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América Latina, a media marcha

Por Eduardo Sarmiento Palacio   

Luego de que América Latina estuviera entre las áreas mejor libradas de la crisis de 2008, se creó una gran euforia sobre sus posibilidades en la segunda década del siglo.

Se considera que la región estaba en capacidad de reemplazar el decaimiento de Europa y Estados Unidos. La información más

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Por Eduardo Sarmiento Palacio   

Luego de que América Latina estuviera entre las áreas mejor libradas de la crisis de 2008, se creó una gran euforia sobre sus posibilidades en la segunda década del siglo.

Se considera que la región estaba en capacidad de reemplazar el decaimiento de Europa y Estados Unidos. La información más

reciente revela una realidad distinta. Argentina evoluciona con índices negativos y Brasil crecerá cerca de 1%. Por lo demás, las economías de la Alianza del Pacífico, que se presentaban las más dinámicas por su cercanía al neoliberalismo, lo hacen muy por debajo de la tendencia histórica, menos de 4,5%.

La primera actitud, cuando se presenta un comportamiento de esta naturaleza, es atribuirlo a factores externos y clamar que a todos les va igual. La explicación está más bien en que América Latina no ha logrado adaptarse a las nuevas realidades mundiales. En la práctica se mueve dentro de organizaciones que le confían el crecimiento y la estabilidad al mercado, en tanto que la equidad queda por cuenta del gasto público y su orientación hacia los sectores más necesitados.

El libre mercado, y en especial el comercio, propició las actividades intensivas en recursos naturales, que se vieron favorecidas por las alzas de precios internacionales. Curiosamente, se incurrió en la misma estrategia del pasado de enfrentarlas con revaluaciones que abaratan las importaciones a cambio de un perfil productivo dominado por los servicios. Así, la mejoría de los niveles de ingresos se consiguió a expensas de una estructura sectorial que genera bajas remuneraciones en el largo plazo. Por eso, la constante de la región son cuantiosos déficits en cuenta corriente, bajo crecimiento en la productividad del capital y el trabajo, y revaluaciones que dejan de lado la industria y la agricultura. Hoy en día la mayoría de países operan con burbujas, explosión del crédito y perspectivas de devaluación.
En cierta forma, no se aprendió la lección de varios años que muestra que la balanza de pagos no es neutral y que constituye el núcleo central del sistema económico. Los déficits en cuenta corriente dan lugar a grandes deficiencias de demanda efectiva, que tarde o temprano desembocarán en devaluación con recesión.

El otro aspecto es el de la distribución del ingreso. En las últimas dos décadas la región experimentó un retroceso que la coloca como una de las más desiguales del mundo y genera inconformidad y presiones para rectificarla. Los gobiernos han respondido con medidas puntuales de aumento del gasto público, que entra en conflicto con las instituciones existentes. Por lo general, se encuentran ante estructuras fiscales que gravan más el trabajo y el capital, aumentan los tributos indirectos con respecto a los directos y el gasto social sólo llega en la mitad al 50% más pobre. En este contexto, los buenos oficios de elevar las tarifas tributarias y el gasto social no afectan considerablemente la distribución del ingreso y, en su lugar, interfieren con la producción y el empleo.

Algo similar se plantea con respecto al predominio de los mercados monopólicos, el sesgo de comercio internacional sobre los salarios y las ganancias financieras. Mientras que persistan estos desvaríos del mercado, los gobiernos se verán inermes para evitar que los ingresos laborales crezcan a la mitad de la rentabilidad del capital.

En fin, América Latina está pagando los costos de varios lustros de neoliberalismo. La solución de fondo sólo se podrá lograr con grandes cambios estructurales orientados a revertir la desindustrialización, el déficit en cuenta corriente, la caída de los ingresos del trabajo en el PIB y la regresividad fiscal.

El Espectador, Bogotá, 20 de julio de 2014.

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