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Cámara, acción

Por Alfredo Molano Bravo  

Hay que exaltar la conducta de los policías en el tan comentado como reprochado caso del usted no sabe quién soy yo, una frase que señoritos bien le escupen a la autoridad cuando están borrachos. Los uniformados se portaron como verdaderos servidores públicos: calmados, equilibrados, pacientes, templados.

En cambio el señorito hizo gala de su, digamos, subconsciente de clase pudiente.

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Por Alfredo Molano Bravo  

Hay que exaltar la conducta de los policías en el tan comentado como reprochado caso del usted no sabe quién soy yo, una frase que señoritos bien le escupen a la autoridad cuando están borrachos. Los uniformados se portaron como verdaderos servidores públicos: calmados, equilibrados, pacientes, templados.

En cambio el señorito hizo gala de su, digamos, subconsciente de clase pudiente.

La clase que puede, la que por sus apellidos puede —y suele— mandar a los empleados públicos no sólo a donde al distinguido señor se le antoje sino, además, a hacer, lo que se le antoje. “Lo voy a mandar al Chocó”. Es decir, al infierno, donde viven negros y culebras. Y además, agrega, frente a una autoridad que parecía atónita: y puedo mandar a matar a su papá y a su mamá. Ya aquí el señorito deja de serlo para convertirse en un paramilitar. Toda una radiografía histórica de la forma como las élites o partes de ellas tratan a quienes administran el poder. Para ellos sus intereses son la ley. No todos los poderosos son así, pero hay, sin duda, una cierta conciencia del poder en muchos señoritos que suelen comportarse con un total desdén por la ley y por el orden, su insignia más mentada.

Un ejemplo aconductado pero de la misma naturaleza se le sale a Paloma Valencia, altavoz del uribismo, cuando grita —¿siempre grita?—: “Las tierras del Cauca son de sus dueños legales; lo de los indígenas es una invasión violenta…”. Su pariente, Guillermo Valencia, que aconsejaba sacrificar un mundo para pulir un verso, llamaba al indio Quintín Lame “asno de los montes”.

En el Cauca, ni la Policía ni el Ejército tienen el mismo comportamiento de los policías que estaban siendo filmados con sus propias cámaras en el caso del señorito de marras. Aquí la cosa es otra cosa y a otro precio. Es una reputada tradición que los agentes del Estado arremetan contra los indígenas con toda la brutalidad de la que están investidos, como está sucediendo en Corinto, Cauca: dos muertos y 30 heridos.

El Esmad, un feroz cuerpo militar, ha sido mandado a sacar a los indígenas de tierras que el Estado les ha prometido entregar pero que están en manos de un ingenio azucarero, del que, quizá, el señorito pueda hasta tener acciones y el celular del comandante del Esmad. Y si no lo es, igual: se podría sentir emparentado con sus dueños.

En esas arremetidas, las cámaras de video no las lleva la Fuerza Pública y si las lleva sólo muestra lo que les conviene a sus publicistas. Los apaleados también las llevan y filman. Filman por ejemplo a un Esmad que en vez de bolillo carga a machete limpio contra los indios en Corinto. No sé si el zuncho, el machete o la pala marranera sean armas de dotación, pero las imágenes que voltean en redes sociales son terroríficas y dan cuenta de que la autoridad no siempre tiene la prudencia que elogia el intrépido general Palomino.

El Espectador, Bogotá.

 

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