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Tras la renuncia de Alexis Tsipras en Grecia, ¿qué hacer ahora?

Por Beatriz Gimeno* / Público.es  

Todo lo que ha pasado en Grecia en los últimos meses desde la vitoria de Syriza, pasando por el OXI en el referéndum hasta terminar en la rendición de Tsipras, por duro que haya sido, ha servido para confirmar que el estado de ánimo que hizo nacer el 15-M en España y buena parte de Europa sigue vigente: lo que está en juego es la democracia y, con ella, la posibilidad de recuperar los derechos laborales y sociales, nuestras vidas en definitiva. Lo que los poderes financieros nos están imponiendo es un capitalismo en el que sobra la democracia.

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Por Beatriz Gimeno* / Público.es  

Todo lo que ha pasado en Grecia en los últimos meses desde la vitoria de Syriza, pasando por el OXI en el referéndum hasta terminar en la rendición de Tsipras, por duro que haya sido, ha servido para confirmar que el estado de ánimo que hizo nacer el 15-M en España y buena parte de Europa sigue vigente: lo que está en juego es la democracia y, con ella, la posibilidad de recuperar los derechos laborales y sociales, nuestras vidas en definitiva. Lo que los poderes financieros nos están imponiendo es un capitalismo en el que sobra la democracia.

Al fin y al cabo, si lo que se estuviera aplicando fuera un determinado programa político neoliberal sin más, un programa fruto de unas elecciones, cabría la posibilidad de revertirlo en otras elecciones. Lo que ha quedado en evidencia es que es el propio diseño de la Unión Europea (UE) el que ha puesto las políticas económicas fuera del alcance de la ciudadanía. La crisis griega ha supuesto un shock profundo para la izquierda porque ha ocurrido tras una guerra que se ha hecho explícita y que parece que ha señalado los límites. Se ha dado la batalla y se ha perdido ¿Y ahora?

La victoria de Syriza demostró que era posible ganar las elecciones con un programa que fruto de las luchas sociales y de la resistencia a la austeridad, pretendía hacer políticas enfocadas al bienestar. Syriza demostró que en uno de los países más golpeados por la crisis, era posible plantear una alternativa exitosa y de gobierno a las políticas dictadas por la Troika. Syriza fue la primera victoria real de las fuerzas populares en Europa después de décadas de derrotas y nos hizo pensar que era posible lo que siempre nos habían dicho que no lo era: ganar las elecciones presentando un programa radicalmente enfrentado al poder financiero. Syriza ganó su primera y provisional victoria en las urnas, y se dispuso a combatir en la segunda y más importante: aplicar su programa.

Y ahí fracasó. Y su fracaso ha sido especialmente doloroso porque no ha consistido, como en tantas ocasiones, en una traición llevada a cabo en los despachos, hurtada a la discusión política, como la de Zapatero en España con la modificación del artículo 135, por poner uno de los ejemplos más recientes. El fracaso, en esta ocasión, no es una traición más de la socialdemocracia. Aquí se ha producido una auténtica derrota tras una batalla que se ha estado dirimiendo ante la opinión pública de toda Europa. Una derrota, además, que viene después de la victoria en el referéndum que nos hizo imaginar, a muchos/as, que aun podía ser posible que un pueblo decidiera su destino en las urnas. Un pueblo empobrecido, exhausto y sometido a todo tipo de chantajes, tuvo el valor de decir “no”. El pueblo griego expresó claramente, primero con la elección de Syriza y luego con el OXI en el referéndum, su voluntad de querer gobernarse con otras políticas. Hizo uso de la democracia y votó en contra de lo que le ordenaban que votase.

Y muy pocos días después, en realidad horas después, la realidad es que el clamoroso OXI era derrotado en los despachos de quienes nos gobiernan sin atender a las urnas. El mensaje era claro: gane quien gane no hay alternativa a estas políticas. ¿Y ahora qué hacemos? ¿Qué hemos aprendido de lo sucedido en Grecia? Muchas cosas. Casi todas sabidas de antemano pero ahora materializadas en la realidad, prácticamente retransmitidas por televisión y en tiempo real. Ahora ya no es posible negar lo que ha sucedido ante los ojos de la opinión pública europea. En ese sentido, todo el mundo sabe ahora más que antes.

En primer lugar, lo que está en juego es la democracia misma y con ella la capacidad de ganar el bienestar. La batalla griega ha tenido lugar a la vista de todo el mundo, incluso con retransmisiones reales de lo que ocurría dentro de las reuniones del eurogrupo. (el exministro de Finanzas griego Varoufakis se ha encargado de que supiéramos lo que pasaba) Esto es un cambio. Si antes decíamos que no nos representan, ahora sabemos que, además, no pueden representarnos porque representan a otros, a los poderes económicos. El poder financiero ha ganado esta batalla sí, pero para ello ha tenido que salir de su guarida y matar a su presa, a Syriza, a la vista de todos. Se han puesto al descubierto, las mentiras son ahora mucho más evidentes. Ya no se puede negar quién nos gobierna. Además, de alguna manera han puesto de manifiesto sus propios límites. Syriza no ha podido, es cierto, pero ¿y si fueran más gobiernos? ¿y si fueran gobiernos de países más grandes? ¿Cuánto tiempo y frente a cuántos países pueden escenificar la muerte de la democracia?

