacernos del cinismo de la era Bush y traer la justicia y el bienestar para el pueblo estadounidense”…

Ahora que los EEUU continúan con las operaciones encubiertas y amplían su red de inteligencia, espiando incluso a sus aliados, podemos imaginar a los manifestantes gritando a Obama: “¿Cómo puede usar aviones no tripulados para matar? ¿Cómo puede espiar incluso a nuestros aliados?”. Obama regresaría a verlos y con una sonrisa burlona y maliciosa murmuraría: “Sí podemos”…

Sin embargo, con tan simple personalización se perdería el punto central: la amenaza a nuestra libertad divulgada por varios denunciantes tiene raíces sistémicas mucho más profundas. Edward Snowden debe ser defendido no sólo porque sus actos molestaron y avergonzaron a los servicios secretos de EEUU: lo que él reveló es algo que no sólo los EEUU, sino también todas las otras grandes (y no tan grandes) potencias (desde China a Rusia, desde Alemania a Israel) están haciendo (en la medida en que son tecnológicamente capaces de hacerlo). De esta forma, sus actos nos dieron hechos fundamentados en nuestras premoniciones de lo mucho que estamos supervisados y controlados: su lección es global, alcanza mucho más allá de los estándares del golpeado EEUU.

No aprendimos realmente de Snowden (o de Manning) nada que no hubiéramos ya presumido que era verdad: pero una cosa es saber, en general, y otra tener información concreta. Es un poco como saber que la pareja sexual de uno está coqueteando con otro, se puede aceptar el conocimiento abstracto de eso: el dolor surge cuando uno se entera de los detalles picantes, cuando uno puede visualizar lo que estaban haciendo… Así lo que estamos aprendiendo de gente como Manning o Snowden es que estamos en medio del proceso mundial de la reducción gradual del espacio para lo que Immanuel Kant llamó el “uso público de la razón”. En su texto clásico ¿Qué es la Ilustración?, Kant opone el uso “público” y “privado” de la razón: “privado” es para Kant el orden comunitario-institucional en el que vivimos (nuestro Estado, nuestra nación…), mientras que “público” se refiere a la universalidad transnacional del ejercicio de la razón:

“El uso público de la propia razón siempre debe ser libre, y sólo ésta puede lograr la iluminación entre los hombres. El uso privado de la propia razón, por el contrario, puede ser a menudo muy estrecho, dificultando el progreso de la Ilustración. Por uso público de la propia razón entiendo el uso que una persona hace de ella como un entendido antes de cualquier interpretación pública. Llamo uso privado a lo que se puede hacer en una publicación de orden civil, o por medio de una razón de tipo estatal”.

Vemos de dónde parte Kant con nuestro sentido común liberal: el dominio del Estado es “privado”, limitado por intereses particulares, mientras que los individuos que reflejan temas generales usan la razón de forma “pública”. Esta distinción kantiana es especialmente relevante si se tiene en cuenta cómo Internet y otros nuevos medios de comunicación se debaten entre su libre “uso público” y su creciente control “privado”. Es crucial aquí la reciente tendencia en la organización del ciberespacio hacia lo que se llama “nube computarizada” (“cloud computing”).

Hace una década, la computadora era una gran caja en la mesa de uno, y la descarga se realizaba con disquetes y luego memorias USB. Hoy en día, ya no se necesitan fuertes equipos individuales, ya que la “nube” tiene una base en Internet: por ejemplo, software e información son proporcionados a los ordenadores o teléfonos inteligentes en demanda, en la forma de herramientas o aplicaciones basadas en la web al que los usuarios pueden acceder y utilizar a través de navegadores, como si fuesen un programa instalado en su ordenador.

