Nacional
Zygmunt Bauman reflexiona sobre el divorcio insalvable entre poder y política
Por Pablo E. Chacón / Agencia Télam
En su último libro ¿La riqueza de unos pocos beneficia a todos?, el sociólogo polaco Zygmunt Bauman describe un escenario donde los flujos de capital concentrado se mueven de manera global sin ningún control político, desvirtuando las antiguas funciones estatales y convirtiendo a los ciudadanos en rehenes de la especulación financiera y a los políticos profesionales en sus operadores.
Por Pablo E. Chacón / Agencia Télam
En su último libro ¿La riqueza de unos pocos beneficia a todos?, el sociólogo polaco Zygmunt Bauman describe un escenario donde los flujos de capital concentrado se mueven de manera global sin ningún control político, desvirtuando las antiguas funciones estatales y convirtiendo a los ciudadanos en rehenes de la especulación financiera y a los políticos profesionales en sus operadores.
El libro, recién publicado por Paidós, se presentó en Madrid en un diálogo entre el especialista y el escritor y periodista Alfonso Armada Rodríguez, cuyos fragmentos más conclusivos de esa interlocución son los siguientes:
¿Es ¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos? un intento de demostrar que la mano invisible no funciona, que el mercado no es tan sabio como presume?
Es interesante lo que plantea sobre el papel de la mano invisible, pero hay que tener en cuenta que Adam Smith lo escribió en un contexto muy diferente. Lo que ha pasado recientemente, en los últimos 40 años, desde los 70 del siglo pasado, es que la mutua dependencia entre empleadores y empleados se ha roto de forma unilateral. Hasta entonces los empleados, los trabajadores, dependían de sus jefes para poder vivir. Pero al mismo tiempo los jefes también dependían de sus empleados. Y en las ciudades donde se levantaban las fábricas una gran parte de la población era una especie de ejército de reserva de trabajadores. Hablando de este ejército de reserva, listo para volver al servicio, ocupar los puestos de trabajo cuando fuera necesario, los generales se preocupaban del estado, las circunstancias en las que vivían esos desempleados. Cierto que no estaban en servicio de momento, pero podrían necesitarlos. De ahí que hubiera un servicio social, una serie de atenciones, educación, alojamiento. Sobre todo después de la depresión, con el desempleo masivo, y tras la segunda guerra mundial, cuando se creó el estado de bienestar. Hay que resaltar que la introducción del estado de bienestar no fue fruto de una decisión partidista, había un consenso general en la opinión pública, entre la izquierda y la derecha, porque la mayoría estaba de acuerdo en que o bien mantenía a su población en buen estado o bien sería derrotada en la próxima guerra o en la próxima batalla comercial con otros países. La mano invisible del mercado podía funcionar a favor de controlar las fuerzas en presencia. De hecho, entre los 40 y los 70, la desigualdad se redujo en toda Europa. Eso cambió a raíz de las políticas económicas que se empezaron a poner en práctica a partir de entonces: desregulación, privatización, subcontratación de obligaciones estatales en el mercado (pensiones, educación, servicios sanitarios). ¿Y por qué ocurrió esto? Porque los propietarios del capital, los dueños de las empresas, vieron que ya no entraba dentro de sus intereses ocuparse de los vecinos, de los habitantes de su país. Se sintieron libres para ir donde quisieran a buscar mano de obra, donde no tuvieran que preocuparse de las pensiones o la seguridad social de los trabajadores. Se dieron cuenta además de que era fácil hacer negocios, porque todos los datos los tenían en sus ordenadores, en sus teléfonos inteligentes, y se llevaron el trabajo a otra parte. Se creó una dependencia unilateral. Los indígenas, la gente que vivía en los viejos países, todavía dependen de los dueños del capital para conseguir un trabajo, pero los jefes no dependen de esos trabajadores.
Es decir, ¿al final mis padres tenían razón cuando me dijeron que siempre habría pobres y ricos?
