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Nacional

Populismo e indignación

Por Rodolfo Arango  

Hay algo de fascinante en la voluntad popular. De cuando en cuando se hastía de los gobernantes. El pueblo termina por movilizarse y cambiar un estado de cosas indeseable e insostenible a largo plazo.

La indignación, tarde o temprano, termina por desplazar los regímenes políticos que se degradan y corrompen. Los antiguos hablaban incluso de ciclos que, como en la naturaleza, tienen esplendor y decadencia: monarquía, aristocracia y democracia se sucedían para compensar las desviaciones del sistema anterior.

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Por Rodolfo Arango  

Hay algo de fascinante en la voluntad popular. De cuando en cuando se hastía de los gobernantes. El pueblo termina por movilizarse y cambiar un estado de cosas indeseable e insostenible a largo plazo.

La indignación, tarde o temprano, termina por desplazar los regímenes políticos que se degradan y corrompen. Los antiguos hablaban incluso de ciclos que, como en la naturaleza, tienen esplendor y decadencia: monarquía, aristocracia y democracia se sucedían para compensar las desviaciones del sistema anterior.

En el país, como en Grecia, España o México, se multiplican los signos que permiten presagiar transformaciones.

El bipartidismo colombiano hace agua. Una combinación de aristocracia y plutocracia, disfrazada de democracia, ha gobernado por décadas a punta de trampas y mañas: robo de elecciones, narcofinanciación de campañas, parapolítica, “yidisgate”, “mermelada”, etc. Su ala “liberal” está representada hoy en la Unidad Nacional, mientras el conservatismo se debate entre el clientelismo, la reacción o la renovación. Las tendencias independientes, alternativas y de izquierda, largo tiempo opacadas por la inmadurez y la tentación totalitaria, no han logrado aún dar expresión política satisfactoria a las demandas heterogéneas de los grupos sociales ni desmovilizar la apatía o vencer el desencanto por la política, asociada con lo corrupto.

Algunos columnistas advierten sobre la demagogia que puede significar el populismo, sea de izquierda o de derecha. Para entender el populismo no basta con estigmatizarlo. De acuerdo con Ernesto Laclau, es un fenómeno de estructuración de la vida política, capaz de construir significados relevantes. La potencialidad de rehacer el espacio político genera por supuesto miedo. El peligro, en especial para quienes temen grandes cambios, se vuelve inminente. Incluso no se descartan reacciones que busquen aquietar esta “pesadilla irracional” con mano de hierro.

Para superar el conflicto armado y reconstituir el marco institucional es importante atender al clamor popular, no tanto por lo que cierra sino por lo que abre. Un talante democrático y republicano no teme a la libertad del pueblo ni a sus deseos de autodeterminación. En contraste, actitudes proclives a la defensa del statu quo descreen de la posibilidad de una verdadera transformación. De la capacidad de organización social y movilización de agentes políticos alternativos, sin caer en la tradicional corruptela, dependerá la calidad de una representación política responsable y renovadora.

Algunas circunstancias pueden contribuir al buen suceso de la apertura democrática en el país. Con el desplome de los precios del petróleo y pasada la mitad del período presidencial, la mermelada perderá eficacia, forzando una recomposición de las élites bipartidistas. Adicionalmente, triunfos como los de Syriza en Grecia o Podemos en España, que tanto espantan a quienes han usufructuado el poder, saqueado el erario y dilapidado las riquezas nacionales, darán vientos de cola a una tercería con capacidad de modificar la historia política de Colombia.

El verdadero peligro no radica en el populismo, expresión de la indignación popular, sino en la falta de inteligencia de los gobernantes para interpretar los nuevos tiempos. Sólo el diseño cuidadoso, ponderado y equitativo de las nuevas reglas para acceder y sustituir el poder político, podrá librarnos de otros 200 años de violencia. Es tiempo de entender que ni la fuerza de las armas ni el dinero o el poder burocrático pueden mantener indefinidamente a un pueblo sumido en la ignorancia. Sólo el uso público, fundamentado y crítico de la razón, sensible a todo tipo de sufrimiento y consciente de las complejidades del mundo cambiante en que vivimos, permitirá alumbrar el proceso de reorganización política.

El Espectador, Bogotá.

 

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