Internacionales
Perfil de un estadista nítido…
Por Omar Ospina García
Cuando la caída del Muro de Berlín, los EE UU y Europa dieron por sentado que ya tenían puertas abiertas más allá del Danubio e incluso de los Urales, para extender hacia el Este el imperialismo rugiente del primero y el oxidado de los segundos, e ir cercando al Dragón chino con el apoyo del otro ex Imperio, el del Sol Naciente. El mismo de Hiroshima y Nagasaki… y de Fukushima.
Así pareció durante algunos años, cuando el buen sentido, pausado pero seguro, de Gorbachov, fue despreciado por Occidente, que impuso la occidentalización, desmembración y balcanización inmediata de la Unión Soviética para intentar llevar sus marines y su Democraci(t)a al Oriente Medio primero, y luego a las ex repúblicas soviéticas.
Por Omar Ospina García
Cuando la caída del Muro de Berlín, los EE UU y Europa dieron por sentado que ya tenían puertas abiertas más allá del Danubio e incluso de los Urales, para extender hacia el Este el imperialismo rugiente del primero y el oxidado de los segundos, e ir cercando al Dragón chino con el apoyo del otro ex Imperio, el del Sol Naciente. El mismo de Hiroshima y Nagasaki… y de Fukushima.
Así pareció durante algunos años, cuando el buen sentido, pausado pero seguro, de Gorbachov, fue despreciado por Occidente, que impuso la occidentalización, desmembración y balcanización inmediata de la Unión Soviética para intentar llevar sus marines y su Democraci(t)a al Oriente Medio primero, y luego a las ex repúblicas soviéticas.
Un pastel muy jugoso para las ambiciones imperialistas de la Casa Blanca, Wall Street y la City, pero muy grueso de tragar para la mediocridad de sus líderes y clases dirigentes, que lo mejor que saben hacer es “negocios”.
Todo parecía irles bien a los tan democráticos líderes. El dipsómano Yeltsin, acuciado por Occidente, entregó Rusia desde 1991 a las mafias surgidas a la caída del Muro, que aprovecharon la rifa de las empresas del Estado para repartirse los escombros del desastre, algunos, como el gas y el petróleo, sumamente valiosos y rentables. Fue el primer paso a la occidentalización efectiva, a la gringa, con un puntal en las armas, otro en el dinero y otro en la Mafia.
Pero, de pronto, en 1999, aparece Vladimir Putin, un oscuro funcionario del viejo régimen, joven y ambicioso. Y con ideas. Muchos cegatones solo vieron al Ex Jefe de la tenebrosa KGB, que de todos modos ya no era la misma de Stalin, de Kruschev ni de Brézhnev. Por cierto, los cegatones olvidaban, y siguen olvidando muy convenientemente y al toque de trompeta del Imperio, que el primer Bush, el mediano, también había sido gran jefe de la no menos tenebrosa CIA… Que, también, ha cambiado: para empeorar. Sin embargo, como ya se sabe, algo va de VP a GWB…
Así que el nuevo mandatario empezó, si no a reunir las piezas desmembradas del Imperio Soviético, sí a unir lo que quedaba de la Madre Rusia, y a evitar que se siguiera desmoronando. ¿Cómo? Siendo estadista, no simple mandatario de quitar y poner o de “alternar”, sino Presidente, Primer Ministro y luego de nuevo Presidente, en elecciones libres universales: Un estadista.
Putin consolidó lo que quedaba, que de todos modos era media Europa y media Asia, del Báltico, Ucrania y Crimea a Vladivostok y Kamchatca en el lejano Pacífico. Un pedazo de planeta duro de tragar para el glotón y voraz Occidente, que se indigestó al primer bocado, Ucrania, que no ha podido digerir, y se atragantó al segundo mordisco, Crimea, que no pudieron deglutir: tenía dueño.
Y hoy, Rusia es lo que es y es lo que parece: una de las 3 potencias mundiales, una de ellas en decadencia irreversible, EEUU, otra en ascenso incontenible, China, y ella misma consolidándose como defensora de la libertad y autonomía de las naciones, como una verdadera democracia Participativa que ve con respeto al resto del Mundo, y sobre todo a Europa del Este, América Latina y África, los “Olvidados” del Imperio de las barras y las estrellas, excepto para expoliarlos y controlarlos. Algo aún inconcebible para los críticos occidentales que siguen con los ojos nublados por el fantasma del Comunismo y los recuerdos de la Revolución de Octubre, que en Rusia son apenas una lección de la historia. “No nos interesa invadir a ningún país ni tener bases militares fuera de nuestro territorio”, ha dicho con claridad meridiana Vladimir Putin al mundo. Frase que ha repetido, desde su propio camino en ascenso, el Primer Ministro chino.
Gran contraste con la geopolítica invasiva e invasora de los EEUU, con sus más de 1000 bases militares en un mundo ajeno que no les pertenece, pero que, gracias al obsoleto y enmohecido Destino Manifiesto, sigue siendo para Washington la motivación principal, colgados del infundio inaceptable para el resto del planeta, de que son el moderno “Pueblo Elegido” por la divinidad para regir los destinos del… Universo. Sí, del Unvierso, porque hasta más allá de la luna llegan las absurdas apetencias de la Casa Blanca y el Pentágono.
Ya van 15 años de Vladimir Putin al frente de la Rusia de Pedro el Grande, de Catalina, de Iván… El viejo imperio, hoy convertido en Potencia mundial respetuosa de la autodeterminación de los demás pueblos del planeta. Lo cual lleva a una pregunta pertinente para nosotros, tan temerosos y cuidadosos del remedo de democracia que tenemos aún:
Qué es mejor y qué es lo que más conviene, ¿la alternabilidad seudo democrática que solo sirve para tener una payasada electoral cada 4 años con cambio de títere, o la estabilidad política, económica y social que puede construir un estadista de verdad, si nos atrevemos a trabajar y a dejar trabajar para el futuro?
Este es un brochazo rápido cobre un personaje que se consolida como el Primer Estadista del planeta, y que tiene mucho por decir, y por hacer, en el futuro inmediato. Brochazo que será el primer borrador de un perfil más ambicioso de Vladimir Putin, que ya aparecerá en algún medio no dominado por la esclerosis derechosa que hoy padecemos.
Quito, Ecuador.