Me temo que sí, la desigualdad está para quedarse. El problema es si esa cuestión está bajo control y si podemos aplicar medidas para mitigar las diferencias entre el modus vivendi de ricos y pobres. Y los datos nos dicen que la distancia está agrandándose a un ritmo sin precedentes. Las 85 personas más ricas del mundo poseen una riqueza que equivale a la que suman las 4 mil millones de personas más pobres del mundo. Es increíble: 85 frente a 4 mil millones. El 90 por ciento de la riqueza producida en el mundo después de la crisis que se inició en 2007, con el colapso del crédito y la amenaza de desaparición de bancos si no eran recapitalizados con el dinero de los que pagan impuestos, se la apropió el 1 por ciento de las personas más ricas de la Tierra. La clase media no solo ha visto cómo disminuían sus ingresos sino también sus perspectivas de mejora. El nuevo fenómeno es precisamente la desaparición del futuro para esta clase media, de sus expectativas de progresar. Incluso el trabajo es un bien que se ha instalado en el terreno de la incertidumbre. Puedes haber estado trabajando 30, 40 años para una empresa, y de repente se produce una fusión, y enseguida corta la mano de obra sobrante. Suben las acciones de la nueva firma y te encuentras sin empleo en una sociedad donde los mayores de 50 años no tienen la menor esperanza de volver a conseguir un trabajo.
Pero al mismo tiempo la Unión Europea (UE) sigue insistiendo en que es necesario reformar el mercado de trabajo y aumentar la desregulación porque dicen que es la única manera de conseguir que haya más trabajo.
Es absolutamente falso. Forma parte de una leyenda, de una falsedad que ha sido introducida en la mente del público: que si los ricos se hacen más ricos eso será beneficioso para todos. Y no es así. Nunca ocurrió. La mayor parte de la economía hoy es puramente monetaria. El dinero trae más dinero. Las transacciones que se producen en la bolsa, en el mercado de valores, y que afectan a la vida de personas como usted, no tienen el menor interés en la economía, en las condiciones de vida que afectan a gente como usted, que no juega en la bolsa. Hay una separación entre los que juegan a la bolsa y la gente que hace cosas, los empleados que sirven a la mayor parte de la población. La naturaleza del juego ha cambiado por completo, y eso no es algo que haya ocurrido de repente y de lo que nos hemos dado cuenta de la noche a la mañana. La desigualdad ha estado entre nosotros desde el comienzo de la especie humana. Pero ese no es el problema, el problema es el carácter que está adoptado, y lo peor es que no hay forma de controlarla.
¿Y qué ocurre entonces con los políticos? ¿Están al servicio de los trabajadores, de la población en general, o son asalariados de las grandes finanzas?
Se mueven en una doble obediencia. Desde 1648, tras la paz de Westfalia, en donde se creó un nuevo orden político en el centro de Europa, un concepto de soberanía basado en que los gobernantes de cada territorio tenían la capacidad de decir a la población bajo su mando en qué dios debían creer, se construyeron nuevos estados, en los que la religión era sustituida por la nación. Resultó muy bien en cuanto a la independencia territorial, la habilidad de promover el autogobierno de un territorio. Pero ahora las reglas del juego han cambiado por completo. Porque vivimos en la interdependencia, no en el de la independencia. Formalmente, los estados siguen siendo soberanos en lo que concierne a su territorio, pero no lo son. El problema no es que los políticos sean corruptos; algunos lo son, pero no todos lo son. El problema no es que sean estúpidos; algunos de ellos lo son, pero no todos. El problema no es que sean miopes; algunos de ellos lo son, pero no todos. El problema al que todos tienen que hacer frente, sean corruptos, estúpidos o miopes, es a la doble obediencia. Por una parte, son gobernantes de un territorio, y los ciudadanos los eligieron para que gobernaran, por lo que están obligados a escuchar a su electorado. Tienen que tener en cuenta lo que su electorado les demanda. E incluso deben prometerles que trabajarán para ellos. Sin embargo, lo que a menudo se ven obligados a hacer es que tienen que mirar en otra dirección: cuáles serán las consecuencias de sus decisiones en el mercado global. Es decir, a la libre circulación de divisas, emancipada de todo control político. Los viernes deciden cómo mejorar la situación del país y adoptan una serie de medidas, pero el fin de semana no pueden conciliar el sueño, porque temen que el lunes, cuando vuelvan a abrir las bolsas, un nuevo cataclismo en los mercados se lleve sus planes, con un nuevo colapso del estado que ponga en fuga a los capitales.
¿Cómo de acertados o erróneos eran los análisis de Marx?
