Nacional
Una crítica a la ideología de la “sociedad civil”
Por Klaus Meschkat
Hoy en día, es casi imposible escuchar un discurso sobre problemas políticos sin que se mencione varias veces la palabra “Sociedad Civil”, ya sea en una conferencia de alto nivel de un politólogo muy erudito, ya sea en la presentación poco elaborada de los propósitos de cualquier ONG en cualquier parte del mundo, no importando que esta ONG que reclama su contribución a la “Sociedad Civil” dependa totalmente de dineros estatales, directamente o por intermedio de una fundación extranjera que se financia en un 100% del erario.
Por Klaus Meschkat
Hoy en día, es casi imposible escuchar un discurso sobre problemas políticos sin que se mencione varias veces la palabra “Sociedad Civil”, ya sea en una conferencia de alto nivel de un politólogo muy erudito, ya sea en la presentación poco elaborada de los propósitos de cualquier ONG en cualquier parte del mundo, no importando que esta ONG que reclama su contribución a la “Sociedad Civil” dependa totalmente de dineros estatales, directamente o por intermedio de una fundación extranjera que se financia en un 100% del erario.
La “Sociedad Civil” como meta deseable figura tanto en las publicaciones del Banco Mundial como en las acusaciones del Gobierno de los EE.UU. contra Cuba, pero también en los planteamientos de algunos líderes cubanos que hablan de una “Sociedad Civil socialista”. Entre los adherentes al concepto figura el subcomandante Marcos que se refiere con frecuencia a la “Sociedad Civil”, especialmente cuando reclama el apoyo de todo México al movimiento zapatista.
Parece sorprendente que voceros de posiciones políticas tan diversas, incluso opuestos puedan emplear la misma palabra, siempre en un sentido positivo, en sus respectivos discursos. Ciertamente, la “Sociedad Civil” comparte esta ambigüedad con otras nociones fundamentales de las Ciencias Sociales, empezando con la palabra “Democracia” cuyo uso y abuso tiene ya una historia muy larga. La coyuntura de la “Sociedad Civil” es más reciente, y parece pertinente recordar en qué contexto esta noción fue introducido en el debate político y científico hace más de dos décadas -dejando para otros expositores los estudios filológicos sobre las connotaciones distintas en distintos idiomas, y sin entrar en el mundo de la filosofía política de Antonio Gramsci.
Como la mayoría de las nociones en la Ciencias Sociales, también la “Sociedad Civil” figuraba inicialmente como concepto forjado en la contienda política, usado por determinadas fuerzas políticas para ganar terreno en las contiendas reales y en las luchas imaginarias en el cielo de las ideas. Independientemente de sus orígenes, el concepto de la “Sociedad Civil” consiguió su definición concreta en el contexto de su empleo como arma en contra de adversarios bien concretos. En el caso de los países de la antigua órbita soviética, se trataba de ganar un espacio para pensar y actuar, para individuos y/o grupos que llegaron a rechazar el monopolio de poder de un estado omnipotente y su partido único. En el proceso lento y difícil de la constitución de una oposición al régimen ultracentralista, la consigna de la “Sociedad Civil” ha tenido un papel clave también por el hecho de que fue tomado prestado de un pensador marxista de gran prestigio.
En América Latina, el concepto “Sociedad Civil” se difundió cuando casi todos los países del subcontinente eran dictaduras militares. Es indudable que aparte de todas las dimensiones complejas de la idea gramsciana con sus raíces en la filosofía hegeliana, lo “civil” tenía entonces un significado bien sencillo y bien concreto: lo civil era lo no militar, todo lo opuesto a las arbitrariedades de un régimen de las Fuerzas Armadas. Este contexto fue muy distinto de lo que existía en los países del llamado “socialismo real”, y solamente una mirada muy superficial puede encontrar un denominador común para las manifestaciones de resistencia contra formas de dominación bastante diferentes, pretendiendo que lo esencial sería siempre el esfuerzo de hacer retroceder al Estado y así ganar un espacio para la “Sociedad Civil”.
Para América Latina, un análisis de este tipo hace desaparecer lo específico de los conflictos sociales de las últimas décadas. Se esconde el hecho que los regímenes militares por ejemplo de Pinochet o de los generales argentinos nunca eliminaron todas las asociaciones independientes del estado militar, ni siquiera la llamada “opinión pública” manejada por fuertes grupos económicos. Si miramos, como también en otras partes de esta ponencia, el ejemplo de Chile: después del golpe de Pinochet y durante todo el tiempo de la dictadura, las asociaciones empresariales existieron libremente y dieron a conocer sus opiniones sobre la política económica del gobierno, nunca fueron amenazados en su existencia, y el ejemplo del periódico El Mercurio demuestra que la prensa de la gran burguesía se publicó durante todo el tiempo de la dictadura y no necesitó la intervención militar para dar su apoyo general al régimen, mientras este garantizase el orden.