De esta manera, podemos acceder a la información desde cualquier parte que estemos en el mundo, en cualquier ordenador, con los teléfonos inteligentes dándonos acceso, literalmente, en nuestros bolsillos. Ya participamos en la “nube” cuando realizamos búsquedas y obtenemos millones de resultados en una fracción de segundo: el proceso de búsqueda es realizado así por miles de computadoras interconectadas que comparten recursos en ella. Del mismo modo, Google Books pone a disposición millones de digitalizaciones en cualquier momento, en cualquier lugar del mundo. Por no mencionar el nuevo nivel de socialización abierta por los teléfonos inteligentes que combinan teléfono con el ordenador: hoy un teléfono inteligente cuenta con un procesador más fuerte que una computadora de hace unos años atrás, además de que está conectado a Internet, de modo que no sólo puede tener acceso a una inmensa cantidad de datos o programas, sino también a intercambiar instantáneamente mensajes de voz, videos, coordinar decisiones colectivas y más.

Este maravilloso nuevo mundo es, sin embargo, sólo una parte de la historia que se deja ver como una de las conocidas bromas médicas “primero las buenas noticias, después las malas”.

Los usuarios están accediendo a programas y archivos que se mantienen muy lejos en habitaciones climatizadas con miles de computadoras o, para citar un texto de propaganda sobre la “nube computarizada”: “Los detalles son abstraídos de los consumidores, quienes ya no tienen necesidad de ser expertos, ni de tener control sobre la infraestructura de la tecnología” en la nube “que los sostiene”. Dos palabras son importantes aquí: abstracción y control ya que con el fin de gestionar una “nube”, es necesario que haya un sistema de monitoreo que controle su funcionamiento, y este sistema está, por definición, escondido del usuario. La paradoja es que sin importar cuán pequeño sea el objeto (teléfono inteligente o portátil pequeño) que tenga en mi mano, es personalizado, fácil de usar, “transparente” en su funcionamiento, tiene que apoyarse mucho más y confiar en el trabajo que se realiza en otro lugar, en un gran circuito de máquinas que coordina la experiencia del usuario.

Cuanto más desalineada, espontánea y transparente sea esta experiencia, será más regulada por la red invisible y controlada por los organismos estatales y las grandes empresas privadas que operan según sus propios intereses.

Esto, por supuesto, vale para cualquier tipo de tecnología compleja: el usuario no tiene ni idea de cómo funciona el control remoto de la tv, sin embargo, aquí el giro adicional no consiste sólo en la tecnología, sino también en la elección y la accesibilidad de los contenidos que se controlan. Es decir, la formación de las “nubes” es acompañado por el proceso de integración vertical: una sola empresa o sociedad es dueña de cada vez más niveles del mundo cibernético, desde equipamiento físico individual (PC, iPhones…) al equipamiento físico de las “nubes” (almacenamiento de los programas y accesibilidad a los datos), pasando por el equipamiento lógico en todas sus dimensiones (material de equipamiento lógico, audio y video, etc.)

Todo es por lo tanto accesible, pero mediado a través de una empresa que lo posee todo, equipamiento lógico y equipamiento físico, datos y computadoras. Apple no sólo vende iPhones y iPads: también es propietaria de iTunes desde donde los usuarios compran música, películas y juegos. Apple también realizó recientemente un acuerdo con Rupert Murdoch para que las noticias de su “nube” vengan de los medios de comunicación del empresario. Para decirlo en pocas palabras, Steve Jobs no es mejor que Bill Gates: en ambos casos, el acceso mundial está cada vez más arraigado en la cuasimonopolización y en la privatización de la “nube” que provee dicho acceso. Un usuario particular tiene acceso al espacio público universal aunque, en realidad, ese espacio se privatice.

Los apologistas presentan a la “nube” como el siguiente paso lógico en la “evolución natural” del ciberespacio, mientras que de una forma tecnológicamente abstracta no podría haber nada “natural” en la privatización progresiva del ciberespacio. No hay nada “natural” en el hecho de que dos o tres empresas en una posición cuasi-monopólica puedan fijar los precios a su voluntad y filtrar el software que están proporcionando, dando a su “universalidad” un giro particular dependiendo de intereses comerciales e ideológicos. Es cierto que la “nube” ofrece a los usuarios particulares una inaudita riqueza de opciones: ¿pero esta libertad de elección está siendo sostenida por la elección de un proveedor del que obtenemos cada vez menos libertad?