En segundo lugar, Tsipras luchó, es verdad, pero no hasta el final. Había un plan B, siempre hay un plan B, pero no se atrevió a ponerlo en marcha. Lo malo no es sólo haber aceptado aquella primera derrota; es que según pasan los días, Tsipras ha entrado ya en la lógica del poder, que sólo quiere perpetuarse. A menudo despreciamos los mecanismos psicológicos que acechan cuando se accede a posiciones de poder, los cambios que se producen en las personas. Cuando se accede a puestos de poder político se produce un cambio que es casi inevitable; se accede a una lógica de la que antes se estaba excluido, cambian las prioridades, cambia la manera de ver y percibir la realidad, se produce un distanciamiento real y muy rápido del mundo de antes y un nuevo acercamiento a otras posiciones, a otras personas, incluso a otros mundos, antes muy lejanos e incluso vedados. Subestimamos la capacidad de las instituciones para modelar a la gente. La única manera de seguir en contacto permanente con el mundo real de la gente corriente, además de la propia voluntad en que esto sea así, -y que muchas veces no es suficiente-, es que los partidos políticos estén atravesados por mecanismos democráticos que permitan que la gente pueda intervenir en la toma de decisiones importantes, que pueda censurar, que tenga capacidad real para cambiar las políticas en cualquier momento del proceso. Si los nuevos actores políticos quieren de verdad cambiar las políticas de la austeridad tienen que utilizar la democracia como arma. Si se construyen radicalmente democráticos protegerán sus esfuerzos políticos; de lo contrario se convertirán muy rápidamente en partidos viejos.

En tercer lugar, hay que saber que el objetivo tiene que ser a largo plazo y que pasa por entender que hay que ir de la mano de partidos hermanos, de todas las luchas sociales en marcha, de todas las formas de resistencia y auto-organización que están surgiendo por toda Europa, para cambiar radicalmente el diseño actual de la UE. Toda lucha política actual tiene que tener una pata trasnacional porque ningún partido, ningún país puede hacerlo sólo. La batalla de ruptura constituyente ahora es Europea. Hay que discutir e introducir propuestas trasnacionales que tengan que ver con salario mínimo europeo, sistema de bienestar común garantizado, lucha contra la xenofobia, etc.

Cualquier programa electoral tiene que estar abierto a Europa; pero tampoco hay que tener miedo a introducir en los programas elementos que propongan recuperación de soberanía como estrategia a corto plazo. Siempre que dichos programas sean claramente europeístas de fondo, absolutamente democráticos, defensores a ultranza de los derechos humanos y de la redistribución económica, no hay posibilidades de coincidir en nada con la extrema derecha nacionalista.

Por último: los actores políticos. La tragedia griega también ha servido para evidenciar que, sin lugar a dudas, socialdemócratas y populares son lo mismo con otro nombre para que como consumidores que somos, pensemos que tenemos la posibilidad de elegir. Por eso derrotar al bipartidismo, se llame como se llame, es imprescindible. Tienen que surgir nuevos sujetos políticos cuyo objetivo sea la lucha contra la austeridad y por el bienestar. Y ya está ocurriendo. Surgió Syriza, ha surgido Podemos, en Inglaterra hay un candidato laborista completamente diferente a lo conocido desde Blair: Jeremy Corbyn. Acabar con los partidos que alienan el voto de tanta gente potencialmente aliada es imprescindible para cambiar las cosas, pero también lo es que los nuevos partidos no se conviertan en los antiguos. Por toda Europa surgen nuevos actores políticos procedentes de los movimientos sociales que se basan en una nueva cultura política que entiende que la crisis es, en realidad, un mecanismo de expropiación de derechos y servicios sociales y públicos y como tal la explica y se enfrenta a ella. Estos nuevos actores, tengan la forma que tengan, tienen que ser capaces de combinar la radicalidad democrática con la capacidad para potenciar y acompañar la movilización social, sin dejar de parecer alternativa de gobierno.

Cualquier política económica, cualquier diseño institucional, tiene alternativas; siempre y en todo caso. Que donde hay injusticia surgirán anhelos de emancipación y de justicia social, que habrá lucha y resistencia, eso es incuestionable. Como es incuestionable que nos encontramos al comienzo de un tiempo nuevo que va a requerir de toda la inteligencia, de toda la imaginación, de toda la solidaridad y resistencias que seamos capaces de generar.

*Escritora española, activista y diputada de PODEMOS en la Asamblea de Madrid.

Público.es.

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