Lo que si fue destruido por la intervención militar fue la otra parte de la Sociedad Civil: las organizaciones de las capas bajas, es decir, los sindicatos obreros, las asociaciones de los campesinos, de los indígenas, de los pobladores. En todos los casos de un golpe militar en América Latina, desde el golpe en el Brasil del año 1964, su función principal fue la eliminación radical de todas las actividades autónomas del “pueblo”, si este término significa algo así como el conjunto de los oprimidos y explotados en una sociedad. La destrucción de esta “Sociedad Civil” fue el resultado de una derrota militar y después del fracaso de la resistencia armada, los vencidos tenían que buscar otros caminos para sobrevivir y recuperar un espacio modesto no ocupado por el Estado militar. No fue la confrontación total, tampoco el resurgir de todas las organizaciones tradicionales que existían antes de la dictadura: fue un proceso lento de creación de grupos y organizaciones poco sospechosas, de un nuevo tipo, como las Organizaciones Económicas Populares que nacieron en las poblaciones de Santiago de Chile, a veces con el apoyo de la Iglesia Católica o de ONGs extranjeros. Nacieron grupos para defender los Derechos Humanos, surgió un movimiento feminista con vínculos y apoyo internacional. Este proceso complejo y lento se interpretó como el renacer de una Sociedad Civil bajo un régimen militar y fue en este tiempo, a partir de finales de los 70, que el concepto “Sociedad Civil” llegó a América Latina y adquirió connotaciones que correspondían a esta coyuntura muy específica: La reconstrucción de lazos de asociación en espacios no muy politizados para así superar la atomización social que resultó de la represión por parte del aparato militar.
La creación de una “Sociedad Civil” en este sentido (al lado de la otra de las clases dominantes, que nunca había sido destruida) fue la condición indispensable para la superación del régimen militar. Si volvemos al ejemplo de Chile: la nueva oposición se reveló en las movilizaciones y manifestaciones populares de la mitad de los años 80, culminando en la creación de la “Asamblea Nacional de la Civilidad” en el año 1986. En este momento, el retorno a la democracia parecía ligado a la ampliación de una “Sociedad Civil” que se había formado fuera del control del régimen militar, pero también sin el tutelaje habitual de los partidos políticos tradicionales. Sabemos que la historia tomó otro rumbo: a pesar de la fuerza de las movilizaciones populares, los políticos profesionales de la oposición lograron restablecer su monopolio como representantes legítimos de las aspiraciones del pueblo, y negociaron un retorno a la democracia sin una ruptura con el régimen. Una de las condiciones más importantes para llegar a una solución pactada con los militares fue la reducción del potencial democratizante de los movimientos sociales. Con este proceso de la instauración de una democracia restringida y elitista, que se daba con otros matices en otros países de América Latina, el término “Sociedad Civil” perdió la connotación que había conseguido en las luchas antidictatoriales, su identificación con los movimientos populares, y se transformó en un concepto más general e inocente.
Antes de seguir esta transformación de un concepto, hay que mirar un poco más de cerca las transformaciones reales de las sociedades de América Latina bajo los auspicios de una política económica neoliberal. Hemos tratado de resumir estos cambios en la presentación de los resultados de nuestra investigación sobre movimientos sociales en Chile y México. (Bultmann et al. 1995). El economista chileno Álvaro Díaz, del Instituto SUR, destacó los cambios en la situación de grandes sectores de la clase obrera – y en la clase dominante de su país. Entre todos los cambios en el mundo de trabajo, talvez el más significativo es la expansión del trabajo precario como última palabra del capitalismo globalizante:
“Existe creciente evidencia de que el empleo precario en América Latina no puede ser considerado como un empleo ‘atípico’, una suerte de anomalía o excepción en el mercado, un resultado del estancamiento, o una situación que sólo existe en empresas tradicionales o pequeñas. Parecería que el empleo precario no constituye una forma tradicional de comportamiento empresarial, sino el resultado de un estilo de modernización capitalista que se asentó tanto en México como en Chile, y se manifiesta en las industrias maquiladoras como en sectores de la industria procesadora de recursos naturales renovables en Chile (fruta, pesca, madera), es decir, en sectores de `punta’ de ambas economías.” (Díaz 1995, 49).