Muchas de las predicciones de Marx se demostraron equivocadas, en parte por la influencia de sus propias predicciones. La idea de la profecía autocumplida. La profecía de que habría una catástrofe. Marx habló de la pauperización del proletariado, y que eso lo llevaría a las calles y desencadenaría una revolución. La gente inteligente, entre los dueños de los recursos, escucha y toma medidas. En el siglo XIX, en Inglaterra, se adoptaron medidas para mejorar las condiciones de los obreros, sus pensiones, el derecho a afiliarse a sindicatos, a declararse en huelga para defender sus derechos. Todo orientado a mejorar las condiciones de vida de la clase obrera. Se acabó incrustando en la mentalidad de la gente la necesidad de mejorar las condiciones de vida y de trabajo dentro del propio sistema capitalista, sin cuestionar al propio sistema. Llegó la revolución bolchevique, que partía de la idea de que todos somos iguales, lo cual no es cierto, pero es lo que la gente creía, o quería creer. Y se logró que dejara de haber desempleo, eso es cierto. Se proporcionó educación para todos, lo que también era verdad. Y había sanidad gratuita para todos. Y eso también era verdad. Al otro lado del Telón de Acero, la gente veía lo que había y tomaba precauciones. En respuesta a esas realidades hay que contar el New Deal del presidente Franklin Delano Roosevelt, y el estado de bienestar en buena parte de Europa. Ahora, con el colapso del bloque soviético, no hay alternativa, el capitalismo se ha quedado solo en el campo de batalla, sin enemigos a la vista, hasta el punto de que muchos gobiernos buscan nuevos enemigos para mantener la vigilancia y la unidad de la población. Pero lo cierto es que no hay un sistema alternativo, no hay nada que limite algo que es endémico a un dispositivo basado en la competencia: la codicia, derrotar a los otros, la escasa sensibilidad hacia el destino de los desafortunados, de las víctimas. Es una nueva situación, que surgió tras la caída del Muro de Berlín. Por primera vez en ciento cincuenta años las predicciones de Marx podrían hacerse realidad, no solo en lo que se refiere al proletariado, sino a la clase media, que ha visto cómo se ha ido deteriorando, pauperizando, perdiendo tanto su nivel de ingresos como su percepción de la seguridad, la quiebra de su sentimiento de pertenencia, de formar parte de una comunidad, de contar con instituciones que se preocupen de ellos cuando sufran una catástrofe individual, el temor a que se reduzcan o supriman las prestaciones de desempleo. El suelo ha empezado a temblar bajo nuestros pies. De ahí, de esa inquietud, han surgido movimientos como el de los indignados en España, buscando de manera febril nuevas formas de participar en política, porque han perdido por completo la fe en las instituciones políticas establecidas. El sistema ha dejado de cumplir sus promesas, de cumplir con sus obligaciones.
Entonces, ¿qué hacer?
Mi explicación es que en el origen de todos estos problemas que estamos atravesando, en la liquidez de los cimientos de esta situación, descansa en un acontecimiento, el divorcio entre poder y política. El poder se puede definir como la habilidad de hacer cosas, y la política es la decisión sobre las cosas que se deben hacer. Hace medio siglo todo el mundo estaba de acuerdo, poder y política residían en manos del Estado soberano. Ahora, la soberanía territorial se ha convertido en una ilusión. Cierto que los estados cuentan con algunos poderes que pueden corregir ciertos aspectos, pero las cuestiones esenciales que afectarán las perspectivas de vida de tus hijos y nietos quedan lejos de los poderes del estado territorial, están sometidas a fuerzas globales. Son movimientos que surgen aquí y allá completamente al margen de la planificación de cualquier fuerza política. Representan el divorcio entre poder y política. Por una parte tienes poderes libres de cualquier control, por la otra tienes políticas y políticos que carecen por completo de poder. La política debería recrear su control del poder, y el poder debería estar sometido al control de la política. Pero la verdadera pregunta, para la que no tengo la respuesta, es quién va a hacerlo. Ese es el problema. Porque los estados-nación fueron creados por nuestros abuelos y bisabuelos para servir a la independencia de los estados soberanos, pero ahora nos encontramos en una nueva situación de interdependencia. Y si bien resultaron útiles durante décadas como estados independientes, lo cierto es que han dejado de ser útiles en la era de sociedad global, a la hora de controlar la interdependencia global de las sociedades. Es la cuestión del momento.
Agencia Télam, Buenos Aires.