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Nacional

Obsesiones

Por Alfredo Molano Bravo  

La rechifla a Uribe en la Universidad de los Andes y el portazo del presidente del Centro Democrático, Miguel Uribe, en Bogotá, le debieron caer al expresidente como limón en la herida que le dejó la condena de sus alfiles más consentidos, los exministros Pretelt y Palacio.

rató de explotar por donde pudo el caso de los 10 soldados muertos en Cauca alborotando a la opinión pública y exigiéndole al Gobierno cadáveres de guerrilleros en bolsas plásticas para calmarla.

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Por Alfredo Molano Bravo  

La rechifla a Uribe en la Universidad de los Andes y el portazo del presidente del Centro Democrático, Miguel Uribe, en Bogotá, le debieron caer al expresidente como limón en la herida que le dejó la condena de sus alfiles más consentidos, los exministros Pretelt y Palacio.

rató de explotar por donde pudo el caso de los 10 soldados muertos en Cauca alborotando a la opinión pública y exigiéndole al Gobierno cadáveres de guerrilleros en bolsas plásticas para calmarla.

Pero la información sobre el hecho fue tan contradictoria, que más bien pidió lo que ha pedido siempre: que la guerrilla se concentre en un lugar —ojalá Amalfi, digo yo— para que las conversaciones continúen. Santos no le hizo caso y le tiró la reanudación de bombardeos como se le tira un pedazo de carne a una fiera hambrienta. Lo merecía. Y para completar, la subcomisión de generales y comandantes que estudia con patriotismo el desescalamiento continuó su trabajo en La Habana. Uribe tiene el mismo siniestro talante de Laureano Gómez: es obsesivo hasta el delirio. Sólo la guerra de tierra arrasada calma su obsesión. El Monstruo solía decir durante la República Liberal (1930-1945) que el Partido Conservador no estaba dispuesto a perder en las urnas lo que había ganado en la guerra civil de los Mil Días. ¡Guerrerismo puro! Uribe ha pretendido, desde cuando fue derrotado, que Santos ponga muertos y muertos para arreglar la guerra, pero el tiro le ha salido por la culata porque —¡para qué!— Santos se ha sostenido en la faena lidiando, como se dice, con dos toros a la vez. Y ahí va con ambos. ¡Pragmatismo puro!

El vicepresidente y el procurador piden fijar un plazo perentorio para firmar la paz. O mejor, para entrar en la guerra de nuevo. Porque, como declaró Samper, un plazo en una conversación de estas se convierte de hecho en un ultimátum. No obstante, por otras razones, la negociación con las Farc tiene en su contra dos vientos: las elecciones en EE. UU. y la probabilidad de que gane el Partido Republicano, y la otra, más criolla pero no menos peligrosa, la sucesión de Santos. Dos elecciones que pueden ser un salto al vacío. Suele ser una excepción que después de dos administraciones demócratas, pierdan los republicanos, y en manos de Vargas Lleras quién sabe qué podría suceder si los acuerdos no quedaran firmados y remachados. Si Obama quisiera dejar su impronta en esta historia, podría devolver a Simón Trinidad, como lo sugiere el profesor Marc Chernikc, de la Universidad de Washington, tan cercana al Departamento de Estado. Y si Santos y las Farc quisieran lo mismo, deberían dejar firmados los acuerdos básicos refrendados, aunque las salvedades quedaran para otro escenario.

Santos y Uribe representan no sólo intereses distintos, sino obsesiones opuestas. Mientras Uribe persiste morbosa e irresponsablemente en la sangre, Santos parece estar dispuesto, pese a los capotazos que tiene que dar, a salir del túnel.

El Espectador, Bogotá.

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