Nacional
Una guerra perdida
Por Mauricio Cabrera Galvis
Muy escasa atención, casi nula, le dedicaron los medios de comunicación la XXXII Conferencia Internacional para el Control de Drogas (Idec) que se celebró en Cartagena la semana pasada, a pesar de que participaron delegados de 109 países y de que varios gobiernos, empezando por el de Colombia, insistieron en la necesidad de una nueva estrategia para el control del narcotráfico.
Con muy pocas excepciones va creciendo el consenso sobre el estruendoso fracaso de la llamada “guerra contra las drogas” que lanzara Nixon el mentiroso hace más de 40 años, y que cuando cayó el muro de Berlín, reemplazó la lucha contra el comunismo como uno de los ejes de la política exterior norteamericana.
Por Mauricio Cabrera Galvis
Muy escasa atención, casi nula, le dedicaron los medios de comunicación la XXXII Conferencia Internacional para el Control de Drogas (Idec) que se celebró en Cartagena la semana pasada, a pesar de que participaron delegados de 109 países y de que varios gobiernos, empezando por el de Colombia, insistieron en la necesidad de una nueva estrategia para el control del narcotráfico.
Con muy pocas excepciones va creciendo el consenso sobre el estruendoso fracaso de la llamada “guerra contra las drogas” que lanzara Nixon el mentiroso hace más de 40 años, y que cuando cayó el muro de Berlín, reemplazó la lucha contra el comunismo como uno de los ejes de la política exterior norteamericana.
Una de las excepciones a este consenso es precisamente la de Estados Unidos que sigue manteniendo la política de represión a los productores y consumidores de estupefacientes como el camino a seguir. Por supuesto, con la doble moral que siempre ha caracterizado la guerra contra las drogas, se trata de una política que hay que aplicar fuera de su país pues allá crece el número de estados que han legalizado la producción y el consumo de la marihuana mientras que insisten que acá la sigamos fumigando con glifosato.
Una anécdota ilustra las paradojas de esta doble moral. En Colombia nos gastamos miles de millones de pesos en una ineficaz estrategia de represión, mientras que en el estado de Colorado discuten si deben devolver solo a los consumidores de marihuana o a todos los contribuyentes un excedente de impuestos de US$76 millones recaudados por la venta legal de la hierba.
El fracaso de la estrategia represiva en Colombia lo planteó con crudeza el presidente Santos en la inauguración de la Idec, al recordar que desde 1993 la Policía colombiana ha capturado 995.000 personas por narcotráfico y ha incautado 829 toneladas de cocaína con un valor superior a los 60 billones de pesos. Como diría Jaime Garzón, todo ese esfuerzo “y el gringo ahí”.
Aunque defendió en su discurso la acertada decisión de suspender las fumigaciones con glifosato, el presidente no mencionó las cifras de ese otro colosal fracaso: en 12 años se han fumigado 1,5 millones de hectáreas (más de 10 veces el área inicial). Y sólo se ha reducido un poco el área sembrada porque se resiembra cerca del 80% del área fumigada y porque los cultivos se desplazan a nuevos territorios. Más decepcionante aún, con la mitad del área sembrada se produce la misma cantidad de cocaína, porque ha aumentado la productividad de los cultivos
Colombia ha asumido los mayores costos en esta inútil guerra y tiene la autoridad moral para exigirle al mundo una nueva estrategia que debe desplazar la batalla a los países consumidores: porque es allá donde se producen los precursores químicos para la elaboración de drogas, es allá donde se generan las enormes utilidades del negocio de la distribución y es allá donde se empiezan a lavar los flujos de dinero generados. Además son los que se lucran produciendo y vendiendo armas a los narcotraficantes.
Es una buena noticia que las conclusiones de la Idec apunten en esta dirección, así como a reconocer que la drogadicción y los consumidores son un problema de salud pública, y que los campesinos productores de la materia prima lo que necesitan es alternativas de cultivos rentables. Por ahora son declaraciones en el papel, pero el reconocimiento del fracaso en la guerra contra las drogas es el primer paso para cambiar la estrategia.