A los partidarios de la apertura les gusta criticar a China por su intento de controlar el acceso a Internet, pero lo cierto es que nos estamos todos convirtiendo en China, donde nuestras “nubes” funcionan de una forma no muy diferente al internet estatal chino.

Una vez que optamos por seguir el camino del secreto de Estado, tarde o temprano llega el momento fatídico en el que las regulaciones jurídicas prescribirán que lo que debería ser secreto finalmente se convierte en secreto. Kant formuló el axioma básico del derecho público: “Todas las acciones relativas al derecho de otros hombres son injustas, si su máxima no es consistente con lo público”. Una ley secreta, una ley desconocida para sus súbditos, legitima el despotismo arbitrario de quienes la ejercen, como se indica en el título de un reciente informe sobre China:

“Incluso lo que es secreto es un secreto en China”. Esto molestó particularmente a algunos intelectuales de ese país que informaron sobre la opresión política, las catástrofes ecológicas, la pobreza rural, etc., y que como consecuencia de sus actos obtuvieron años de prisión por haber traicionado un secreto de Estado: sin embargo, la trampa fue que muchas de las leyes y reglamentos que componen el régimen secreto estatal fueron a su vez clasificados, por lo que es difícil para las personas saber cómo y cuando están violando dichas leyes.

La batalla entre WikiLeaks y el imperio de EE.UU.

¿Cómo, entonces, vamos a luchar contra esta política de cercamiento? ¿Es WikiLeaks una buena señal? Uno de los informes confidenciales revelados por WikiLeaks caricaturiza a la pareja rusa de Putin y Medvedev como Batman y Robin. Esta analogía debe llevarse a cabo: ¿no es Julian Assange, organizador de WikiLeaks, un homólogo en la vida real del Guasón en la película de Christopher Nolan Batman, el caballero de la noche? Entonces, ¿se trata realmente del Guasón, quien quiere revelar la verdad detrás de la máscara, convencido de que esta exposición va a destruir el orden social? Finalmente, ¿es un libertador o un terrorista? Y, para seguir con la analogía, ¿quiénes somos nosotros para juzgar la lucha entre WikiLeaks y el imperio de EEUU? ¿Es la publicación por WikiLeaks de documentos con secretos de Estado de los EEUU un acto en apoyo de la libertad de la información, una iniciativa a favor del derecho del pueblo a saber, o se trata de un acto de terrorismo que constituye una amenaza para las relaciones internacionales estables? Pero y si esta no es la verdadera lucha, ¿qué pasaría si la batalla crucial, ideológica y política, en la que participa WikiLeaks mediante la publicación de documentos con secretos de Estado, termina finalmente inscripta en el campo ideológico-político hegemónico?

Esta re-inscripción no se referiría necesariamente a la llamada “confabulación empresarial”, es decir, el trato que hizo WikiLeaks con cinco grandes medios de comunicación, para darles el derecho exclusivo de publicar selectivamente los documentos. Mucho más importante es el modo conspirativo de WikiLeaks: un “buen” grupo secreto que ataca a uno de los “malos” (Departamento de Estado de EE.UU.). De esta manera, el enemigo se identifica como (algunos) diplomáticos estadounidenses que ocultan la verdad, manipulan al público y humillan a sus aliados para perseguir sus intereses sin piedad. Para tal fin, el “poder” se identifica con los “malos” que desde arriba mienten y manipulan a la sociedad, en lugar de ser concebido como algo que impregna a todo el cuerpo social, recorriéndolo de arriba a abajo, determinando la forma en que trabajamos, consumimos, pensamos. WikiLeaks pudo por si mismo probar el sabor de esta dispersión de poder cuando las empresas que forman parte de la sociedad – Mastercard, Visa, Paypal, Bank of America – comenzaron a unir sus fuerzas con el gobierno de EE.UU. para sabotearla.

