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Nacional

Gobierno de transición

Por Ricardo Villa Sánchez  
 
Después de muchas décadas de implementar una política de guerra, tipo seguridad nacional, que han  denominado plan cóndor, estatuto de seguridad, seguridad democrática,  Plan Colombia, etc. que tenía su fundamento en erradicar cualquier disentimiento frente al sistema imperante, el tráfico de estupefacientes en el país, la protesta social, la opinión, la insurgencia o como les llamara la atención a los cultores de la guerra, nadie pensaría que estaríamos, con base en la solución política dialogada, ad portas de la posibilidad de la terminación de este conflicto armado que ha desangrado al país y casi lo lleva a la quiebra no sólo moral sino económica. 

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Por Ricardo Villa Sánchez  
 
Después de muchas décadas de implementar una política de guerra, tipo seguridad nacional, que han  denominado plan cóndor, estatuto de seguridad, seguridad democrática,  Plan Colombia, etc. que tenía su fundamento en erradicar cualquier disentimiento frente al sistema imperante, el tráfico de estupefacientes en el país, la protesta social, la opinión, la insurgencia o como les llamara la atención a los cultores de la guerra, nadie pensaría que estaríamos, con base en la solución política dialogada, ad portas de la posibilidad de la terminación de este conflicto armado que ha desangrado al país y casi lo lleva a la quiebra no sólo moral sino económica. 

La estrategia sirvió a lo que siempre añoraban los guerreristas, intentar derrotar mediante la solución final a los actores del conflicto, para llevarlos a negociar su armisticio, sin embargo, para las partes en disputa, dadas las circunstancias del territorio y puestos sobre la mesa los cambios en la sociedad, en la política y en la economía de la sociedad del riesgo global, después de mucha sangre derramada, odio, dolor, víctimas, amarguras, derroche, corrupción, tristezas,  deshumanización, al final de cuentas, entenderían que no podría la insurgencia tomarse el poder por la vía de las armas, ni la fuerza pública derrotarla en su totalidad.
 
Inició el proceso de Paz, con sus dinámicas propias. Existe aún en el imaginario colectivo un profundo rechazo a lo que representa la insurgencia en Colombia. Se desconocen, para el ciudadano de a pie, en términos generales las raíces del conflicto. Se piensa que al dejar las armas las guerrillas, se llegará a la Paz. Pero esto no es por generación espontánea. Se requiere movilización social, debate público, pedagogía para la paz así como, más que todo,  voluntad política para llevar a cabo las transformaciones  estructurales que demanda nuestra sociedad resquebrajada por décadas de desgreño, violencias, anomia, desesperanzas.
 
 Nunca antes se había llegado tan lejos en un proceso de Paz. En la época de La Uribe, de Tlaxcala, del Caguán, nadie creería que se pudiese hablar hoy de un pacto sobre tierras, participación en política y víctimas. Así se diga que nada está acordado, hasta que todo esté acordado. En esas coyunturas, era común que se pensara  que las partes entablarían un diálogo de sordos, con puesta en escena de sillas vacías, mientras por debajo de la mesa intentaban fortalecerse tanto frente a la opinión pública como en sus tácticas bélicas. A pesar de que aún se siguen hilando confianzas, la Paz se acerca, ojalá con vientos de cambio.
 
Sin temor a creerse profeta, consciente de que aún no se puede identificar cuáles serán las consecuencias de la firma de un acuerdo de Paz entre la insurgencia y el gobierno nacional, ni las coyunturas en ciernes, el momento político es claro para que en caliente se sepa que, más allá de la refrendación, es necesario una nueva arquitectura institucional que legitime el acuerdo con propuestas consecuentes con los cambios que requiere el sistema político, económico, social y la cultura democrática para la Paz.
 
Para esto es clave, una gran concertación que lleve a deliberar las transformaciones, sea a través del constituyente primario o de un Congreso de la República  proveniente de listas  incluyentes, de mayorías, integradas por líderes de opinión y dirigentes diversos, con un gobierno de transición que nazca del mismo acuerdo y su fórmula sea de consenso, entre quienes anhelan la construcción colectiva de la Paz.

En la puerta del horno se quema el pan, decían las abuela. En esa vía, el mejor ejemplo no es decir que anhelamos la Paz sino que vamos a hacerla realidad. Para esto es imprescindible que la sociedad civil, los partidos y movimientos políticos y demás actores claves, se pongan de acuerdo. En estos momentos de efervescencia y calor, hay que reagruparse para demostrarle grandeza a la ciudadanía en que la Paz es un propósito común que genera esperanza en un nuevo país en Paz con justicia social equitativa. Lo saben, es necesario un pacto sobre lo fundamental entre la ciudadanía y los actores políticos amalgamados por los nuevos tiempos de Paz. Comprenden que es de vital importancia la unidad en torno a la Paz y a la reconciliación. Ojalá seamos capaces de llevarlo a la práctica, o si no se los repito: No se le puede entregar el país del postconflicto armado a la mano dura de la bestia; sería una derrota estratégica.

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