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Nacional

Trampas o méritos

Por Rodolfo Arango  

Tres eventos noticiosos han sacudido a la opinión pública en los últimos días. Los tres ilustran el tipo de sociedad en que vivimos y que, con algo de voluntad política, podríamos empezar a cambiar.

El primero involucró al justamente bien ponderado futbolista, antes del Atlético de Madrid

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Por Rodolfo Arango  

Tres eventos noticiosos han sacudido a la opinión pública en los últimos días. Los tres ilustran el tipo de sociedad en que vivimos y que, con algo de voluntad política, podríamos empezar a cambiar.

El primero involucró al justamente bien ponderado futbolista, antes del Atlético de Madrid

y hoy del Mónaco, Radamel Falcao. El director del colegio donde estudió sostuvo ante los medios que el astro del equipo nacional tendría más años de los que su padre y los registros futbolísticos dicen que tiene. El punto no es inane. De su esclarecimiento depende saber si la meritoria carrera deportiva del crack internacional se construyó con respeto a las reglas del juego o si, por el contrario, en el proceso de ascenso a la fama se incurrió en una que otra “trampita” por parte del ídolo taquillero o de su promotor.

El segundo caso paradigmático remite a una reflexión editorial de El Espectador. Se preguntaba la redacción por qué la compra de tierras baldías por Riopaila, con asesoría de la afamada oficina Brigard y Urrutia, hoy desagraviada por “insignes” y solidarios abogados, tuvo que pasar por Luxemburgo. El quid estaría en los detalles, como diría Sherlock Holmes a su querido Watson. Realizando la operación desde el exterior el inversionista nacional no sólo se hacía a tierras con tradición restringida por la ley, sino que quedaba además cobijado por las garantías de estabilidad económica ofrecidas por el Estado colombiano a inversionistas extranjeros que deciden hacer negocios en el país. Todo en contravía de las reglas del juego limpio y sacando ventaja a otros empresarios nacionales que no recurren a “triquiñuelas” para enriquecerse burlando al competidor. Menos mal que el presidente Santos pretende sanear retroactivamente los inocentes entuertos.

El tercer evento, fuente de estupor general, involucra la libertad provisional dada a un conductor que, con alto grado de alicoramiento y en desbocada carrera segó injustamente la vida de dos jóvenes profesionales. Según la juez competente, el infractor no ameritaba reclusión carcelaria por no representar peligro para la sociedad; esto pese a que en casos similares, menores en daños, velocidad y grado de alcohol, se ha dictado medida de aseguramiento contra los implicados. Como diría Orwell en Animal Farm, parecería que en algunos regímenes “unos son más iguales que otros”.

Y podríamos seguir dando ejemplos ad infinitum —hasta trágicos como el de un presidente chuzando magistrados para develar un supuesto complot— de una sociedad injusta. En ésta reinan la trampa, el privilegio y la arbitrariedad, no el respeto del otro como un igual mediante la sujeción de todos a una legislación común. La explicación histórica y sociológica está a la mano. Ha sido precario aún el esfuerzo por instaurar en las costumbres y en los comportamientos de esta sociedad poscolonial una cultura igualitaria, democrática y republicana, digna de un país moderno y decente; por el contrario, todavía imperan en nuestro orden social estamental, patriarcal y nobiliario, relaciones de jerarquía, ventaja y desigualdad que trozan el lazo social y generan inconmensurables grados de violencia y sufrimiento. Como en las justas competencias deportivas, en una sociedad no es lo mismo ganar con trampa o por méritos. El primer caso genera indignación y vergüenza, el segundo, admiración y respeto.

El Espectador, Bogotá, 1 de agosto de 2013.

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