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Alcances geopolíticos y económicos del referéndum sobre permanencia o no del Reino Unido en la Unión Europea

Por Jorge Altamira  

Los británicos decidirán si el Reino Unido sale o continúa en la Unión Europea (UE) a través de un referéndum previsto para este 23 de junio. De la amenaza de un Grexit a la amenaza de un Brexit.

Hasta hace muy poco, la perspectiva de que una nación europea se separara de la UE estaba reservada para Grecia –el llamado Grexit-. En ese marco, cuando el gobierno británico hizo efectivo su compromiso electoral de convocar a un referendo para determinar la continuidad del Reino Unido en el bloque, una mayoría contundente de las previsiones aseguraba que la permanencia ganaría la partida.

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Por Jorge Altamira  

Los británicos decidirán si el Reino Unido sale o continúa en la Unión Europea (UE) a través de un referéndum previsto para este 23 de junio. De la amenaza de un Grexit a la amenaza de un Brexit.

Hasta hace muy poco, la perspectiva de que una nación europea se separara de la UE estaba reservada para Grecia –el llamado Grexit-. En ese marco, cuando el gobierno británico hizo efectivo su compromiso electoral de convocar a un referendo para determinar la continuidad del Reino Unido en el bloque, una mayoría contundente de las previsiones aseguraba que la permanencia ganaría la partida.

El gobierno de David Camerón venía envalentonado por dos éxitos relativamente recientes: la victoria en el referendo contra la secesión de Escocia de Gran Bretaña y luego en las elecciones generales por un margen considerablemente mayor al esperado. Las cosas, en el camino, han cambiado bastante, al punto que una mayoría de los sondeos registra una intención de votos favorable al retiro del país de la UE en el referendo que tendrá lugar el 26 de junio –el Brexit-. Semejante posibilidad movilizó al norteamericano Obama y al japonés Abe a Londres para advertir contra las consecuencias negativas de ese resultado. El fortalecimiento de la alternativa de un Brexit, luego de que Donald Trump ganara la nominación del partido Republicano de Estados Unidos para las elecciones presidenciales de noviembre próximo, ponía de manifiesto la tendencia a una reacción nacionalista en los estados más desarrollados, aunque los abogados del Brexit reclamen para si una doctrina de libre comercio que estaría siendo trabada por el ‘regulacionismo’ de la UE, por un lado, y por una gobernabilidad de la UE que carecería de legitimidad, por el otro. En realidad, la campaña para salir de la UE tiene características claramente chovinistas, que se manifiesta en especial con relación a la inmigración y en una propaganda racista.

A las sacudidas

Para empezar por casa, una victoria del Brexit tendría un efecto político dislocador en la propia Gran Bretaña. El nacionalismo escocés, separatista en Gran Bretaña, ha dejado en claro su posición pro-europeísta; a ella sumaría ahora la de sus adversarios conservadores y laboristas partidarios de mantener al Reino Unido en la UE. Es probable que una salida del bloque europeo dé lugar al reclamo de un nuevo referendo sobre la permanencia de Escocia en Gran Bretaña. Algo parecido ocurre con Irlanda del Norte, o Ulster, que pertenece al Reino Unido, que depende mucho del comercio con Europa continental; la posición por salir de la UE no supera el 13 por ciento. Una derrota de la permanencia debería provocar la renuncia del gobierno de Camerón, electo hace apenas un año, e incluso la división del Partido Conservador. El partido Conservador apoya mayoritariamente la permanencia, pero su minoría le está ganando la pulseada, en tanto que el Laborista es ampliamente favorable a seguir en la UE. Nuevas elecciones generales podrían poner fin al gobierno conservador y llevar al gobierno al laborismo, aunque también a incrementar la votación del partido chovinista UKIIP, o sea a la fragmentación del parlamento británico. El, varias veces acosado bipartidismo británico, estallaría sin remedio. Una derrota del Brexit, salvo que ocurra por una gran diferencia, cambiaría solamente las formas y los ritmos de esta desintegración política. Gran Bretaña aparece, desde ángulos diferentes, como un eslabón aún más débil que Grecia. Los partidarios de seguir en la UE esperan un pronunciamiento ‘salvador’ de la Reina, que podría comprometer a una monarquía que ya se ha enredado en numerosas crisis.

Lo descripto hasta aquí da una medida de la crisis que se perfila en un país de la importancia del Reino Unido. La cuna de la industrialización capitalista vive un largo proceso de vaciamiento industrial, acompañado por la caída de los precios del petróleo del mar del Norte y agravado por la sobreproducción manufacturera de China: la siderúrgica hindú Tata ha anunciado el cierre de sus plantas en Gran Bretaña, como consecuencia de la competencia del acero chino, lo cual dejaría en la calle a cerca de 40 mil trabajadores. En los últimos días han presentado pedidos de quiebra diversas cadenas de comercio minorista. La economía de Gran Bretaña depende, en forma cada vez más restrictiva, del centro financiero de Londres, en momentos en que recrudece la crisis financiera internacional. De acuerdo a la calificadora S&P, “las deudas de entidades instaladas en el Reino Unido, con vencimiento en los próximos doce meses, equivalen al 755% de los ingresos externos, la más alta de los 131 estados soberanos sobre los que se lleva registro”.

