Santos II pinta azul, no rojo ni amarillo

Por Rodolfo Arango  

“Paz, equidad, educación”. Grandes propósitos para el cuatrienio. Incluso una promesa concreta: hacer del presupuesto para educación el más abultado de todos, superando el asignado para la defensa y la protección de todos los colombianos. La realización de sus intenciones no es,

sin embargo, tan dúctil como sus palabras. El orden de los factores, en este caso, sí altera el producto.

Para el conservador presidente —no en vano la principal cartera del gabinete reposa en manos del partido azul—, la pacificación del país viene antes que la equidad y la educación, contrario a un líder progresista y con la visión necesaria para hacer del nuestro un país justo. Por ahora, el abultado presupuesto para la guerra seguirá campeando, no sin la ayuda de las erráticas Farc. De cualquier forma, será el Congreso, con sus inestables mayorías, quien decida la composición del presupuesto, con lo cual Santos podrá lavarse las manos si incumple su ambiciosa promesa. Los antecedentes en vivienda son premonitorios.

Para arribar a la paz, el eslogan del Gobierno que necesita Colombia tendría que ser el inverso: “Educación, equidad, paz”. Los habitantes del país vivirían en una nación a la que con afecto quisieran pertenecer si la educación pública, gratuita y de calidad fuera garantizada efectivamente a todos. Pero entre el dicho y el hecho hay trecho. Las políticas del Gobierno en el ramo apuntan a lo contrario: privatización y becas, seguro camino al sepulcro de la equidad. Aprisionado por el materialismo, el presidente identifica el progreso con puentes, autopistas, puertos y comercio, sin que el pensamiento, la ciencia y la tecnología iluminen el futuro.

A la limitada imaginación social se suma la frágil estrategia política. La neopopulista derecha de Uribe, que se alimenta del odio a las Farc para socavar la refrendación popular de los acuerdos de La Habana y así retornar al poder, no resulta contrarrestada por un gobierno que de izquierda sólo tiene la apariencia. En lugar de quitarles el oxígeno a las guerrillas con reformas sociales estructurales que golpeen con fuerza la mayúscula inequidad existente en el país, Santos se conforma con reformitas en educación, salud y pensiones para asegurar los intereses privados de sus amigos y financiadores, en particular del sector financiero.

Ahora que intelectuales preocupados por crear un mito fundacional para Colombia reflexionan sobre cultura y valores, valdría la pena estudiar el lugar que ocupan en el mundo las naciones que ven en la educación pública, universal, gratuita y de calidad el principal factor de pertenencia política, de reciprocidad social y de competitividad económica. Hay gran distancia entre construir una ciudad dedicada a la ciencia y la tecnología, y becar a 400.0000 estudiantes de estratos 1 y 2. Lo primero denota una concepción de estadista, lo segundo una política de focalización, laudable pero miope.

Santos II pinta azul, pero disfrazado de rojo y amarillo. Para ser un presidente de un país inequitativo, patrimonialista y autoritario, que dice pretender transformarlo en uno equitativo, distributivo y democrático, se requiere algo más que sólo equilibrios frágiles con sectores poco proclives al cambio. El progreso de una nación no se mide sólo por productividad o competitividad, sino sobre todo por cooperación y solidaridad. Siempre hay una gran distancia entre querer que Colombia sea “el país más educado” —algo compatible en condiciones de subordinación— y querer que Colombia sea “un país autónomo y soberano”.

El Espectador, Bogotá, 11 de agosto de 2014.