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El príncipe y las zalemas del alcalde

Por Reinaldo Spitaletta  

Que haya todavía principitos y reyezuelos, es una suerte de burla a toda la sangre derramada por el pueblo en la Revolución Francesa, contra las monarquías y absolutismos.

Pero que a esos dignatarios de las realezas, en este caso de Inglaterra y Gales, se les atienda en Colombia con lambonería y vasallaje, sí trasciende todos los cánones del protocolo y la buena atención.

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Por Reinaldo Spitaletta  

Que haya todavía principitos y reyezuelos, es una suerte de burla a toda la sangre derramada por el pueblo en la Revolución Francesa, contra las monarquías y absolutismos.

Pero que a esos dignatarios de las realezas, en este caso de Inglaterra y Gales, se les atienda en Colombia con lambonería y vasallaje, sí trasciende todos los cánones del protocolo y la buena atención.

Sucedió en la histórica Cartagena, durante la visita del príncipe Carlos, heredero al trono de Inglaterra, y su consorte Camila Parker, duquesa de Cornualles. Una comitiva, encabezada por el alcalde de la Heroica, presentó a sus altezas una placa en la que hay una especie de homenaje al “valor y sufrimiento de nuestros atacantes”, los invasores ingleses, al mando del legendario Sir Edward Vernon, que fueron derrotados por españoles, negros, indios y criollos, capitaneados por el teniente general de la armada española, el vasco Blas de Lezo y Olavarrieta.

La flota que atacó a Cartagena en 1741 era la más poderosa jamás armada por los ingleses, con 190 barcos y casi treinta mil hombres, incluidos los cuatro mil mercenarios norteamericanos, entre los cuales estaba Lawrence Washington, hermano medio de George, más tarde erigido en máximo líder de la independencia de Estados Unidos (1776).

El almirante Vernon, que antes se había tomado Portobelo, comenzó el sitio a Cartagena (que duró casi tres meses), en medio del entusiasmo que las noticias de sus hazañas producían en Londres. El triunfo de los ingleses se daba como un hecho, con celebraciones anticipadas. Claro que no contaban con el heroísmo de aquel “medio hombre”, tuerto, pata de palo, manco y valiente, Blas de Lezo, y de los habitantes de la ciudad amurallada.

En Inglaterra se acuñaron medallas de plata, cobre, zinc, latón, plomo, bronce, con la efigie del almirante y con leyendas como “La gloria británica revivida por el almirante Vernon”, “Verdaderos héroes británicos tomaron a Cartagena”, “La soberbia española abatida por Vernon” y otras. En algunas, aparecía Blas de Lezo, de rodillas, entregando su espada al inglés. Y mientras en las islas británicas todo era gozo, los ingleses “morían como moscas” en el mar de Cartagena.

Si bien se tomaron el castillo de Bocachica, no pudieron penetrar en la ciudad, que no cayó ni se rindió. En el ataque a San Felipe de Barajas, murieron unos ocho mil ingleses. Los sitiadores sobrevivientes se retiraron, con la cola entre las patas.

El actual alcalde de Cartagena y sus adláteres hicieron que los ilustres visitantes ingleses descubrieran una placa de condolencia por los millares de muertos y heridos de la imperial Inglaterra del siglo XVIII en su ataque a Cartagena (uno de los puertos clave del imperio español de entonces). Pero, de otro lado, que se sepa, los ingleses no han dado sus condolencias, por ejemplo, sobre los miles de cartageneros que perecieron durante la invasión de Vernon.

No es la primera vez que un alcalde de Cartagena, la del “brazo de agarena”, funge como un vasallo. Cuando llegaron a esa ciudad los hijos del rey de oros, Donald Trump, que iba a invertir en hoteles y otros rubros, Nicolás Curi, babeando, les tendió alfombras y les entregó las llaves de la ciudad. Bastaba, para una buena recepción, con los tradicionales regalos folclóricos (hamacas, sombreros vueltiaos, etc,) y ahorrarse zalamerías.

Y en el año 2000, durante la visita del presidente Bill Clinton, el sector turístico fue “limpiado” de negros, mendigos y gamines. Brigadas enviadas por la Casa Blanca borraron de las calles de la ciudad las consignas antiyanquis, escritas por “terroristas”, y a las putas de la Media Luna les prohibieron ejercer su oficio en esos días, aunque la guardia pretoriana del emperador gringo se dio sus toques de cocaína, sustancia que compraron a jíbaros criollos.

Un mes después de la visita del saxofonista Clinton, que venía a ultimar detalles del negocio gringo denominado Plan Colombia, el gobierno cerró el Hospital Universitario de Cartagena, de 900 camas, al cual acudían los pacientes más pobres.

Recibir bien a los visitantes es expresión de buena educación. Pero de ahí a realizar tantas genuflexiones y lambonerías, ya es una actitud de lacayos. Y más aún cuando se pone a la historia patas arriba. El espíritu del pobre don Blas debe estar de furias por la servil zalema del alcalde Dionisio Vélez.

El Tuerto López (1879-1950), poeta cartagenero, advertía que la ciudad se había quedado sin “águilas caudales” y que solo pervivía una “caterva de vencejos”, que dicho de otra forma, podría ser, más bien, de pendejos. Como el actual burgomaestre y su séquito de turiferarios. 

El Espectador, Bogotá.

 

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