El precio que se paga por tal conspiración es que uno queda atrapado en ella: no es de extrañar las teorías que ya abundan sobre quién está detrás de WikiLeaks (¿la propia CIA?).

Este modo conspirativo se complementa con su aparente opuesto, la apropiación liberal de WikiLeaks como un capítulo más en la gloriosa historia de la lucha por la “libertad de uso de la información” y el “derecho de los ciudadanos a saber”. Finalmente, WikiLeaks es reducido a sólo un caso radical más de “periodismo investigativo”, unos queridos luchadores por la libertad liberal. A partir de aquí, es sólo un pequeño paso a la ideología de best sellers y películas taquilleras de Hollywood. Desde El Informe Pelícano a Todos los hombres del presidente, en el que un par de tipos comunes descubren un escándalo que alcanza hasta al propio Presidente, obligándolo a renunciar. Incluso si se demuestra que la corrupción puede llegar a lo más alto, la ideología reside en el mensaje final de dichos trabajos: “Qué gran país el nuestro, donde un par de chicos normales como tú y yo puede hacer caer al presidente, ¡el hombre más poderoso de la Tierra!”.

Democratizar el capitalismo, el reto

Un signo del triunfo de la ideología liberal es que puede darse el lujo de tolerar lo que parece ser la crítica más despiadada: libros, investigaciones periodísticas y de televisión, sobre empresas sin piedad que contaminan constantemente nuestro medio ambiente, a cargo de banqueros que siguen recibiendo grandes bonificaciones mientras que sus instituciones son salvadas con fondos públicos, y así sucesivamente. Estas denuncias pueden aparecer crueles, lo que por lo general no resulta cuestionado es el marco liberal-democrático en sí. El objetivo declarado de manera explícita (o no) es democratizar el capitalismo, para extender el control democrático en la economía, a través de la presión de los medios de comunicación con regulaciones más estrictas, investigaciones policiales, etc. Pero la institucionalidad democrática del Estado (burgués) sigue siendo la vaca sagrada que incluso las formas más radicales del “anti-capitalismo ético” (como el Foro Social Mundial o el movimiento alter mundialista) no se atreven a retar.

La pregunta es: ¿puede WikiLeaks ser reducido a esto? La respuesta es un rotundo no: desde el principio no hubo algo en la actividad de WikiLeaks que fuera mucho más allá del tema liberal de la libre circulación de la información. No hay que buscar este exceso a nivel de contenido. La única cosa verdaderamente sorprendente de las revelaciones de WikiLeaks es que no hay sorpresa en ello: ¿no aprendimos exactamente lo que esperábamos aprender?
La única cosa que perturbó fueron las apariencias: ya no podemos fingir que no sabemos lo que todos saben que sabemos. Esta es la paradoja del espacio público: incluso si todos saben sobre el hecho desagradable, decirlo públicamente cambia todo. Si estamos buscando predecesores de WikiLeaks, debemos recordar que una de las primeras medidas del nuevo gobierno bolchevique en 1918 fue la de hacer pública la totalidad del corpus de la diplomacia secreta zarista, todos los acuerdos secretos, las cláusulas secretas de contratos públicos, etc. Aquí también, el objetivo no era sólo el contenido sino la totalidad del funcionamiento de los aparatos estatales de poder: aunque dos décadas más tarde, por supuesto, el propio Stalin proporcionó un caso ejemplar de la diplomacia secreta con las cláusulas secretas sobre la división de Europa del Este, las que suplementaron el pacto público Ribbentrop-Molotov de 1939.