Europa en coma

Gran Bretaña ingresó a la UE hace 43 años por el voto referendario del 65% del electorado; tuvo un apoyo masivo del partido conservador, incluida, entusiastamente, la fracción, entonces ‘contestataria’, de Margaret Thatcher. La reversión que expresa la tendencia al Brexit tiene otras numerosas manifestaciones en Europa: el Frente Nacional, en Francia; los neonazis sionistas en Austria; la Lega Nord y el M5E en Italia; Alternative, en Alemania; y varios más en Europa del este. Es un testimonio definitivo del impasse completo que ha alcanzado la zona euro y la Unión Europea. A esto se ha sumado la ola de refugiados provocada por las guerras imperialistas en Asia y Medio Oriente desde la invasión, en 2001, a Afganistán y 2003 a Irak. Continúan operando las fuerzas desintegradoras desatadas por la crisis de 2007/8, aunque acentuadas –ahora– por el agotamiento de la reactivación de China, por un lado, y por el elevado endeudamiento público y privado en EE.UU., por el otro.

Los billones de euros inyectados por el Banco Central Europeo, mediante la compra de deuda pública, no han sacado para nada del marasmo a la producción, al punto que ahora ha iniciado la compra de títulos de deuda privados e incluso acciones de empresa, en lo que constituye una estatización de pérdidas sin precedentes. El resultado, una caída casi a cero de la tasa de interés, está poniendo en peligro la supervivencia de los fondos de pensiones, de las aseguradoras e incluso de los bancos, cuyos beneficios han caído de un modo espectacular. No solamente la banca italiana se encuentra en una situación de bancarrota –con U$S300 mil millones de activos incobrables o irrealizables-; también ha agravado la posición de la banca alemana y en particular de su nave de proa –el Deustche Bank-. Algo similar ocurre con los dos principales bancos de Francia –ni hablar de la banca griega o portuguesa-. El referendo británico es un testimonio del impasse colosal del conjunto de la unidad europea.

Para algunos observadores, la UE ha demostrado su incapacidad para sustituir al Estado nacional como aparato político-represivo y como estructura histórica para mediar y contener la lucha de clases, lo cual habría dejado abierta una brecha revolucionaria en las sociedades capitalistas de Europa.

Sin red de seguridad

Ni la Comisión Europea ni los líderes del Brexit tienen un “plan B” para el caso de que triunfe el voto por el retiro de la UE. Es lo que lleva a muchos comentaristas a pronosticar una crisis severa en los mercados financieros, al día siguiente de un voto por la salida. No existe, por ejemplo, una propuesta que reformule las relaciones comerciales entre ambas partes si se diera la separación. Tampoco están en la agenda los acuerdos en materia de defensa y de seguridad. Quienes opinan que una renegociación de las relaciones no debería enfrentar mayores obstáculos, olvidan que la UE tiene en la mesa el debate sobre un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos e incluso otro, de larga data, con el Mercosur. Otro problema es el reclamo de China para que se la clasifique como “economía de mercado”, lo que derribaría las trabas aduaneras y para aduaneras a los productos chinos. Es suficiente para agudizar las disputas comerciales el hecho de que comercio mundial se encuentra en caída (con una enorme sobreoferta de transporte marítimo y caída espectacular de fletes) y de que China ejerce una fuerte presión financiera como resultado de tener en cartera buena parte de la deuda pública de la UE y de Estados Unidos.

A simple vista pareciera que la salida de la Gran Bretaña debería reforzar la posición de Alemania y el mercado financiero de Frankfurt. Esto representaría un enorme golpe para la City, que desde 2008 vio el quiebre y rescate de sus principales bancos, y eventualmente para Nueva York. En el estado actual de las cosas, sin embargo, el fortalecimiento del euro profundizaría las tendencias deflacionarias que están arrasando con las economías europeas. Esta tendencia deflacionaria es tan acentuada que las tasas nominales negativas de interés aún tienen un margen positivo. El fortalecimiento financiero de la zona euro operaría como un factor de desintegración en lugar de integración, al hacer más dificultosa la actividad económica en la periferia de Alemania. La zona euro no tiene una unión fiscal que asegure el financiamiento común de los presupuestos, ni una unión bancaria que resuelva las bancarrotas con recursos y políticas supra nacionales, ni tampoco una política de endeudamiento público integrado. O sea que es una unión ficticia, que opera, contradictoriamente, al servicio de la potencia más fuerte: Alemania, porque su contrapartida en la acentuación de la crisis en la periferia. Gran Bretaña, en este caso con todas sus fracciones, se ha opuesto a esas uniones, precisamente, porque habrían reforzado a la zona euro contra los que se encuentran fuera de ella, y porque podrían llevar, incluso, a una unión política.

Izquierda y América Latina

Un aterrizaje violento de la salida británica tendría un enorme impacto mundial y América Latina lo sentiría con una fuerza inusitada. Una derrota del Brexit, sin embargo, no resolvería nada, simplemente porque acentuaría el inmovilismo actual; la crisis estallaría por otro lado. La izquierda europea, en su inmensa mayoría, se ha dividido a favor de una y otra posición, adornadas con planteos progresistas, del tipo “por una Europa social”. Ha decidido sentarse arriba del volcán sistémico de la crisis capitalista, en oposición al desarrollo de una canal de movilización política que prepare las condiciones subjetivas de una revolución social.

Buenos Aires.

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