No menos importante son las observaciones de Álvaro Díaz sobre la nueva cara de la clase empresarial:
“Se afirma frecuentemente que los Estados autoritarios y especialmente las políticas neoliberales tienen como consecuencia el aplastamiento o la desarticulación de las sociedades civiles. Esto fue cierto para el caso chileno, especialmente para el período más salvaje de la dictadura (1973-1981), pero es una verdad a medias. Primero, porque la dictadura chilena no se limitó a aplastar la sociedad civil de las clases populares y medias, sino que reconstruyó el mundo de los negocios, el mundo del empresariado, la sociedad civil burguesa. Es decir, a la vez que destruía y desarticulaba relaciones sociales del mundo popular, liberaba e impulsaba un nuevo tipo de empresariado, un nuevo mundo de las clases altas que, a diferencia del pasado y de los esquemas corporativos, se autonomizaba cada vez más del Estado, aunque siempre estuvo estrechamente articulado con el poder tecnocrático y militar. En este proceso no sólo se reconstituyó el gran capital, los grupos económicos, sino que se extendió socialmente la burguesía y se consolidó la ganancia como cálculo económico en importantes sectores de la sociedad. El empresario, el mercado, la competencia, la especulación, el individualismo posesivo, fueron legitimados ante toda la sociedad.” (Díaz 1995, 41-42).
Dado que no pretendemos presentar un análisis detallado, nos limitamos a estas dos referencias que indican los cambios profundos de la estructura social de los países latinoamericanos en las últimas décadas. Si volvemos a la idea de distinguir dos sociedades civiles, es obvio que el desarrollo objetivo de la economía en las últimas dos décadas ha debilitado constantemente lo que fue el sustrato de la “Sociedad Civil” popular, al mismo tiempo fortaleciendo enormemente lo que Álvaro Díaz llama la Sociedad Civil burguesa.
Poco de todo eso se refleja en la mayoría de los escritos actuales sobre la “Sociedad Civil”. El concepto se ha emancipado de sus orígenes en un mundo de luchas sociales – entró en el mundo de los ejercicios intelectuales sobre procesos políticos supuestamente separados de los procesos de producción y distribución, que de todos maneras están sometidos a las leyes del mercado mundial, las cuales limitan sustancialmente el radio de acción de los actores políticos. El empleo actual común y corriente del término “Sociedad Civil” tiene una fuerte tendencia de fortalecer la ideología dominante, en varios sentidos:
1. Con la yuxtaposición simplificada Estado-Sociedad Civil se pretende que el fortalecimiento de todo lo que no depende del estado es un paso a la emancipación social. Obviamente, este tipo de pensar puede estar muy cerca al pensamiento neoliberal: por ejemplo, uno podría fácilmente llegar a la conclusión de que cualquier privatización sería un paso hacia una Sociedad Civil más desarrollada.
2. Normalmente, el empleo de la noción “Sociedad Civil” tiene la tendencia de esconder las diferencias dentro de la sociedad realmente existente: desaparecen las clases sociales, los grupos de poder económico, los monopolios, el capital transnacional – aparecen “Actores” que en principio tienen iguales derechos y oportunidades de participar en el juego político.
3. La “Sociedad Civil” tiene su personificación privilegiada: son las ONGs, incorporaciones del espíritu puro provenientes de una esfera libre del Estado. Con el concepto de la Sociedad Civil, se borran las diferencias enormes entre los ONGs que tienen un compromiso real con las organizaciones populares – y las otras que son solamente fuentes de empleo para una capa de intelectuales versátiles, o incluso instrumentos directos del gran capital. (Meschkat 1997). Sería interesante examinar el papel de las Fundaciones de grandes empresas en varios países de América Latina, su impacto sobre esferas que antes pertenecían al Estado, como la educación superior y la asistencia social.
