Nacional
Impuesto al lujo
Por Mauricio Cabrera Galvis
Una de las alternativas que debe estudiar la Comisión de expertos para la equidad y la competitividad tributaria es la de un impuesto progresivo al consumo que grave con tarifas más altas la adquisición de bienes y servicios de lujo. Esta es una medida más equitativa que la fórmula regresiva de aumentar el IVA que grava más a las personas de menores ingresos.
La idea de imponer impuestos al consumo suntuario o superfluo es muy antigua y ya se aplicaba en la Roma imperial y en la España del Renacimiento.
Por Mauricio Cabrera Galvis
Una de las alternativas que debe estudiar la Comisión de expertos para la equidad y la competitividad tributaria es la de un impuesto progresivo al consumo que grave con tarifas más altas la adquisición de bienes y servicios de lujo. Esta es una medida más equitativa que la fórmula regresiva de aumentar el IVA que grava más a las personas de menores ingresos.
La idea de imponer impuestos al consumo suntuario o superfluo es muy antigua y ya se aplicaba en la Roma imperial y en la España del Renacimiento.
En épocas más recientes varios países europeos lo tuvieron durante buena parte del Siglo XX y lo fueron desmontando en la medida que fortalecían el impuesto a la renta y a las ventas.
Dos hechos han vuelto a poner sobre la mesa el debate sobre este impuesto. De una parte la creciente conciencia en todo el mundo de la enorme concentración de la riqueza y el ingreso y la necesidad urgente de adoptar políticas que reduzcan la inequidad. De hecho ese es uno de los objetivos tanto del Plan de Desarrollo como de la reforma tributaria que debe proponer la Comisión de expertos.
Para reducir la desigualdad Piketty propuso un impuesto progresivo sobre el capital y Bill Gates, el hombre más rico del mundo, le respondió diciendo que es mejor un impuesto progresivo sobre el consumo, es decir un impuesto que grave más a los ricos que dedican su fortuna no a invertir o a obras filantrópicas sino a adquirir bienes suntuarios como yates y aviones.
De otra parte, y como consecuencia de la concentración del ingreso, el consumo de bienes de lujo está creciendo de manera acelerada, en particular en América Latina. La consultora Euromonitor estima que en la región la venta de bienes de lujo se va a duplicar en solo cinco años pasando de 30.000 a 58.000 millones de dólares, aumentando su participación en el mercado mundial de estos productos. del 4% al 6%. Basta ver la proliferación de tiendas de marca en Bogotá para constatar que Colombia no es ajena a esta tendencia.
Una dificultad práctica para gravar los bienes de lujo es donde se traza la línea divisoria con los demás bienes. Por ejemplo, un carro hoy no es un lujo, pero es evidente que comprar un Porsche va mucho más allá de la necesidad de tener un medio de transporte, y en la pasada feria del automóvil se vendieron 52 de estos vehículos con precios cercanos a los $300 millones. Lo mismo se puede decir de la vivienda, pues es evidente que un apartamento de $15 millones el metro cuadrado es un bien suntuario.
Otro argumento contra el impuesto al lujo es que los más ricos lo pueden evadir fácilmente viajando a Miami a comprar los vestidos, joyas, relojes y carteras de sus marcas preferidas sin pagar ese impuesto. Es cierto, pero no debe ser razón para no crearlo, pues de todas maneras son muchos los bienes y servicios de lujo que deben ser adquiridos en el país. Bienes como vehículos, botes o vivienda y servicios como comidas, clubes sociales, hoteles y diversión son solo algunos ejemplos. No es fácil regular este impuesto pero hay que intentarlo.