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Nacional

Lo peor de las elecciones del 15 de junio

Por Jorge Enrique Robledo  

Desde las elecciones del 25 de mayo se supo que no cesaría la horrible noche que ha caído sobre Colombia, sobre todo a partir del gobierno de César Gaviria. Porque sin importar quién ganara, seguirían al mando los mismos poderes e intereses que han impedido que Colombia despliegue todo

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Por Jorge Enrique Robledo  

Desde las elecciones del 25 de mayo se supo que no cesaría la horrible noche que ha caído sobre Colombia, sobre todo a partir del gobierno de César Gaviria. Porque sin importar quién ganara, seguirían al mando los mismos poderes e intereses que han impedido que Colombia despliegue todo

el potencial de crear riqueza que tienen su territorio y su gente, al igual que distribuirla de una manera menos inicua para el pueblo e incluso menos dañina para darle bases al progreso nacional. La reelección, por tanto, agravará los problemas del país, como terminarán reconociéndolo hasta muchos de quienes la respaldaron haciendo análisis equivocados. E igual habría ocurrido con el triunfo de Óscar Iván Zuluaga, porque los dos son en lo fundamental iguales entre sí.
 

Mas lo peor del 15 de junio corre por cuenta de otros hechos.
 

Primero. Se polarizó tanto a la gente, que hasta se justificó el voto por miedo aduciendo que el candidato por el que sufragarían era de lo peor, pero que era “menos malo” que el otro. Jolgorio entre las trasnacionales y los demás grandes poderes que de antemano sabían que ganarían con cualquier resultado. Proporciones guardadas, como en la violencia liberal-conservadora, cuando el pueblo fue empujado al horror mientras los jefes de los partidos consolidaban el país ignominioso que padecemos. Por razones obvias, si Colombia retorna al bipartidismo sectario, se aplazarían indefinidamente los cambios que se requieren.
 

Segundo. El mensaje de confusión que salió de personas de izquierda que llamaron a votar por Santos, cuando días antes, con toda razón, lo habían presentado como el Presidente indeseable que era, con lo que se amplió la base del truco bipartidista. En el caso del Polo, como organización se aprobó no respaldar ni a Santos ni a Zuluaga y, para darle salida a las exigencias de la presidenta, se permitieron los apoyos a título personal. Pero su tipo de campaña por Santos hizo que se creara la idea falsa de que era un apoyo institucional del partido y por razones equivocadas, lo que lesionó la creciente credibilidad del Polo.
 

Tercero. El santismo y en particular el liberalismo, que matonearon para convertir en obligación de la izquierda votar por Santos y su propuesta regresiva, presionan para que el Polo y toda la izquierda se someta a hacer con ellos un acuerdo de largo plazo, pacto que no se haría alrededor de un programa democrático sino del de la derecha santista, que en muy poco o en nada se diferencia del de la derecha uribista: Consenso de Washington, TLC, privatizaciones, EPS, desempleo, pobreza, concentración de la riqueza, desnacionalización de la economía, etc. El señuelo consiste en ofrecer el proceso de paz como lo máximo a que puede aspirar la izquierda, por lo que debe renunciar a todas sus propuestas de cambio democrático. Y esto a pesar de que ya nadie ignora que la desmovilización incruenta de la guerrilla hace parte de la política del Departamento de Estado de Estados Unidos para Colombia, como en la última semana se lo hicieron saber a los colombianos Peter Romero (http://bit.ly/1qfyc7o) y Joseph Biden, vicepresidente de ese país (http://bit.ly/1pKk9ZE).
 

Cuarto. Es evidente el propósito de Santos y del santismo de dividir al Polo o de ponerlo a comer en su mano, incluyéndolo en el gobierno o convirtiéndolo en partido opositor pero de mentirillas, con una oposición formalmente declarada pero negada en la práctica. Ahora está más claro que nunca que dentro del objetivo de Santos de derechizar a la izquierda estuvo poner a Angelino Garzón como su vicepresidente –“miren lo que pueden lograr los que se portan bien”–, incluir en la alta burocracia a Luis Eduardo Garzón y cooptar a Petro recién pasadas las elecciones de 2010, que fue lo que llevó a este a abandonar al Polo cuando vio que no pudo ponerlo a su cola. Y entre las posibilidades de corromper a la izquierda cabe nombrar como ministro santista a alguien que luzca como de ese sector aunque no lo sea, para que se encargue de atraer con mermelada a los nuevos garzones.
 

Lo que de verdad se debate no es si quienes nos reclamamos de izquierda estamos a favor del proceso de paz, como efectivamente lo estamos, sino si dicho proceso se convertirá en la cortina de humo que tapará las incontables políticas retardatarias de Santos en contra del verdadero progreso de Colombia, incluida la muy regresiva de utilizar el poder del Estado para destruir o cooptar al Polo y a la izquierda democrática.
 

Bogotá, 19 de junio de 2014.

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