Lo que WikiLeaks amenaza es el modo formal de funcionamiento del poder: la lógica interna de la actividad diplomática fue, de una manera deslegitimado. El verdadero objetivo no eran sólo los detalles sucios y las personas responsables de los mismos (que serían eventualmente sustituidos por otros, más honestos) o, en otras palabras, no aquellas personas en el poder, sino el poder en sí mismo, su propia estructura. No debemos olvidar que el poder compromete no sólo instituciones y normas, sino también legitima formas (“normales”) de desafiarlas (como la prensa independiente, las ONGs, etc.). Y, como Saroj Giri lo resumió claramente, los activistas de WikiLeaks “desafiaron el poder desafiando a los canales normales de desafiar el poder y revelar la verdad”. Las exposiciones de WikiLeaks no se dirigen a nosotros, los ciudadanos, meramente como individuos insatisfechos y hambrientos de secretos sucios sobre lo que sucede detrás de las puertas cerradas en los pasillos del poder: su objetivo no era sólo para avergonzar a los poderosos. Las exposiciones de WikiLeaks conllevan un llamado a movilizarse en una larga lucha para lograr un funcionamiento diferente del poder que va más allá de los límites de la democracia representativa.

Hay, sin embargo, un contra argumento cuya fuerza no debemos desestimar (para citar al presidente Bush). La creencia de que contar toda la verdad secreta de lo que pasó a puertas cerradas, todos los detalles personales sucios, etc., nos puede liberar, es errónea. La verdad libera, sí, pero no ESTA VERDAD. Por supuesto, no se puede confiar en la fachada oficial de los documentos públicos, pero tampoco podemos hacerlo en los datos personales sucios o en comentarios detrás de la fachada oficial. La apariencia, la cara pública, no es una simple hipocresía cuya verdad reside en los detalles sucios secretos que están debajo. Edgar Doctorow dijo una vez que las apariencias son todo lo que tenemos, así que debemos tratarla con mucho cuidado: y sucede muy a menudo que, como consecuencia de destruir una apariencia, uno termina arruinando la esencia misma detrás de la apariencia. A menudo se oye decir que en la actualidad la privacidad está desapareciendo, que hasta los más íntimos secretos están abiertos al sondeo público, desde los informes de los medios y el control de las agencias estatales a las confesiones públicas. Pero nuestra realidad es la contraria: lo que está efectivamente desapareciendo es el espacio público propiamente dicho, con su propia dignidad. Todos conocemos la famosa respuesta de Hegel a Napoleón: “Ningún hombre es un héroe para su valet”, no debido a que el hombre no sea un héroe sino a que el valet es el valet, cuyo trato es con el hombre, con alguien que come, bebe y se viste con ropa: en una palabra, la mirada del valet es incapaz de percibir la verdadera dimensión pública de las acciones del héroe. No importa lo pequeño que sea el juego de intereses, vanidades individuales, etc., motivado en privado por un líder político, y que no tiene consecuencia en la importancia histórica de sus actos.

Pero hay momentos (momentos de crisis en el discurso hegemónico) en el que hay que tomar el riesgo y provocar la desintegración de las apariencias. Este momento fue descrito magníficamente por el joven Marx en 1843, cuando, en su Contribución a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel diagnostica la decadencia del antiguo régimen alemán en 1830 como una “farsa-repetición” de la trágica caída del Antiguo Régimen francés: este régimen fue trágico “siempre y cuando creyó y tuvo que creer en su propia justificación”. Ahora, sin embargo, el régimen “sólo imagina que cree en sí mismo y demanda que el mundo imagine lo mismo. Si se cree en su propia esencia, sería (…) ¿buscar refugio en la hipocresía y sofismo? El moderno Antiguo Régimen es más bien el comediante de un orden mundial cuyos héroes verdaderos están muertos”. “En una situación así, poner la culpa en los que están en el poder se convierte en un arma” o, como Marx continúa, “La presión real debe hacerse más apremiante añadiéndole la conciencia de la presión, la vergüenza debe ser más vergonzosa al hacerle publicidad”.

