Internacionales
Tras derrota en la Segunda Guerra, 860.000 alemanas fueron violadas
Por Patricia Salazar Figueroa / El Tiempo
Se empieza a vislumbrar el calvario de las mujeres del bando derrotado y su rol en la posguerra.
“Silencio sepulcral en Berlín. El sol lastima. Al atardecer, cuando se pone rojizo, me recuerda el fuego de los tantos bombardeos que he visto. Durante el día obliga a taparse los ojos (…). El mayor ruso estuvo aquí al mediodía, habló sobre una parada militar de vencedores a la que debía presentarse y en la que también participarán los americanos. Seguro es así. Que lo disfruten.
Por Patricia Salazar Figueroa / El Tiempo
Se empieza a vislumbrar el calvario de las mujeres del bando derrotado y su rol en la posguerra.
“Silencio sepulcral en Berlín. El sol lastima. Al atardecer, cuando se pone rojizo, me recuerda el fuego de los tantos bombardeos que he visto. Durante el día obliga a taparse los ojos (…). El mayor ruso estuvo aquí al mediodía, habló sobre una parada militar de vencedores a la que debía presentarse y en la que también participarán los americanos. Seguro es así. Que lo disfruten.
No nos interesa. Nosotros ya capitulamos. Sin embargo, vuelvo a sentir ganas de vivir”, escribió la alemana Marta Hillers, entonces de 34 años, en el diario que llevó entre el 20 de abril y el 22 de junio de 1945. Era el 9 de mayo.
En esas memorias, tituladas Una mujer en Berlín y publicadas por primera vez en 1954 –en Inglaterra y de manera anónima–, la autora consignó sin tapujos y con pocos juicios de valor los 18 días previos al fin de la guerra y el primer mes y medio de la posguerra.
‘Mil veces temida’
Hillers dejó testimonio sobre cómo la supervivencia de las alemanas significó sufrir en silencio, en su propio cuerpo, la venganza de los triunfadores.
En su relato de 288 páginas cuenta que, desde el 27 de abril, cuando los rusos se tomaron la capital germana, ella y todas las mujeres que conoció consintieron en sostener relaciones sexuales con los soldados a cambio de pan, mantequilla, algunos tragos de licor y pedazos de arenque para asegurar su supervivencia y la de los niños a su cargo.
Según ella, fue “una experiencia colectiva mil veces presentida, mil veces temida. (…) Esta forma de violaciones en masa la superaremos también colectivamente. Todas nos ayudamos en la medida en que hablamos de eso. (…) Nos miramos y entendemos. La pregunta ‘¿qué pasó?’ no es necesaria. ‘¿Cuántas veces hoy?’ es la que nos hacemos”, consignó Hillers precisamente el 8 de mayo, día en que estos abusos sexuales le interesaron más como tema de sus reflexiones que la capitulación de las fuerzas de Adolfo Hitler.
En otra de sus anotaciones, reflexiona sobre los mecanismos mentales que les permitían lidiar con la agresión cotidiana: “Anatoli trajo una botella de aguardiente. También velas y carbón. A la viuda le regalaron un poco de carne. Así la estufa está prendida y hay algo que cocinar. Cuando terminamos y se quedó dormido, me encerré en el baño y recordé lo que me dijo la chica de al lado esta mañana sobre lo que ella había pensado cuando tenía al suyo encima: ‘Gracias a Dios trajo alcohol y estoy borracha’. Por mi parte, ya no pienso más en lo que tenía en la cabeza las primeras veces, el rostro de mi madre contándome cómo era yo de bella y tierna de bebé”.
Esos crudos recuerdos se entrelazan con los de las iniciativas emprendidas por las mujeres para comenzar a reconstruir, con sus propias manos, casas, calles y cotidianidad.
“La reconstrucción de Alemania comenzó desde los primeros días siguientes a la capitulación y fue liderada por las mujeres. En la historia de la posguerra alemana, ellas ocupan un rubro propio, denominado Die Trummerfrauen (las mujeres de las ruinas)”, resalta el historiador Paul Nolte, de la Universidad Libre de Berlín.
“A partir de la hora cero y por un periodo de más o menos cinco años, los hombres jugaron un papel secundario, porque habían caído en combate, estaban malheridos o en camino de ser llevados a pagar prisión y trabajos forzados en Siberia u otros campos de prisioneros”, complementa el experto.
No obstante su evidente contribución al resurgimiento desde las cenizas que experimentó Alemania, la sociedad germana ha necesitado mucho tiempo para reconocerles a las mujeres ese papel y, sobre todo, para digerir lo que les ocurrió a partir de la derrota nazi.
Al final de los años 50 y al principio de los 60, el diario de Marta Hillers fue repudiado y a ella le reprocharon que hubiera mancillado el honor de la mujer germana.
Pero 70 años después de los hechos, su libro se ha convertido en una de las obras testimoniales más importantes para los estudios contemporáneos de reconstrucción de la memoria histórica.
Al respecto, una investigación publicada este año por la historiadora Miriam Gebhgardt, de la Universidad de Constanza (suroccidente alemán), titulada Als die Soldaten Kamen (cuando llegaron los soldados) da cuenta de que 860.000 mujeres fueron víctimas de violaciones en los primeros tiempos de la posguerra.
El documento concluye que los abusos no fueron protagonizados solamente por soldados rusos, como se afirmaba hasta hace poco, sino que habrían sido una práctica común de los aliados (estadounidenses, británicos, belgas, franceses, polacos, etcétera).
“Las violaciones en masa de mujeres alemanas alcanzaron un índice histórico, pero hasta ahora ese crimen de guerra ha sido ignorado. Lo peor es que las afectadas nunca recibieron algún tipo de consideración, consuelo o reconocimiento, ni han sido tratadas como víctimas de la Segunda Guerra. A esas mujeres, la mayoría de las cuales murieron sin poder hablar del tema, no se les ha dedicado un memorial o algún tipo de ritual del recuerdo. Soportaron el trauma en solitario”, comenta la historiadora.
“Los soldados rusos y aliados se comportaron como los soldados alemanes en Polonia y otros países ocupados por los nazis: como bestias. El vencido no tenía honor. Lo único por lo cual vale la pena hablar de eso es para que no les ocurra a otras”, concluye Emma M, oriunda de Dánzig, quien durante su desplazamiento hacia el occidente alemán, en abril de 1945, fue violada unas 15 veces por soldados. Tenía 17 años y hoy se refiere al tema con tanta amargura que parece que le hubiese ocurrido ayer.
El Tiempo, Bogotá.