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Nacional

Que se oigan

Por Alfredo Molano Bravo  

Uno de los beneficios que han traído las conversaciones de La Habana ha sido que la opinión pública mire hacia los cuarteles y que ponga el ojo en algunos de sus rincones oscuros.

Desde hace algunos meses se destapan, uno tras otro, informes sobre manzanas podridas. Ya no sólo sobre ‘falsos positivos’, que son y siguen siendo muchos aunque la frecuencia haya disminuido. Han salido a relucir los que con timidez se llaman carruseles de salud y pensiones de las Fuerzas Armadas, que en realidad son un verdadero cartel dentro de una institución considerada fuera de toda sospecha.

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Por Alfredo Molano Bravo  

Uno de los beneficios que han traído las conversaciones de La Habana ha sido que la opinión pública mire hacia los cuarteles y que ponga el ojo en algunos de sus rincones oscuros.

Desde hace algunos meses se destapan, uno tras otro, informes sobre manzanas podridas. Ya no sólo sobre ‘falsos positivos’, que son y siguen siendo muchos aunque la frecuencia haya disminuido. Han salido a relucir los que con timidez se llaman carruseles de salud y pensiones de las Fuerzas Armadas, que en realidad son un verdadero cartel dentro de una institución considerada fuera de toda sospecha.

Semana publicó el caso de un alto oficial llamado Andrés*, con * para no identificarlo, comandante del Batallón de Artillería Fernando Landazábal Reyes, aquel general que se opuso a los acuerdos de La Uribe gritando: “Hay que dejar hablar a los generales”. Belisario lo sacó del Ejército. Después vino el Palacio de Justicia. El mayor Andrés*, como segundo comandante, descubrió que en la unidad que le fue asignada había algo sospechoso: faltaban tres toneladas de explosivos Anfo y 4.500 estopines para hacer estallar esa dinamita. Miró mejor y notó que no aparecían los vehículos en cuyo mantenimiento se habían gastado 247 millones. Aguzó el ojo y constató que tampoco aparecían 7.000 uniformes camuflados. No contento con sus hallazgos, se pilló dos cuentas bancarias en las que se consignaban dineros pagados por el préstamo de escoltas y vehículos militares a particulares. Y para cerrar: de 200 millones girados para el bienestar de la tropa, 60 se invirtieron en una rumba. Sobraría decir que el mayor Andrés* salió corriendo para otro país una vez puso en conocimiento de sus superiores el asunto. Luis Carlos Villegas, el nuevo ministro de Defensa, tendrá que entrar con una linterna en la mano. La opinión pública está en pleno derecho de sospechar que la corrupción no está circunscrita a un batallón de artillería y que las manzanas podridas deben ser muchas. Quizás ahí se esconda el secreto de la oposición de un sector grande de las FF.AA a la paz, que sería el mismo que alimenta con tanto patriotismo el senador Uribe. Manzanas sanas hay y deben ser muchas. Hay que ponerle cifras a la esperanza. Pero sobre todo, soluciones: no sólo se debe oír a los generales, sino a todos los soldados. Son ciudadanos, tienen voz y deberían también tener voto. Hay vertientes de opinión en los cuerpos armados que deben ser expresadas y escuchadas en una democracia. No hay otra manera de frenar los atropellos a los Derechos Humanos y la corrupción administrativa. En el llamado “espíritu de cuerpo” se esconde parte de su fuerza, pero también parte de su debilidad. Que sus opiniones políticas se expresen abiertamente y no por medio del poder que tienen sobre las armas de la República. A las FF.AA se les debe reconocer el pleno derecho al voto una vez se firme la paz. Sería una reforma complementaria a la dejación de armas de la guerrilla. Si la insurrección dejara las armas como argumento político, lo mínimo sería que las FF.AA adquirieran el derecho de opinar como sus antiguos enemigos.

El Espectador, Bogotá.

 

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