Y esta es exactamente nuestra situación hoy: estamos ante un cinismo descarado del orden global existente cuyos agentes sólo imaginan que creen en sus ideas de democracia, derechos humanos, etc., y es a través de movimientos como las revelaciones de WikiLeaks que la vergüenza (nuestra vergüenza por tolerar tal poder sobre nosotros) se hace más vergonzosa por darle publicidad. Cuando los Estados Unidos intervienen en Irak para llevar la democracia secular y el resultado es el fortalecimiento de los fundamentalistas religiosos y el papel mucho más fuerte de Irán, esto no es un error trágico de un agente sincero, sino de un embustero cínico atrapado en su propio juego.

Lo que hace que el control de todo lo que abarca nuestras vidas sea tan peligroso no es que perdemos nuestra privacidad, que todos nuestros secretos íntimos sean expuestos a la vista del Gran Hermano. No existe una agencia estatal que sea capaz de ejercer tal control: no porque no sepan lo suficiente, sino porque saben demasiado. El tamaño de los datos es demasiado grande, y a pesar de todos los programas complejos para detectar mensajes sospechosos, los ordenadores que registran miles de millones de datos son demasiado estúpidos como para interpretarlos y evaluarlos de manera adecuada. Se cae así en errores ridículos donde personas inocentes quedan marcadas como posibles terroristas, y esto hace que el control estatal de las comunicaciones sea aún más peligroso. Sin saber por qué, sin hacer nada ilegal podemos, de repente, encontramos en una lista de potenciales terroristas. Recordemos la legendaria respuesta del editor periodístico Hearst a la pregunta de por qué él no quería tomar unas merecidas y largas vacaciones: “Me temo que si me voy, habrá caos, todo se vendrá abajo, pero estoy aún más temeroso de descubrir que si me voy, las cosas van a seguir normalmente sin mí, una prueba de que no soy realmente necesario”. Algo similar puede decirse acerca del control del estado sobre nuestras comunicaciones: debemos temer que no tenemos secretos, que las agencias estatales secretas saben todo, pero debemos temer aún más que ellos fracasen en este empeño.

Esta es la razón por la que los denunciantes tienen un papel crucial en el mantenimiento con vida de la “razón pública”. Assange, Manning, Snowden… Éstos son nuestros nuevos héroes, casos ejemplares de la nueva ética que corresponde a nuestra era de control digitalizado. Ya no son sólo chismosos que denuncian prácticas ilegales de empresas privadas (bancos, empresas de tabaco y petroleras) a los poderes públicos. Ellos denuncian estos poderes privados cuando entran en el “uso privado de la razón”. Necesitamos más Mannings y Snowdens también en China, en Rusia, en todas partes. Hay Estados mucho más opresivos de los EE.UU.: sólo imagínense lo que le habría sucedido a alguien como Manning en un tribunal ruso o chino (con toda probabilidad no habría habido un juicio público). Sin embargo, no hay que exagerar la suavidad de los EE.UU. Es cierto que los EE.UU. no trata a los presos tan brutalmente como China o Rusia: a causa de su prioridad tecnológica, simplemente no tienen la necesidad de un acercamiento tan brutal (que están más que listos a aplicar cuando es necesario). En este sentido, EE.UU. es aún más peligroso que China ya que sus medidas de control no son percibidas como tales, mientras que la brutalidad china se muestra públicamente.

Por lo tanto, no es suficiente enfrentar un Estado contra el otro (como Snowden que usó a Rusia contra los EE.UU.): necesitamos una nueva Internacional, una red internacional para organizar la protección de los denunciantes y la difusión de su mensaje. Los denunciantes son nuestros héroes porque demuestran que si los que están en el poder pueden hacerlo, nosotros también podemos hacerlo.

El problema, por supuesto, es que estos manifestantes que gritan forman una clara minoría. Después de las revelaciones de Snowden, la reacción de la gran mayoría reportada por los amplios medios de comunicación podría ser mejor resumida en las memorables líneas de la última canción compuesta por Barbara Harris en Nashville, de Robert Altman: “Usted puede decir que yo no soy libre, pero eso a mí no me preocupa”.

Revista Patria, Ministerio de Defensa Nacional del Ecuador, Quito.

 

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