En varios estudios más recientes se manifiestan más y más dudas sobre la utilidad del concepto de la Sociedad Civil. Sin embargo, casi no hay autores que favorezcan el abandono total de un concepto tan vago. Algunos bastante conscientes de la ambigüedad en el empleo de la “Sociedad Civil”, reclaman el concepto para las luchas de emancipación de las clases populares. En este sentido explica Jenny Pearce, en uno de los mejores artículos sobre nuestra temática, sus razones para seguir usando el término, a pesar de las tendencias innegables de equiparar Sociedad Civil con economía de mercado:
“Así como el liberalismo nunca podría seguir siendo la ideología exclusiva de la burguesía, por lo que el concepto de ‘sociedad civil’ tiene significado también para la organización social entre los excluidos y marginados en una región en la que se reconoció la inequitativa distribución de la riqueza, lo cual legitima sus esfuerzos para acceder a las nuevas o revividos estructuras democráticas a nivel nacional y local para crear partidos responsables, y hacer hincapié en la civilidad de la vida política de una región cuyos habitantes están más acostumbrada al cañón de una pistola. ¿Hasta qué punto América Latina sus élites civiles y militares aceptarán un renovado crecimiento del asociacionismo entre los excluidos social y económicamente? (Pearce 1997, 81).
Obviamente, aquí “Sociedad Civil” figura como consigna, para apoyar los esfuerzos de los excluidos de asociarse y así superar su posición subordinada y ganar ciudanía. Pero éste no es el empleo más difundido del concepto hoy en día. Evocando a la Sociedad Civil, muchos autores quieren salir de la necesidad de confrontaciones entre fuerzas opuestas y entrar en el mundo de comunicación libre de dominación (Lauth/Merkel 1997, 16-17). Los “actores” legítimos en una Sociedad Civil así construida no son todos los movimientos sociales: deben renunciar a cualquier disposición a la violencia (¿hasta qué punto se permiten movilizaciones?) para satisfacer los criterios de los nuevos teóricos de la democracia.
La realidad de los países de América Latina no se presta fácilmente a construcciones de una harmonía social, de tal manera las/los autores que no ignoran las contradicciones fundamentales de su sociedad necesariamente llegan a lanzar la pregunta por qué se cambian las palabras en el discurso político y científico. Encontramos un pasaje pertinente en un artículo de la revista venezolana “SIC”:
“…el práctico abandono de la noción de ‘pueblo’ y su sustitución por la noción de “sociedad civil” supone, a nuestro juicio, algo más que un cambio de lenguaje. Supone el paso de una noción integradora a otra que no lo es. En el lenguaje político venezolano, la noción de ‘pueblo’ tuvo una connotación que suponía tomar en cuenta a `los de abajo, que reconoció al marginado, el Juan Bimba, como sujeto, y supuso su incorporación, en calidad de ciudadano, al desarrollo político, económico y cultural…Consideramos que tales valores no forman parte de la noción de “sociedad civil”, la cual plantea, por definición, la existencia de una pluralidad de grupos diversos en términos de poder, información, capacidad e influencia que articulan autónomamente los intereses que les son propios y, a menos hasta el momento, no postula mecanismos de incorporación para individuos o grupos desfavorecidos en lo relativo a estos recursos y mucho menos de agregación de sus demandas”. (Pérez Campos 1997, 150).
En esta interpretación, el concepto que examinamos parece poco apto para expresar las aspiraciones de las capas subordinadas a la emancipación social. Estas capas, o los movimientos sociales con raíces en el pueblo, no figuran en un lugar prominente en diversas enumeraciones de los componentes de una “sociedad civil” (Lauth/Merkel 1997, 17; Costa 1997, 207). Fuera del mencionar obligatorio de las ONGs, no hay criterios claros acerca de qué tipo de asociaciones deberían incluirse o excluirse de la Sociedad Civil. Cuando pasó la coyuntura del enfrentamiento de grupos que aspiraban a la autonomía frente a un Estado represor, el concepto pareció perder sus contornos – y se prestó a llenarlo con muy distintos tipos de filosofía social.
Hay poderosas razones para cuestionar el valor analítico del concepto de la Sociedad Civil en las Ciencias Sociales. Tal vez se justifica la recomendación de no usar el término en debates científicos que aspiran superar la fraseología política común y corriente. En la mayoría de los casos, es perfectamente posible referirse a hechos y procesos sociales concretos, renunciando al empleo de una noción general que cada cual interpreta según su gusto. Pero también es cierto que hasta hoy día la consigna de la “Sociedad Civil” puede vincularse con las luchas de los oprimidos y explotados, como demuestran las declaraciones del movimiento zapatista en México. No se trata de censurar el empleo de conceptos que tienen su función específica en confrontaciones concretas, pero nos parece indispensable realizar el esfuerzo de entender el contexto en el cual surgen y se modifican los contenidos de los conceptos políticos. Solamente en el marco de reflexiones de este tipo se reduce el peligro que una consigna de emancipación se convierta en un elemento de la ideología dominante.